martes, 14 de junio de 2011

El hombre que parecía un caballo (texto vanguardista fundacional)

Otro de los elementos vanguardistas encontrados en El hombre que parecía un caballo es la incursión que se realiza al mundo de lo misterioso y lo desconocido, que a pesar de haberse iniciado en el simbolismo a finales del siglo XIX, los surrealistas lo tomarán años más tarde, a principios de la década de 1920. Para los primeros, lo referente a lo oculto, equivalía a la suprema verdad, mientras que para los segundos, todo lo que era racional, equivale a falsear la realidad. Es por eso, que para alcanzar la realidad, los surrealistas recurrieron básicamente al sueño inducido o al sueño hipnótico, el espiritismo, combinado con la telepatía, como lo señala el manifiesto.

“...ello es así por cuanto el pensamiento humano, por lo menos desde el instante del nacimiento del hombre hasta el de su muerte, no ofrece solución de continuidad alguna, y la suma total de los momentos de sueño, desde un punto de vista temporal, y considerando solamente el sueño puro, el sueño de los períodos en que el hombre duerme, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, o, mejor dicho, de los momentos de vigilia. La extremada diferencia, en cuanto a importancia y gravedad, que para el observador ordinario existe entre los acontecimientos en estado de vigilia y aquellos correspondientes al estado de sueño, siempre ha sido sorprendente”. (1985: 26)

Por su parte, Arévalo Martínez más que crear una atmósfera, la describe. Coincidimos en lo señalado por Herszenhorn , en cuanto a que Arévalo Martínez va camino del surrealismo con su texto:

“Después del ritual de preparación cuidadosamente observado, caballero iniciado de un antiquísimo culto, y cuando ya nuestras almas se habían vuelto cóncavas, sacó el cartapacio de su versos con la misma mesura unciosa que se acerca el sacerdote al ara”. (1997: 6)

También estamos de acuerdo con el crítico en que lo que ocurre en el anterior párrafo es que el Poeta está preparando al público para que escuche sus versos a través de la hipnosis. Este recurso fue utilizado hasta la saciedad por los surrealistas a tal grado que años más tarde las descartaron, como explicó Bretón por varias razones:

“...influyeron consideraciones del tipo de la más elemental higiene mental. La excesiva utilización, al principio, de la escritura automática tuvo como resultado situarme, por mi parte, en algunas disposiciones alucinatorias inquietantes contra las cuales tuve que reaccionar rápidamente”. (1970: 93)

En el siguiente párrafo, el narrador relata la forma de comunicación, a través de una especie de transfusión de sensibilidad por medio del tacto, entre él y Aretal:

“Nuestras almas se comunican. Yo tenía las manos extendidas y el alma de cada uno de mis diez dedos era una antena por la que recibía el conocimiento del alma del señor de Aretal. Así supe de muchas cosas no conocidas”. (1997: 8)

De esta forma y mediante el espiritismo del narrador no solamente logra comunicarse con Aretal, sino que puede recibir lo desconocido que proviene del fondo de su espíritu. Nótese que el mismo poeta sirve de médium en la comunicación del narrador con aquellos que no están en el momento de la conversación entre narrador y Poeta:

“Y yo, en aquellos instantes, me asomé al pozo del alma del señor de los topacios. Vi reflejadas muchas cosas... ¡Oh las cosas que vi en aquel pozo! Ese pozo fue para mí el pozo mismo del misterio...Ese pozo reflejaba el múltiple aspecto exterior en la personal manera del señor de Aretal... pero sobre todo se reflejaba la imagen de un amigo ausente, con tal pureza de líneas y tan exacto colorido que no fue uno de los menos interesantes atractivos que tuvo para mí el alma del señor de Aretal, este paralelo darme el conocimiento del alma del señor de la Rosa, el ausente amigo tan admirado y tan amado”. (1997: 7)

El narrador se siente atraído durante esos trances y eso lo obliga a retomar esas sesiones espiritistas que se van convirtiendo en hábito, tal y como ocurrió más tarde con los seguidores del surrealismo. Es por eso que cuando el narrador abusa de esas experiencias, culmina en alucinaciones. Para Herszenhorn esas visiones no son más que una desmitificación del poeta y actúan en sentido inverso a la comunicación espiritual. Por ello es que a medida que Aretal se convierte en caballo, el narrador se va dando cuenta de los bajos instintos que dominan al poeta y por lo que se llega a la realidad a través de la imaginación y la “captación de lo irracional. No hay por lo tanto—asegura el crítico—, la dignificación del espíritu que el surrealismo profesa y busca a través del inconsciente.
Aunque compartimos algunos puntos de vista de este crítico, agregamos que los elementos de Arévalo propone en su obra se convierten en una especie de semillas que comienzan a volar en el aire para germinar más tarde en autores surrealistas, sin que precisamente hayan tenido que leer la obra de Arévalo Martínez. Sin embargo, esto sí pudo haber ocurrido en autores centroamericanos, que leyeron El hombre que parecía un caballo, pues fue publicado en varios países del área como lo mencionamos al principio del capítulo.
Otro elemento es una de las manifestaciones de rechazo que el autor manifiesta hacia el modernismo. Movimiento que cuando se publica la obra está llegando al final de su apogeo. Lo que detallamos a continuación ocurre cuando, primero el narrador percibe una luminosidad en la poesía de Aretal, pero seguidamente se da cuenta que es únicamente una belleza superficial, pero que ambos, poeta y poemas, son vacíos por dentro:

“Sacó su primer collar de topacios o, mejor dicho, su primera serie de collares de topacios, traslúcidos y brillantes. Sus manos se alzaron con tanta cadencia que el ritmo se extendió a tres mundos. Por el poder del ritmo, nuestra estancia se conmovió toda en el segundo piso, como un globo prisionero, hasta desasirse de sus lazos terrenos y llevarnos en un silencioso viaje aéreo. Pero a mí no me conmovieron sus versos, porque eran versos inorgánicos . Eran el alma traslúcida y radiante de los minerales; eran el alma simétrica y dura de los minerales.” Y sacó el cuarto, el quinto, fueron de nuevo topacios, con gotas de luz, con acumulamientos de sol, con partes opacas radiosas”.(1997: 6)

Con esto demuestra que la poesía de Aretal cae en el parnasianismo y la estética modernista, pues las amatistas, ópalos, esmeraldas, rubíes y otras piedras preciosas simbolizan su poesía preciosista. Aunque al principio el narrador se deslumbra ante la poesía de Aretal, se extiende como un sábana blanca y considera mesías al poeta, más tarde, irónicamente y como ya lo hemos visto, el mismo Aretal se tansforma en caballo. El narrador se detiene más en la psicología y la animalización del personaje, que en sus propios versos. Es un claro rechazo a la corriente modernista.
El surrealismo, además de romper la lógica dentro del texto deja conceptos incompletos y en suspenso, propone la penetración al espíritu pero no así la develación de lo que se encuentra en su interior, como lo expresa Breton en su citado Manifiesto:
“Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie, o de luchar victoriosamente contra ellas, es del mayor interés captar estas fuerzas, captarlas ante todo para, a continuación, someterlas al dominio de nuestra razón, si es que resulta procedente. Con ello, incluso los propios analistas no obtendrán sino ventajas. Pero es conveniente observar que no se ha ideado a priori ningún método para llevar a cabo la anterior empresa, la cual, mientras no se demuestre lo contrario, puede ser competencia de los poetas al igual que de los sabios, y que el éxito no depende de los caminos más o menos caprichosos que se sigan”. (1985: 26)
Arévalo Martínez narrador se interna en el alma de Aretal, quizá no se plantea un enigma pero crea en la narración una atmósfera de incertidumbre. Para comprenderlo mejor tomaremos siguiente párrafo, que ya hemos visto líneas arriba:
“Y yo, en aquellos instantes, me asomé al pozo del alma del Señor de los topacios... ¡Oh las cosas que vi en aquel pozo! Ese pozo fue para mí el pozo mismo del misterio. Asomarse a un alma humana, tan abierta como un pozo, que es un ojo de tierra, es lo mismo que asomarse a Dios. Nunca podemos ver el fondo. Pero nos saturamos de la humedad del agua, el gran vínculo del amor; y nos deslumbramos de la luz reflejada ”. (1997: 7)

De esa manera Arévalo Martínez se vale de lo que oculta Aretal cuando dice, “Ese pozo fue para mí el pozo mismo del misterio”, pues la misma profundidad del alma oscura del poeta le provoca la sensanción de que nunca observará nada en el fondo. Ese misterio es parte de la imagen manejada por los surrealistas, pues en la mayoría de casos, estas imágenes no pueden explicarse claramente. Breton lo señala en el manifiesto citado anteriormente:

“No voy a ocultar que para mí la imagen más fuerte es aquella que contiene el más alto grado de arbitrariedad, aquella que más tiempo tardamos en traducir a lenguaje práctico, sea debido a que lleva en sí una enorme dosis de contradicción, sea a causa de que uno de sus términos esté curiosamente oculto, sea porque tras haber presentado la apariencia de ser sensacional, se desarrolla después débilmente (que la imagen cierre bruscamente el ángulo de su compás), sea porque de ella se derive una justificación formal irrisoria, sea porque pertenezca a la clase de las imágenes alucinantes, sea porque preste de un modo muy natural la máscara de lo abstracto a lo que es concreto, sea por todo lo contrario, sea porque implique la negación de alguna propiedad física elemental, sea porque dé risa”. (1985: 59)

Consideraremos ahora el elemento onírico que aparece en el texto, como otro rasgo vanguardista mediante dos viajes, uno de ellos cuando indica que “Por el poder del ritmo, nuestra estancia se conmovió toda en el segundo piso, como un globo prisionero, hasta desasirse de sus lazos terrenos y llevarnos en un silencioso viaje aéreo. (1997: 6); y el otro, en el que también se mueven ambos personajes a través de otro objeto que se aparece en el relato, a través del discurso del protagonista, cuando señala:

“Y entonces, como a la rotura de un conjuro, por aquel acto de violencia, se deshizo el encanto del ritmo; y la blanca navecilla en que volábamos por el azul del cielo, se encontró sólidamente aferrada al primer piso de una casa”. (1997: 7)

En el primero, el narrador y poeta huyen de la realidad a través de un globo que va por el aire para regresar a la habitación; en el segundo, cuando aparentemente viajan en una embarcación, esta los transporta de nuevo al plano terrenal y en la que descienden al primer piso de una casa, cuando se rompe el hechizo del ritmo de los versos del poeta.
El hombre que parecía un caballo, al ser publicado en 1915 y contener suficientes características, discursos y personajes con características surrealistas, se convierte en el primer texto vanguardista en narrativa de la literatura de América Central. Arévalo Martínez funda un nuevo concepto dentro de la literatura de su época, en la que rompe con el modernismo y abre la puerta a la vanguardia.
Arévalo Martínez se adelanta a lo establecido por el canon, que constantemente señala que las vanguardias arrancan a finales de la década de 1920 en América Central, pues al producir una obra con rasgos innovadores como la falta de lógica, la atemporalidad, el buceo en el subconsciente y el psicozoomorfismo, inaugura una narrativa, que años más tarde será retomada por otros escritores.
La narración se convierte en vanguardista, además, porque rompe con la literatura tradicional modernista que se publicaba en las primeras dos décadas del siglo XX en el área centroamericana de una técnica narrativa tradicional salta hacía una de vanguardia, ya que desplaza a sus personajes en un mundo en donde todo parece ilógico y absurdo. El narrador se sumerge en un mundo, que a pesar de verlo con especulación, aparece raro, ambiguo, insólito. La atmósfera queda relegada, incluso no importa y pasa desapercibida de tal manera que el sitio donde se desarrolla no interesa al lector. El tiempo tampoco parece ser relevante, por lo que el texto ofrece más la interioridad de sus personajes. Coincidimos con la propuesta de la crítica guatemalteca Ana María Urruela de Quezada, quien señala que la narración pasa a ser una descripción casi estática de un hecho que ocurre en un ambiente misterioso e insondable, en la mente de los personajes, donde el tiempo y el espacio no interesan, es decir que no es la secuencia narrativa lo que incumbe ni tampoco la vida o un hecho de la vida de los personajes, sino el estado mental de los mismos, su subconsciente.
El narrador se aleja del modernismo, como ya lo observamos en el análisis, pero además ofrece discursos que apuntan hacia la figura estrambótica y anticanónica del personaje Aretal, su apariencia estrafalaria y extraña. En este texto se rompe con la idealización que los modernistas tuvieron hacia la figura del escritor como centro del universo, pues irónicamente el hombre de los “traslúcidos collares de ópalos” se convierte en un caballo.
El hombre que parecía un caballo rompe con la literatura decimonónica también porque sus discursos marcan el inicio de los conceptos y procedimientos teóricos que serán, tras algunos años de su publicación, los que definan una nueva sensibilidad estética como el surrealismo, por ejemplo, que en Europa se gestó en la segunda década del siglo XX.
Esta obra de Arévalo Martínez ofrece una profunda indagación en el campo de la sicología, especialmente en el personaje de Aretal, al cual el narrador lo observa de esa manera con el fin de dilucidar el sentido de la realidad para constituir la clave central y el objetivo último del texto.
Arévalo Martínez con El hombre que parecía un caballo es uno de los precursores en el área centroamericana de la literatura fantástica, de lo absurdo y de lo conocido para algunos críticos como el género de lo psicozoomórfico. Pero no se queda solamente con esa narración, pues en sus libros posteriores aplica las mismas características, con otros personajes y otros animales, en los que Arévalo Martínez aagudiza los conflictos relacionados entre hombre-animal.
Con El hombre que parecía un caballo, se abandona el localismo y se ofrece una visión universal, pues sus discursos apuntan hacia la actividad independiente y la crítica del ser humano, que le da carácter individualidad, pues, como expresamos líneas arriba, es el individuo y no una ciudad o determinada época la que interesa. El texto puede ser analizado desde diversas perspectivas y ser leído con varias posibilidades de interpretación, pues el tema es de un lugar en específico: la interioridad. Así es que puede ocurrirle a cualquier individuo independientemente del lugar en que viva o del idioma que hable o la religión que profese.
Finalmente expresaremos que el texto de Arévalo Martínez merece un lugar dentro del canon de la vanguardia hispanoamericana, ya que además de ofrecer elementos que se adelantaron cronológicamente a corrientes europeas como el surrealismo, también contiene una inmersión en el mundo de la sicología del personaje que antes no había sido utilizada por ningún otro autor del área.

El hombre que parecía un caballo (discursos surrealistas)

Es un texto narrado en primera persona del singular. Desde el principio aparecen elementos surrealistas, que diez años después de su publicación, los seguidores de este movimiento apuntaron en sus manifiestos, tales como romper con la lógica, profundizar en el interior del personajes, propiciar en la atmósfera de la narración un aire misterioso y al azar en el discurso. Tendremos en cuenta los postulados del surrealismo, uno de los “ismos” de las literaturas de vanguardia, para el análisis de este texto y “el sueño de serafín del carmen”, “Pequeña sinfonía del nuevo mundo”, de Rogelio Sinán y Luis Cardoza y Aragón, respectivamente.
El surrealismo se organizó y se formuló entre los años 1924 y 1925. El movimiento surrealista, conocido como disidente del Dadá, tomó ese nombre del subtítulo que puso Guillaume Apollinaire a su obra de teatro Les mamelles de Tiresias, “drama surrealista”.

Fue el autor francés André Breton, quien se convirtió en el padre del surrealismo. Según lo expresa la crítica era el propio Breton quien decidía si algún artista ingresaba o no al movimiento. Breton dictó los aspectos teóricos del surrealismo y publicó tres manifiestos entre 1924, 1930 y 1942. Aunque cada uno de ellos refleja el estado de este movimiento en las distintas épocas, los tres no constituyen un programa teórico de trabajo. Únicamente, el primero, publicado como Manifiesto Surrealista, en 1924, propone un programa y métodos de trabajo, los que utilizaremos para nuestros análisis.
Uno de los postulados del Manifiesto Surrealista formula precisamente romper con la lógica, la escritura automática, es decir el dictado del pensamiento sin la mediación de la razón:

“SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”. (1985: 44)

Lo anterior ocurre en este texto de Arévalo Martínez. Tomaremos como ejemplo una de las primeras líneas, en las que el narrador comienza a plantear la narración desde el punto del parecer y no del ser, lo que lo hace comenzar a construir al Poeta según lo que su conciencia le indica, veamos:

“Pero mi impresión de que aquel hombre se asemejaba por misterioso modo a un caballo, no fue obtenida entonces sino de manera subconsciente...”. (1997: 5)

Esta obsesión o deslumbramiento del narrador (yo) hacia el poeta y el desencanto, es precisamente la única acción definida y concreta que transcurre en el texto, pero estos hechos sucede de manera subjetiva. Lo primero ocurre cuando el protagonista conoce a Aretal y escucha su lectura de poemas:

“En un principio de deslumbramiento, yo me tendí todo, yo me extendí todo, como una gran sábana blanca, para hacer mayor mi superficie de contacto con el generoso donante”. (1997: 5)

El desencanto sucede prácticamente cuando se anuncia el rompimiento de la relación entre ambos: “Me separé del señor de los topacios, y a los pocos días fue el hecho final de nuestras relaciones. Sintió de pronto el señor de Aretal que mi mano era poco firme, que llegaba a él mezquino y cobarde, y su nobleza de bruto se sublevó.” (1997: 14).
El Poeta, desde que inicia la narración parece tener un comportamiento similar a un caballo, hasta que llega al final del relato a comportase como uno verdadero, que es cuando rompe con la relación del narrador a quien le propina una descomunal coz: “Sentí sus cascos en mi frente. Luego un veloz galope rítmico y marcial, aventado las arenas del Desierto”. (1997: 14).
Y la relación entre ambos, narrador y Poeta termina, como ya lo hemos señalado anteriormente, también en el campo de la subjetividad. Esta subjetividad ocurre en todo el texto. La relación de los protagonistas se construye en esa subjetividad, es decir en lo consciente e irracional, del lado del subconsciente, como también lo indica una de las premisas de los surrealistas:

“Para empezar, digamos que el espíritu no ha percibido nada conscientemente. Contrariamente, de la aproximación fortuita de dos términos ha surgido una luz especial, la luz de la imagen, ante la que nos mostramos infinitamente sensibles. El valor de la imagen está en función de la belleza de la chispa que produce; y, en consecuencia, está en función de la diferencia de potencia entre los dos elementos conductores.”. (1985: 58)

El texto se presenta en varias secuencias en las que se ponen en juego las relaciones entre el narrador con el poeta-equino, es decir un texto psicozoomórfico, en el que también el narrador entra en el plano de la animalización, por ejemplo cuando expresa: “Las antenas de mi alma se dilataban, lo palpaban, y volvían trémulas y conmovidas y regocijadas a darme la buena nueva...”. (1997: 5)
Para Albizúrez Palma en el psicozoomorfismo el autor crea sus personajes partiendo de una clasificación de ciertos animales a los que atribuye determinadas conductas . Con base en esa tipología se construye el protagonista u otros personajes que tienen semejanzas físicas y psíquicas con esos animales; además, la historia desarrolla y especifica las características propias de esta semejanza, confronta al hombre-bestia con otros personajes, pero con características humanas.
En otras obras de Arévalo Martínez se encontrarán personajes como un hombre-perro, hombre-elefante, hombre-serpiente, hombre-topo, hombres-aves, hombres con cola. En estos textos el autor utiliza el animalismo como un vehículo para construir sus personajes a través de un mundo onírico del subconsciente, en donde utiliza la metamorfosis del hombre como bestia y viceversa.
Aretal es construido por el narrador a todo lo largo del texto con características de un caballo, es decir en el plano de lo absurdo y lo ilógico. Esto es uno de los rasgos fundamentales de un cuento psicozoomórfico. Poco a poco el poeta sufre un acelerado deterioro, es decir abandono de las debilidades humanas y del mundo material. Arévalo Martínez altera estéticamente las leyes de la naturaleza y de la lógica y cede al lector otra realidad perturbadora provocada en el narrador por Aretal. Desde el comienzo de la historia, notamos que los hechos se presentan siempre relacionados con la conducta y las características psico-físicas de un hombre que parece un caballo: “...estaba en un extremo de la habitación, con la cabeza ladeada, como acostumbran a estar los caballos”. (1997: 5)
A partir de este momento el señor de Aretal se nos presenta como una bestia equina, es decir comienza a animalizarse. Así transcurre toda la narración a través de un viaje psicológico. El poeta se va construyendo como equino a partir de los siguientes discursos que detectamos en toda la narración:

“Se volvió deslumbrador y escénico como el caballo de un emperador en una parada militar. Los faldones de su levita tenían vaga semejanza con la túnica interior de un corcel de la edad media, enjaezado para un torneo”.; “Y allí, y entonces, tuve la primera visión: el señor de Aretal estiraba el cuello como un caballo.”; “Sí, era cierto: estiraba el cuello como un caballo.”; “Y de pronto percibí, lo percibí: el señor de Aretal caía como un caballo. Le faltaba de pronto el pie izquierdo y entonces sus ancas casi tocaban tierra, como un caballo claudicante.”; “...y de pronto lo vi mover los brazos como mueven las manos los caballos de pura sangre, sacando las extremidades de sus miembros delanteros hacia los lados...” ; Después, otra visión el señor de Aretal reía como un caballo.”; “Y luego cien visiones más. El señor de Aretal se acercaba a las mujeres como un caballo”.; “Yo le expliqué que ninguna mujer lo podía amar, porque él no era un hombre, y la unión hubiera sido monstruosa.”; “Yo le expliqué que ningún hombre le podría dar su amistad, porque él no era un hombre, y la mistad hubiese sido monstruosa.”; “Galopaba alegre y generoso en los llanos, con sus compañeros; gustaba de ir en manada con ellos; galopaba primitivo y matinal...”; “El caballo, su hermano, muerto a su lado, se descomponía bajo el dombo del cielo, sin hacer asomar una lágrima a sus ojos...”; “Usted miente, y encuentra en su elevada mentalidad, excusa para su mentira, aunque es por naturaleza verídico como un caballo. Usted adula y engaña y encuentra en su elevada mentalidad, excusa para su adulación y su engaño, aunque es por naturaleza noble como un caballo. Nunca he amado tanto como al amarlos en usted.”; “Usted ha llevado siempre sobre el lomo una carga humana: una mujer, un amigo...”; “Sentí sus cascos en mi frente. Luego un veloz galope rítmico y marcial, aventando las arenas del Desierto”.; “Era el señor de Aretal que se alejaba en su veloz galope, con rostro humano y cuerpo de bestia”. (1997: 5-14)

Algo de animal

¡Claro que desde hace días que llueve en el país!, especialmente fuera de la ciudad, donde ya se comienza a sumar víctimas y pérdidas económicas. Como dice el refrán: tropezamos de nuevo con la misma piedra.
Tomando en cuenta lo que todos los años vivimos como experiencia propia debido a los cambios de temporada o la entrada de huracanes, me gustaría intentar hacer un retrato de lo que nos falta a los seres humanos y que a otros


seres vivos les sobra, para, precisamente sobrevivir y no caer en la misma trampa dos veces.
Aunque los seres humanos estamos dotados de la inteligencia, también somos moldeados con costumbres y formados con hábitos. Esa es una gran ventaja, porque en comparación con otros animales, tenemos puntos a nuestro favor, pero, por otro lado, carecemos, precisamente de la intuición, del llamado instinto animal, que nos alerta del peligro. Por ejemplo, nos falta una antenita, como la de las cucarachas para no tropezar con las paredes o quedarnos quietos cuando encienden la luz. Por cierto estos despreciables insectos son antediluvianos y tienen la capacidad de sobrevivir a toda costa.


Del perro, su sensible olfato, que nos permitiría alejarnos o acercarnos a un llamativo plato. De este mamífero doméstico, nos falta su aguzado oído, que entre otras, le ayuda a enterarse cuándo viene un terremoto. De las hormigas, además de su soldadesca disciplina, su percepción del cambio de clima ¿ha visto alguna hormiga que se ahogue, porque la agarró el agua? Me parece, a pesar que considero a las ratas, seres repugnantes, ellas tienen la capacidad de adaptación: cuando sale un veneno o una trampa, ya sus antecesores han logrado sortearlo y hasta inmunes se vuelven. Las aves tienen esa capacidad de migrar al lugar preciso, donde puedan sentirse cómodas y huir de los climas adversos. En fin, hasta los sapos, que esconden su fealdad tras las piedras, tienen la capacidad de metamorfosearse para sobrevivir y multiplicarse. No sigo, aunque la lista podría ser muy larga. Solo recordemos que con la lluvia debemos de tener algo de animales.

lunes, 13 de junio de 2011

Arévalo Martínez en el umbral de las Vanguardias






Presento al escritor guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, como el primer narrador vanguardista en América Central. Su libro El hombre que parecía un caballo (1915) se inserta en la literatura hispanoamericana como un autor precursor de la narrativa vanguardista en América Central.
Con excepción de los poetas nicaragüenses como Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, que comenzaron a publicar sus poemas a finales de la década de 1920, la mayoría de autores guatemaltecos, salvadoreños, o costarricenses han sido excluidos del canon. Nuestro interés en este capítulo es demostrar pues que es el primer narrador vanguardista en la región.
Arévalo Martínez fue incluido en muchas antologías durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, a partir de entonces sus textos han sido poco comentados o incluidos en estudios sobre las vanguardias. Entre los estudiosos de este autor destaca Alberto Zum Felde, quien en La narrativa en Hispanoamérica, propone a Arévalo Martínez como el precursor del surrealismo .
Por su parte, Jaime Herzenhorn, también ha escrito que la obra del guatemalteco diverge el modernismo y que El hombre que parecía un caballo es un preámbulo a lo que producirá el movimiento surrealista . Graciela Palau de Nemes publicó “El hombre que parecía un caballo, antecedente de El Rinoceronte . La literatura de lo absurdo”, en el que describe a Arévalo Martínez como un autor que publicó “una obra hispanoamericana que anticipa por casi medio siglo lo que en la literatura europea contemporánea se considera muy avant garde”. Tomaremos en cuenta los análisis de estos críticos para apoyar nuestra investigación.
La obra de Arévalo Martínez es abundante e integrada por textos de varios géneros. Vivió 91 años (1884-1975), por lo que su producción además de abundante, se puede ubicar en diversas corrientes debido a las diversas etapas en las que fueron creadas y publicadas.
Varias causas motivan a profundizar no solamente en su creación literaria, sino en sus actuaciones como autor. Primero, por su incursión en la poesía, la que comenzó a publicar a partir de 1911 , hasta 1965 ; en la novela, cuentos, ensayos, teatro y biografías, además de sus publicaciones en periódicos y revistas; y segundo, porque, aunque fue un escritor que arrastró serias enfermedades, su vida está entregada de lleno a la literatura.
Sin embargo, aunque los anteriores elementos no son de vital importancia en este trabajo, sí lo es el hecho del tratamiento que hace a sus primeras creaciones literarias, en las que el autor manifiesta características diversas en sus obras que pueden ser ubicadas en varias corrientes literarias, como expresamos líneas arriba.
El hecho de mencionar sus obras responde precisamente a exponer que Arévalo Martínez es un autor prolífico. Además, que vivió en solitario: no se expresó en manifiestos ni se unió a grupos políticos o artísticos, como acostumbraron muchos vanguardistas.
Sin embargo, el hecho de publicar El hombre que parecía un caballo en 1915, en la época de la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, cuando únicamente se podía leer la guía telefónica sin censura, como lo señala irónicamente Mario Monteforte Toledo, constituye un desafío y una nueva propuesta estética. A pesar de ello, se realizó la primera edición en 1915, en la ciudad de Quetzaltenango, Guatemala, en la imprenta Tipográfica Arte Nuevo.
Tomemos en cuenta que esa obra ofrece un texto con incursiones en lo racional, lo prosaico y hasta lo absurdo, por lo que rompe con la literatura tradicional y decimonónica. Esto permite que presentemos a Rafael Arévalo Martínez como la punta de lanza del vanguardismo en América Central, que es nuestro propósito.
En la creación arevaliana, entre 1911 y 1925, comprende poesía, Maya (1911), Los atormentados (1914), Las rosas de Engaddi (1918), Poesías escogidas (1921); novela, Una vida (1914), Manuel Aldano o la lucha por la vida (1922) y La oficina de paz de Orolandia (1925) y cuento, El hombre que parecía un caballo (1915).
Agreguemos que Arévalo Martínez publicó más adelante, en 1947, su novela Hondura, que junto a Una Vida y Manuel Aldano, completó sus tres novelas autobiográficas, en las que recoge parte de su juventud, pero más que eso, lo relacionado con la creación de El hombre que parecía un caballo.
La vida de este escritor tuvo sus altibajos y es clave para conocer buena parte de su obra. Se sabe que aprendió a leer cuando apenas tenía cinco años. No era un alumno excepcional, por lo que al principio decepcionó a sus padres. Pero, dio un giro como estudiante y con tan sólo cinco años ganó todas las medallas de honor que se podían obtener.
Debido al excesivo esfuerzo que realiza durante años para sus estudios y las múltiples lecturas, un médico lo declaró no apto para la escuela. Su agotamiento físico provocó que se alteraran sus nervios, por lo que abandonó la capital guatemalteca. Primero, viajó hacia la zona norte del país conocida como las verapaces (integrada por los departamentos de Alta y Baja Verapaz), seguidamente al occidente, donde trabajó durante algunos años y se dedicó completamente a escribir. En 1910 escribió la letra del “Himno a Centro América”. Seguidamente viajó a oriente, exactamente en la frontera con El Salvador. Más tarde volvió a la capital, donde conoció escritores como Carlos Wyld Ospina, Máximo Soto Hall, Flavio Herrera y otros. Más adelante tuvo contacto con José Santos Chocano, Rubén Darío y Porfirio Barba Jacob, este último ha sido descrito como persona fundamental en El hombre que parecía un caballo.
El propio Arévalo en “Cómo compuse El hombre que parecía un caballo”, publicado en Guatemala en 1960 se dice de su texto y su génesis:

“En los últimos meses de 1914 enfermé gravemente en Guadalupe y tuvimos, mi familia y yo, que regresar la ciudad de Guatemala. ¿Qué incendió mi sangre, de vuelta a ella? Acaso una reserva de energías que había acumulado en el campo, varios miles de pies más bajo que mi ciudad natal, sobre el nivel del mar. Lo cierto es que me mantenía en un estado de espíritu iluminado. Así compuse ‘El hombre que parecía un caballo’.
Ese cuento se refiere la historia de mi aproximación a Miguel Ángel Osorio (conocido también por sus pseudónimos de Ricardo Arenales y Porfirio Barba Jacob). Desde que lo conocí me sentí atraído por él.”

Ambos compartieron una amistad que duró hasta la muerte de Barba Jacob, ocurrida en 1942. Arévalo consigna la creación de su texto en octubre de 1914, precisamente cuando ambos escritores se distanciaron y cuando el escritor guatemalteco pensó que perdería la amistad con el colombiano que lo había motivado a la creación de su conocida narración. La impresión del libro El hombre que parecía un caballo, en el que aparece el texto del mismo nombre y “El trovador colombiano”, se realizó en la ciudad de Quetzaltenango, a 220 kilómetros al occidente de la capital, el 3 de mayo de 1915. Liano indica que la segunda edición se hizo en San José de Costa Rica en Ediciones Sarmientos, Cuaderno 14, Imprensa Alsina, 1918 . La tercera, en Guatemala, en la Imprenta Elctra. G. M Staebler, 1920, Ediciones Ayestas. La cuarta fue editada en México por Lectura Selecta n. 19, en 1920. La quinta, de nuevo en Guatemala, la que según Liano lleva el título “Rafael Arévalo Martínez. Correspondiente a la Real Academia Española. El hombre que parecía un caballo y las Rosas de Engaddi. Guatemala, C.A-Tipografía Sánchez & de Guise. 8ª avenida sur No. 24. 1927. La sexta edición se realizó en España, por la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones. Madrid. Puerta del Sol, 15, 1931. La séptima, por la Editorial Universitaria. Guatemala, 1951; la octava, por el Ministerio de Cultura. Departamento editorial, San Salvador, El Salvador, 1958; novena, Guatemala, Centro Editorial José de Pineda Ibarra, Ministerio de Educación Pública; la décima en Perú, sin fecha; la undécima, de nuevo en El Salvador, por la Editorial Universitaria Centroamericana, 1979; la duodécima, Editorial Piedra Santa, Guatemala, 1975; la decimotercera, de la Editorial Universitaria Centro Americana (EDUCA), en San José, Costa Rica, 1982.
He utilizado el texto definitivo, es decir la última edición autorizada por el autor, publicada por EDUCA en 1970 y reproducida en la mencionada Colección Archivos, coordinada por Dante Liano.