tag:blogger.com,1999:blog-32804119473992961492024-02-19T03:13:35.955-08:00elgranfascinadorAproximaciones críticas a textos literarios / publicación de narrativa policial / Comentarios cotidianosfrancisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.comBlogger81125tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-29556076105122096222012-09-24T09:07:00.001-07:002012-09-24T09:07:38.960-07:00¿Leer o desfilar?Por algunos años mi vida transcurrió itinerante. La mayor parte de mi juventud e infancia transcurrió entre la zonas 1, 2 5. En plenas faldas del cerro del Carmen me tocó presenciar los desfiles del 15 de septiembre. Recuerdo la estridencia de las trompetas, la impertinencia de los redoblantes, los xilófonos, las mujeres haciéndose un queso con faldas cortas. Antes pensaba que eso era la celebración de la Independencia. Y me parece que muchos estudiantes y muchos profesores todavía lo creen.<br />
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Ocurre que los preparativos para el tal desfile se realizan con tanto ahínco, que realmente se les olvida la esencia del significado de celebrar a la patria en su aniversario. Me pregunto, ¿cuál es el tal fervor patrio marchando? ¿No será mejor que los estudiantes conozcan la historia, que se cuestionen la veracidad de la Independencia?<br />
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Muchos llegan a la universidad y no saben quién es José Cecilio del Valle o lo que es inaudito dónde se firmó el Acta de la Independencia. El tal desfile ocasiona una cantidad de gastos innecesario a los padres. Además, los estudiantes marchan y los catedráticos dirigen, pero no saben o no conocen la historia o solamente la repasan en alguna estampita. No será mejor que en vez de desfilar, se invirtiera tiempo en ofrecer a los estudiantes material para su conocimiento intelectual. Digamos que todo el mes leyeran “El amigo de la patria” periódico fundado por José Cecilio; que en lugar de marchar, los alumnos realizaran obras de teatro para revivir los procesos más destacados de nuestra historia; que se leyera todo el mes a Pepe Milla, Pepe Batres Montúfar (autor de “Yo pienso en ti”), a Josefa García Granados, Antonio José de Irrisari, por ejemplo. El desfile al final, es efímero y no pasa de ser una anécdota. Entiendo que es “alegre” para los estudiantes. Pero, considero que existiría un mejor fervor patrio, si conocemos y valoramos la historia, a nuestros héroes y autores.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-74718328283449772902012-09-22T23:52:00.003-07:002012-09-22T23:52:33.347-07:00Para no morir el próximo añoTras descender por Milpas Altas, llegando a Bárcena, el pasado domingo, cuando, antes de tomar la ruta final hacia la carretera principal, comencé a escuchar un prolongado intercambio de disparos. Las municiones zumbaron cerca de mi auto. La fila de carros se detuvo, todos subimos los vidrios, aún sabiendo que son vulnerables a la muerte. Al rato, que pareció una eternidad, avanzamos, cuando nos desplazamos unos metros, se aproximaron patrullas policiales, ambulancias de bomberos y cientos de curiosos. La siguiente hora que tardé en llegar a casa fue prácticamente de pensar y repensar sobre la difícil situación por la que atravesamos los guatemaltecos día con día. Una de las imágenes que me desfilaron por la mente y que todavía recuerdo es la de cómo la muerte coquetea con todos, ronda por todos los callejones y no se sacia de llevarse almas con ella. Mientras conducía, aliviado porque ninguna bala me impactó, imaginé que estamos en un gran campo verde. Que todos los guatemaltecos somos seres diminutos que merodeamos por entre las plantas. Entonces se acerca la enorme muerte, como Gulliver, y nos busca por entre los matorrales. Entonces se agacha y al azar escoge a algunos y los introduce a una cubeta, de donde nunca más regresarán.<br />
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Eso, seguramente se podrá catalogar como paranoia o alucinación. Pero no, pues desde el pasado domingo a la fecha, esta gigantona con apariencia de calavera ha continuado agachándose al azar y se sigue llevándose diariamente compatriotas con ella. Sigue creciendo y contrariamente a Gulliver, cuando llega a una isla donde todos son más grandes que él, esto no sucede con ella.<br />
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Cuánto tiempo tendremos que esperar para despertar de esta pesadilla diaria. De escondernos, evadirnos, escabullirnos de ella. Las cifras siguen subiendo, continúan muriendo mujeres, niñas, ancianos, jóvenes por violencia. Cada año se hacen recuentos, se lamenta, se llora, pero lo que menos se hace es prepararse para no morir el próximo año.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-80073201403848763532012-09-15T23:16:00.000-07:002012-09-15T23:16:12.519-07:00Diez clásicas de la novela negratomado de El Bibliófilo Enmascarado<br />
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Antes de nada, lo primero que debemos aclarar es a qué se llama exactamente novela negra. Y aquí nos encontramos con el primer escollo a salvar. Podríamos decir sin riesgo a equivocarnos mucho, que la novela negra es una rama de la novela policíaca clásica en la que el crimen, la investigación, y la intriga son los únicos ingredientes principales. En la novela negra, junto a estos conceptos, interactúa con mucha fuerza uno nuevo, “la realidad social”.<br />
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Es decir, no encontraríamos ante una novela detectivesca donde a la intriga policíaca pura y dura se une, por un lado, la crítica y la denuncia social, y por otro, la marcada personalidad de sus protagonistas, lo que origina que éstos actúen de una forma ligeramente diferente a como lo hacen en la novela policíaca clásica. A esto, además, habría que añadir un mayor dinamismo y violencia en el desarrollo de la trama.<br />
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Pero en la práctica resulta difícil establecer los límites entre novela policíaca y novela negra, y de ahí que hoy en día haya una tendencia generalizada a clasificar como novela negra a todo aquello que huela a novela policíaca. Después de leer diferentes comentarios al respecto, he llegado a la conclusión de que ni siquiera los eruditos en la materia se ponen de acuerdo en dónde establecer estos límites.<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMjpzO2P7v5RTvw6_1k4kA_I5iJl8Rtl52UeLdixmSfnlaVymGmlMBOVZhKzlkD09cVAy2LX0qVcYaB_DuUSVHaWgwasdHuZBMssrkPhHPYnwxVk8RFTy9H5_ZNuQqG_aoSL4LGi141LY/s1600/Detective1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left:1em; margin-right:1em"><img border="0" height="240" width="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMjpzO2P7v5RTvw6_1k4kA_I5iJl8Rtl52UeLdixmSfnlaVymGmlMBOVZhKzlkD09cVAy2LX0qVcYaB_DuUSVHaWgwasdHuZBMssrkPhHPYnwxVk8RFTy9H5_ZNuQqG_aoSL4LGi141LY/s400/Detective1.jpg" /></a></div><br />
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Sin embargo, y dejando a un lado el concepto, el porqué del apelativo de novela negra es una cuestión que está bastante más clara. Se debió en gran medida a la publicación de estos relatos en la revista del género pulp “Black Mask”, creada en el año 1920 y que tuvo una exitosa acogida entre el público norteamericano. Después, en el año 1945 la Editorial francesa Gallimard editó una colección de libros que bautizó con el nombre de “Série Noire” por el color de sus portadas (negras con una cinta amarilla alrededor), que aglutinaba lo mejor y más selecto de la novela de detectives norteamericana. Estas dos célebres publicaciones, añadido a los ambientes oscuros que en ellas se reflejaban, fueron en su conjunto los elementos que consolidaron la denominación de “novela negra”.<br />
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Algunos citan a Edgar Allan Poe como padre de “este género”, con sus relatos Los asesinatos de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Roget (1842) y La carta robada (1849), que tienen como principal protagonista al detective aficionado Auguste Dupin. Pero os preguntaréis ¿a qué género te refieres, al policiaco o al negro? Una buena pregunta para la que, francamente, no tengo respuesta.<br />
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Lo que sí parece mas generalizado, es que hablar de novela negra es hablar de dos grandes pioneros del género, Raymond Chandler, creador del detective Philip Marlowe, y de Dashiell Hammett, creador del detective Sam Spade, al que muchos asociaremos con la imagen de un joven Humphrey Bogart.<br />
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Bueno, pues teniendo en cuenta todas estas cuestiones (fundamentalmente la de que hay una tendencia generalizada a llamar novela negra a la novela policíaca), os traigo aquí una pequeña selección de diez títulos relacionados con este género que no podemos, ni debemos, dejar de leer. Tengo claro que en esta lista no están todos los que son, pero también tengo claro que sí son todos los que están.<br />
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Os dejo con ellos. Qué los disfrutéis.<br />
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Los asesinatos de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe<br />
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Los crimenes de la calle Morgue. Edgar Allan Poe.<br />
En realidad no se trata de una novela, si no de un relato corto, el primero de la trilogía protagonizada por el detective creado por Poe, Monsieur C. Auguste Dupin, junto con El misterio de Marie Rogêt y La carta robada. Pero he querido incluirlo en esta lista, y además en primer lugar, porque como ya he dicho anteriormente, está calificada por muchos como la primera obra de éste género. El texto fue publicado por primera vez en el año 1841 en la revista Graham’s Magazine, de Filadelfia, y para su composición el autor se inspiró “libremente” en un caso real.<br />
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Un bárbaro asesinato de dos mujeres, madre e hija, se ha producido en un apartamento de una populosa calle de París. Las primeras pesquisas que lleva a cabo la brigada de investigaciones no dan resultado alguno, evidenciándose la impotencia de la policía para esclarecer los hechos. Finalmente se hace cargo del asunto un detective aficionado, Monsieur Dupin, quien tras intensa y brillante investigación, resuelve el caso al ofrecer una explicación extraordinaria.<br />
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El sabueso de los Baskerville, de Arthur Ignatius Conan Doyle<br />
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El sabueso de los Baskerville. Arthur Ignatius Conan Doyle<br />
Publicada en el año 1902, El sabueso de los Baskerville, es la más célebre de las novelas protagonizadas por Sherlock Holmes. Según cuentan las crónicas, Conan Doyle se encontraba en Cromer (Norflok) charlando con un amigo cuando éste le habló de la leyenda del perro feroz y fantasmal de un páramo próximo a la siniestra prisión de Dartmoor. El escritor se entusiasmo con la historia y los dos viajaron al lugar de la leyenda. En ese mismo viajé nació el argumento del libro.<br />
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El detective Sherlock Holmes, escoltado por el doctor Watson, acude a una antigua y lúgubre mansión para intentar resolver un misterioso crimen. Sobre los habitantes de la casa de los Baskerville pesa una terrible leyenda: un demonio, en forma de perro gigantesco, se les aparece cuando suena la hora de su muerte. Y la leyenda ha recobrado su valor sugestivo con la muerte inesperada de sir Charles, el último de los Baskerville que vivía en la antigua casa, y por los horribles aullidos que de tarde en tarde se escuchan en dirección a los pantanos de Grimpen.<br />
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De esta novela se rodaron cerca de 30 versiones, entre películas y series de televisión. La primera fue rodada en 1921, siendo el papel de Sherlock interpretado por Eille Norwood. Posteriormente, en 1939, Sidney Lanfield dirigió una versión protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce, para muchos los mejores Holmes y Watson, respectivamente.<br />
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Pero quizás la más popular, o al menos la mas conocida, es la que se estrenó en el año 1959, con guión de Peter Bryan, dirigida por Terence Fisher, y protagonizada, entre otros, por Peter Cushing (Sherlock Holmes), André Morell (Dr. John Watson), Christopher Lee (Sir Henry), y Marla Landi (Cecile Stapleton).<br />
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El halcón maltés, de Samuel Dashiell Hammett<br />
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El halcón maltés. Samuel Dashiell Hammett<br />
En 1930 se publicaba esta novela protagonizada por Sam Spade, un detective de ficción, inflexible, irónico y duro, creado por el escritor estadounidense Dashiell Hammett.<br />
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Una estatuilla con figura de halcón que los caballeros de la Orden de Malta regalaron al emperador Carlos V en 1530 ha sido objeto, durante más de cuatro siglos, de robos y extravíos. Cuando, tras mil peripecias, llega a la ciudad de San Francisco, un grupo de delincuentes trata de apoderarse de ella, lo que da lugar a conflictos, asesinatos y pasiones exacerbadas. A ello contribuye el detective Sam Spade mediante el empleo de la violencia más cruda y la creación de situaciones arriesgadas e imprevisibles, aunque siempre esclarecedoras.<br />
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Diversas adaptaciones de la novela fueron llevadas a la pantalla, pero sin duda la mas famosa es la realizada en 1941 por John Huston, y protagonizada por Humphrey Bogart en el papel de Spade. Completan el reparto Mary Astor, Gladys George, Peter Lorre, Barton MacLane, Lee Patrick, Sydney Greenstreet, Elisha Cook Jr., Ward Bond, Walter Huston, y Jerome Cowan<br />
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El Cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain<br />
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El Cartero siempre llama dos veces. James M. Cain<br />
Publicada en el año 1934, se trata de una novela de acción rápida y de extensión breve, puesto que apenas llega a las 100 páginas en la mayoría de sus ediciones. La novela tuvo un gran éxito desde su publicación, aunque llegó a ser prohibida por las autoridades de Boston por su contenido de violencia y sexo, una mezcla explosiva que causó conmoción en su momento. Hoy en día es considerada una de las obras cumbres del género negro.<br />
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Frank, un trotamundos sin empleo, narra en primera persona la atracción que siente por Cora, la esposa de un emigrante de origen griego propietario de una taberna en California, y cómo se vuelven amantes unidos por el ardor y la ambición. Ambos idean un “accidente” para que éste muera. Pero las cosas no son tan sencillas y no será tan fácil librarse del viejo marido. La cantidad de intereses creados en el caso golpea y debilita la confianza mutua de la flamante pareja. Y habrá que contar, además, con el inescrutable destino, ese cartero que siempre llama dos veces.<br />
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En el año 1981, Bob Rafelson, con guión David Mamet, llevaría al cine con gran éxito una adaptación de esta novela. Jack Nicholson, y Jessica Lange serían los encargados de dar vida a sus protagonistas.<br />
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¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy<br />
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¿Acaso no matan a los caballos?. Horace McCoy<br />
Publicada en el año 1935, esta novela está considerada como un ejemplo de la novela negra.<br />
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La Gran Depresión de los años treinta obligó a mucha gente a tomar medidas desesperadas para sobrevivir. Los concursos de resistencia de baile, que florecieron en aquella época, parecían una manera fácil de ganar dinero extra, uno sólo tenía que bailar hasta caer rendido. En esta novela asistiremos, hora tras hora, al escalofriante espectáculo que dan dos de los bailarines.<br />
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La historia cuenta la tragedia ocurrida durante uno de esos maratones de baile. Gloria, una de las participantes, cansada de buscar trabajo, pide a su compañero que la libere de su sufrimiento. Robert se apiadará de ella como si de un caballo herido se tratara.<br />
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Sydney Pollack llevó al cine en el año 1969 la adaptación de esta novela, que fue comercializada en España bajo el título de Danzad, danzad, malditos. Jane Fonda, y Michael Sarrazin, en los papeles de Gloria y Robert, respectivamente, protagonizarían esta película.<br />
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Diez negritos, de Agatha Christie<br />
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Diez negritos. Agatha Christie<br />
Inicialmente, cuando se publicó en el año 1939 en Gran Bretaña, llevaba el título de Diez negritos. Posteriormente, en épocas de mayor sensibilidad social se editó bajo el título de Y no quedó ninguno. En Estados Unidos se publicó con el título Diez inditos.<br />
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Curiosamente, esta novela no está protagonizada por ninguno de los detectives habituales de Ágata Christie, Poirot y Miss Marple, entre otras cosas, porque no existe la figura del policía investigador.<br />
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Diez personas reciben cartas firmadas por un desconocido Mr. Owen, que las invita a pasar unos días en la mansión que tiene en uno de los islotes de la costa de Devon. La primera noche, después de la cena, una voz los acusa, de ser culpables de un crimen. Lo que parece ser una broma macabra se convierte en una espantosa realidad cuando, uno por uno, los diez invitados son asesinados en un atmósfera de miedo y mutuas recriminaciones. La clave parece estar en una vieja canción infantil: ‘Diez negritos se fueron a cenar, uno se ahogó y quedaron nueve. Nueve negritos trasnocharon mucho, uno no despertó, y quedaron ocho…’.<br />
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Al menos en tres ocasiones esta novela ha sido llevada a la gran pantalla. La primera en el año 1945, bajo la dirección de René Clair. Posteriormente, en los años 1965 y 1974, fueron George Pollock, y Peter Collinson, respectivamente, los encargados de dirigir sendas adaptaciones.<br />
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El largo adiós, de Raymond Thornton Chandler<br />
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El largo adiós. Raymond Thornton Chandler<br />
Esta novela, publicada en el año 1953, es la más extensa de las novelas de Raymond Chandler, creador de uno de los detectives privados ficticios más conocidos, Philip Marlowe, a quien dio vida por primera vez allá por el año 1934 con una historia corta denominada Finger Man.<br />
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El largo adiós discurre a través de una compleja trama. Philip Marlowe entabla una breve amistad con Terry Lennox, millonario consorte y veterano de guerra. La frágil naturaleza existencial de Lennox hace que enseguida Marlowe sienta simpatía por él. Es por ello que le ayuda a llegar a la frontera, desde donde Lennox tiene la intención de recuperar su vida lejos del entorno de su acaudalada mujer. La cosa se complica cuando la esposa de aparece brutalmente asesinada en el domicilio conyugal. Marlowe se ve implicado como sospechoso y cómplice del crimen, pero está firmemente convencido de que Terry Lennox no tiene nada que ver en este sucio asunto.<br />
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En el año 1973, Elliott Gould daría vida en la gran pantalla al detective Philip Marlowe, bajo la atenta dirección de Robert Altman, en un guión de Leigh Brackett.<br />
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1280 almas, de James Myers Thompson<br />
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1280 almas. James Myers Thompson<br />
Escrita por James M. Thompson, excepcional escritor aunque atormentado por el alcohol y maldito en su tiempo, está catalogada como un clásico de la novela negra. Fue publicada por primera vez en el año 1964. Thompson no sólo es conocido por los amantes de la literatura, sino también por los amantes del cine, desde que Stanley Kubrick acudiera a él para realizar los guiones de dos grandes películas, Atraco perfecto y Senderos de gloria.<br />
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En 1280 almas el delincuente es el protagonista. Como sheriff de Potts County, una pequeña población rural de la América más profunda, Nick Corey dedica gran parte de su tiempo a comer, dormir y eludir los problemas que surgen en el pueblo. Su máximo deseo es que la gente lo deje en paz. Pero, ante la proximidad de las elecciones, Nick Corey ve que su permanencia en el cargo peligra y por ello decide poner remedio a la situación. La solución que adopta no es la que anhelan los 1.280 habitantes del pueblo, es decir, que ponga fin a su haraganería y corrupción, sino que más bien consiste en «limpiar» el pueblo. Empezará por un par de tipejos que tienen por costumbre mofarse de él y seguirá con unos cuantos habitantes más. La cuestión es apartar de su camino a las personas que más le incordian.<br />
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Bajo el título original de “Coup de torchon”, Bertrand Tavernier dirigiría y guionizaría en el año 1981 una adaptación algo libre de esta novela. Ambientada en la África colonial francesa de 1938, relata la historia de un inepto jefe de policía que pretende implantar la justicia por su propia mano. Fue nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa en el año 1982.<br />
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Los mares del Sur, de Manuel Vázquez Montalbán<br />
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Los mares del Sur. Manuel Vázquez Montalbán<br />
No podía faltar en esta lista alguno de los títulos del escritor español Manuel Vázquez Montalbán, famoso por sus novelas de este género protagonizadas por el detective de su invención, Pepe Carvalho.<br />
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Los mares del Sur se desarrolla en la Barcelona de 1979. Stuart Pedrell, un importante hombre de negocios, aparece muerto cuando todo el mundo le suponía haciendo un viaje por la Polinesia. El detective Pepe Carvalho tiene que investigar el crimen y poco a poco empieza a conocer la peculiar personalidad de la víctima y su obsesión por seguir los pasos de Gauguin e irse a los mares del Sur. Una novela que refleja los conflictos personales y colectivos de la España de entonces.<br />
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En el año 1992, el actor español Juan Luis Galiardo, dirigido por Manuel Esteban Marquilles, protagonizaría la adaptación cinematográfica de esta novela. Pero quizás sea la imagen del también actor español, Juanjo Puigcorbé, la que, tras interpretar a Carvalho en seis adaptaciones cinematográficas, relacionemos más con este popular detective.<br />
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Asesinos sin rostro, de Henning Mankell<br />
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Asesinos sin rostro. Henning Mankell<br />
Henning Mankell es un escritor y dramaturgo sueco, nacido en el año 1948, reconocido internacionalmente por su serie de novela negra sobre el inspector de policía Wallander, un personaje repleto de humanidad y de sensibilidad cotidiana.<br />
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Asesinos sin rostro, es la primera novela de esta serie y fue publicada por primera vez en el año 1991.<br />
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En este histórico primer encuentro con sus lectores, el inspector Wallander debe resolver un caso casi tan complicado como su vida personal. Mientras procura desenmascarar a los despiadados asesinos de una anciana que ha muerto con la palabra “extranjero” en la boca antes de que los prejuicios raciales latentes en la comunidad desaten una ola de violencia vengadora, Wallander debe enfrentar el abandono de su esposa, la hostilidad de su hija, la demencia senil de su padre y hasta su propio deterioro físico a causa del exceso de alcohol y comida barata y la falta de sueño.<br />
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Aunque me han hablado muy bien de ella, y por eso la incluyo en esta lista, confieso que todavía no he leído esta novela, pero prometo hacerlo en breve y, por supuesto, hacer la correspondiente reseña.<br />
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Y cómo no, también tenemos película de esta novela. Se trata en esta ocasión de una producción sueca, dirigida en el año 1995 por Pelle Berglund, e interpretada por Rolf Lassgard en el papel de Wallander.<br />
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Y estas son mis diez recomendaciones, las diez joyas de las que hablo en el título.<br />
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Pero no quiero cerrar este post sin hablaros de un libro que me han recomendado recientemente, también relacionado con este género, y que he decidido incluirlo en esta entrada a modo de “propina” a nuestros lectores. Se trata de la novela ganadora del XXXII Premio Ateneo de Sevilla, Bellísimas personas, del catalán Andrey Martin Farrero.<br />
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Bellísimas personas (2000 ), de Andreu Martín Farrero<br />
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Bellísimas personas. Andreu Martín Farrero<br />
En Barcelona, a finales de 1978, a punto de ser abolida por fin la pena de muerte en España, secuestran al niño Daniel Cortés. Casi veinte años después, cuando Ramón Estévez, alias el Mentiroso de Cornellá -acusado del secuestro y que ya disfruta del régimen abierto-, acaba de cumplir su condena, una joven periodista decide investigar el suceso. Pero pronto aquella investigación aparentemente inofensiva se convertirá en un vertiginosos descenso a los infiernos, en busca de las verdaderas razones del criminal y de las más profundas raíces del crimen.<br />
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francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-30426227205939488582012-09-12T08:09:00.003-07:002012-09-12T08:09:59.354-07:00Las distintas caras de David Foster WallaceTomado de blogs.20minutos.es<br />
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Acaban de editar en los EE UU, hace solamente unos días, Every Love Story is a Ghost Story (Viking-Penguin), la primera biografía sobre el escritor David Foster Wallace, muerto por suicidio en 2008, a los 46 años. El libro, cuyo título (Toda historia de amor es un cuento de fantasmas) proviene de una cita de la floja novela póstuma El rey pálido—, está (muy bien) escrito por D.T. Max, que ha tenido acceso a la correspondencia privada del biografiado y ha entrevistado a todo su círculo de familiares y amigos.<br />
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La lectura de Every Love Story is a Ghost Story, que acabo de consumar, es una experiencia dolorosa para cualquiera que haya apreciado el genio de las pocas pero deslumbrantes obras que nos dejó Wallace.<br />
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Martin Amis —a quien la mala baba no desacredita como avezado espectador literario— suele dar un consejo a los lectores: “Identifícate con el autor, no con los personajes. Tu afinidad nunca es con ellos, sino con el escritor. Los personajes son meros artefactos“. Pese a que la aplicación del exhorto es causa frecuente de desilusión, creo en su verdad: el personaje no importa, importa quien fue capaz de crearlo.<br />
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La biografía de DFW —siglas ya universales para hablar del escritor más copiado de Occidente por los aspirantes a narradores menores de 30 años (esos de quien Amis, otra vez con bastante razón, recomienda no leer ni una línea, porque sólo hablan de ellos mismos y les importa un pimiento el lector)— se devora con una sensación que no debe diferir demasiado de la experimentada por quien mata a un amigo. Si alguien mitifica al escritor y se siente identificado con él, debe alejarse del libro.<br />
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Como todavía pasará algún tiempo antes de que las morosas editoriales españolas se animen a publicar la biografía —sólo cuando DFW se ahorcó editaron algunas de sus obras y hay otras que todavía están esperando—, voy a dedicar nuestra sección quirúrgica de los miércoles (Cotilleando a... la llamamos, seguramente con un punto de mal gusto) a revelar algunos de los hallazgos del biógrafo en torno el carácter, el comportamiento y la personalidad del biografiado, que este año hubiera cumplido 50.<br />
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Atención: esto es un spoiler sobre la vida de DFW que detalla el libro biográfico. Fans acríticos y veneradores pueden sufrir con su lectura. Lo advierto porque estoy en el caso y cometí el error.<br />
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1. Envidioso. DFW sentía una destructiva envidia hacia otros escritores de su generación, en especial contra William T. Vollmann Wollmann, a quien no perdonaba su capacidad productiva, enorme brillantez y valentía personal para implicarse en espinosas cuestiones sociales. Cenaron juntos en una ocasión y DFW, fundamentalmente un burgués, se encargó de desacreditar luego a su rival, ante terceros y sin que Vollmann estuviese presente, por los “pésimos modales en la mesa” de aquel “gordo tragón”.<br />
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2. Pro-Reagan. En las elecciones presidenciales de 1992 1984 DFW votó por el conservador Ronald Reagan. También admiraba al millonario metido en política Ross Perot, quien llegó a proponer que el Ejército patrullase las ciudades para combatir la delincuencia. “Necesitamos a locos de ese calibre para arreglar las cosas en este país”, dijo el escritor a uno de sus amigos. DFW sólo se acercó a un tibio liberalismo tras su viaje por el vientre del dragón fascista al cubrir para la revista Rolling Stone la campaña del candidato John McCain, rival de Barack Obama en 2000 2008.<br />
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3. Tenista mediocre. Pese a lo que afirmó en muchas entrevistas y mantuvo en algunos de sus deliciosos ensayos de noficción —como este sobre su veneración por Federer (y desprecio por Nadal) y sobre todo, este otro, el merecidamente celebrado Tenis, trigonometría y tornados, donde señaló que estuvo a punto de ser un jugador “casi maravilloso”— , DFW era un tenista de medio pelo que sólo alcanzó el décimo primer puesto entre los jugadores de la zona central de su estado, Illinois. Todos sus compañeros de equipo en el instituto de Urbana le ganaban de calle. En su fascinación por el deporte de la raqueta tuvo bastante que ver el atrezzo: bandana, pantalón corto, cordones de colores en los botines… Le parecía “muy cool“.<br />
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4. La raqueta y la bandana, una coartada. Durante años utilizó el tenis como una coartada para justificar el trauma que sentía por sufrir de hipersudoración. El caudal de las glándulas sudoríparas de DFW era enorme en cualquier momento, incluso en descanso. Durante sus ataques de angustia, la situación empeoraba. En la universidad y en sus primeros años como profesor de Literatura llevaba la raqueta y una toalla encima para intentar enmascarar con una falsa práctica deportiva la hiperidrosis que sufría. La sempiterna bandana en el pelo tenía una sola función: absorber sudor. También llevaba consigo hilo dental, que escondía en los calcetines.<br />
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5. La Cosa Mala. Desde la adolescencia sufrió de crisis de ansiedad y depresión, enfermedades que no fueron diagnosticadas hasta 1982 tras un episodio grave y paralizante que le obligó a abandonar temporalmente los estudios en la prestigiosa universidad de Amherst —privada y clasista: unos 60.000 dólares por curso, uno de los alumnos en la época de DFW era Alberto de Mónaco—. Dos años más tarde fue internado por primera vez en un hospital psiquiátrico, donde emitieron la diagnosis de depresión atípica, caracterizada por cambios reactivos de humor. Desde entonces, DFW vivió medicándose a diario (en una ocasión intentó dejar a la brava los antidepresivos y terminó en el hospital tras una tentativa de suicidio). Tomó muchos químicos, sobre todo Tofranil, Advil, Nardil y Xanax, fue sometido a varias sesiones de electrochoques y consultó con terapeutas de toda condición, pero “the Bad Thing” (la Cosa Mala), como llamaba a la depresión en sus diarios y cartas, no le dejaba vivir en paz.<br />
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6. Marihuanero. Los primeros ataques de ansiedad de DFW coincidieron con su inició en el consumo de marihuana —que mantuvo durante casi toda la vida—. Le gustaba tanto que se ofrecía a redactar trabajos escolares a cambio de hierba. También le gustaban los hongos alucinógenos (“te hacen pensar que eres más inteligente de lo que eres y eso resulta gracioso, al menos por un rato”, escribió a un amigo) y eventualmente tomaba LSD y cocaína.<br />
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7. Literatura contra el dolor de ser. DFW no fue un escritor precoz. Hasta 1983 no escribió nada que se pareciese a ficción y ni siquiera era un lector ávido: consumía novelas como fuente informativa o para relajarse y le gustaban tanto el porno dieciochesco como las tramas hard-boiled de Ed McBain. Todo cambió cuando leyó por casualidad a Donald Barthelme, padre del lenguaje quebrado del posmodernismo, y, sobre todo, a Thomas Pynchon (acabó El arcoiris de la gravedad en ocho noches de consumo afiebrado) y Don DeLillo, en quienes encontró una voz conmovedora, loca y nueva. Se obsesionó tanto con ambos (“era como Bob Dylan al encontrar a Woody Guthrie“, dice en la biografía uno de los amigos de universidad de DFW), que decidió cambiar sus planes académicos iniciales —dedicarse a la Filosofía y la Lingüística— y concentrarse en la literatura. Después de varios relatos se atrevió con una novela, The Broom of the System (La escoba del sistema, ¡todavía inédita en español!), en la que intentó con demasiada inocencia emular los niveles superpuestos de Pynchon y los diálogos pop de DeLillo. Presentó el texto como parte de su tesis de doctorado en 1985 y le pusieron la nota máxima con una mención especial (entregó al mismo tiempo un ensayo de lógica formal sobre el fatalismo, Fate, Time, and Language: An Essay on Free Will, tampoco traducido), pero lo realmente importante es que la novela le permitió descubrir, señala su biógrafo, que “escribir ficción le liberaba del dolor de ser él mismo”. El debut literario encontró editor dos años más tarde. “Un Pynchon pueril”, dijo una crítica.<br />
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8. Fundación para Niños sin Rumbo. Los padres de DFW fueron siempre una sombra y un espejo, un cobijo y una trampa. El padre, James D. Wallace, era doctor en Moral y Ética. La madre, Sally Foster —de quien DFW mantuvo en la firma literaria el apellido de soltera— procedía de una saga de granjeros, había aprendido a leer con la Biblia y se había licenciado en Inglés. DFW y su hermana Amy, dos años menor, consideraban a los padres la pareja ideal y al hogar una maquinaria perfecta donde todo era felicidad (cuando crecieron llamaban al cobijo The Mr. and Mrs. Wallace Fund for Aimless Children, la Fundación del Sr. y la Sra. Wallace para Niños sin Rumbo). Muy inseguro de sí mismo, DFW se desdobló en una simbiosis de ambos: estudió Filosofía para no decepcionar a su padre y desarrolló una fanática y brillante epistemología gramatical como su madre, una mujer capaz de poner una reclamación en un supermercado porque en un cartel había una falta gramatical. El matrimonio tuvo una crisis cuando los hijos eran adolescentes y toda la familia fue a un consejero, lo que sacó a relucir demasiados trapos sucios, como la crueldad con que DFW trataba a Amy.<br />
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9. Las diez horas de errores de un alcohólico. DFW bebía con inmoderación y durante su vida acudió varias veces a grupos de apoyo (escribió sus experiencias en un centro una candorosa carta anónima que le atribuyen, donde confiesa que su record de abstinencia de drogas fue de tres meses seguidos). En 1988 se alistó en un grupo especialmente rígido en Tucson (Arizona). Le obligaron a recapitular sobre los errores de su vida y habló durante diez horas de su ansiedad, de la Cosa Mala, del temor a no ser capaz de escribir, de la envidia y la competitividad. Luego tuvo que disculparse ante todos aquellos a los que había engañado o causado dolor: escribió a Amy para pedirle perdón, a un profesor a quien entregó trabajos copiados, a mujeres a las que había sido infiel… Más tarde le recomedaron rezar y encomendarse a un poder superior. Fue demasiado para un escéptico y volvió a la marihuana y el alcohol, retirado en una pequeña cabaña en el desierto. En esta época le enviaron las galeradas de un escritor novato, Jonathan Franzen, que se convertiría en uno de sus mejores amigos.<br />
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10. Planeando un asesinato. En 1990 DFW se prendó de Mary Karr, una poeta siete años mayor que él, segura de sí misma y libre pese a estar casada y tener un hijo. La veía como su ángel salvador, la mujer que podría darle la seguridad que no encontraba, pese a que ella consideraba que los libros de DFW “poco directos”. La obsesión de DFW —que le llevó al ridículo de referirse a sí mismo como el Desventurado Werther— le hizo considerar seriamente la idea de matar al marido de Karr con un revolver que pretendía conseguir a través de uno de sus excompañeros de Alcohólicos Anónimos. DFW y Karr vivieron juntos unos meses en 1991, pero ella se cansó de que él la considerase “una madre rehabilitadora” y él la acusó de ser “demasiado violenta”.<br />
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11. “Adicto al sexo”. DFW se definió así en más de una ocasión para justificar sus aventuras y traiciones. Tuvo muchos líos de un día, sobre todo a partir de la notoriedad que alcanzó como personaje público con La broma infinita, editada en inglés en 1996. En las giras de promoción de sus libros se comportaba como una estrella de rock, fichando a groupies para pasar la noche. Con sus amigos de confianza era groseramente sincero sobre sus intenciones: “poner mi pene en cuantas vaginas sea posible”, confesó a Franzen.<br />
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12. Bomba sucia escuchando a Brian Eno. En 1982, tras su primer colapso de ansiedad depresiva, cambió de aspecto de manera radical. Si hasta entonces llevaba camisetas y sudaderas de equipos de béisbol, pantalones chinos y gorras de visera, con un aspecto de chico limpio del Medio Oeste, empezó a comprar ropa de segunda mano, oscura y ajada y botas Timberland, siguiendo los dictados del estilo que entonces se conocía como dirt bomb (bomba sucia). La crisis también modificó sus gustos musicales: de Reo Speedwagon, Kiss y Deep Purple pasó a interesarse por música menos complaciente y facilona: Joy Division, Squeeze y, sobre todo, Brian Eno, al que era capaz de utilizar como fondo sonoro sin descanso (canción favorita: The Big Ship).<br />
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13. Encerrado en el camarote. En marzo de 1995 la revista Harper le encargo un texto vivencial sobre un crucero de lujo por el Caribe. Muy a su pesar —sufría de fobia al mar y los tiburones (también a los insectos)—, DFW se embarcó en el barco Zenith para una semana de navegación por el Golfo de México. Como en el crucero abundaba el alcohol y estaba en una de sus etapas de limpieza, se encerró en el camarote durante buena parte del tiempo, fumando casi cuatro cajetillas de cigarros al día y saliendo sólo para visitar la pequeña biblioteca de a bordo. El largo manuscrito que entregó a la revista, publicado en origen como Shipping Out y más tarde, en libro, como Also supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, tiene la forma de un reportaje, pero casi todo es ficción. Es una de sus mejores piezas literarias.<br />
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14. Señores Wallace. En la Navidad de 2004, DFW se casó con la artista plástica Karen Green, a la que había conocido dos años antes cuando ella le pidió permiso para hacer una obra basada en un cuento. Durante un tiempo, la estabilidad fue notable: él era capaz de organizarse mejor (incluso sacaba la basura, algo de lo que nunca se había preocupado), jugaban al ajedrez (ganaba siempre ella) y veían juntos su serie favorita de televisión, The Wire. En 2007 DFW intentó dejar la medicación antidepresiva, pero los resultados fueron espantosos: tomó una sobredosis de un medicamento contra el insomnio, tuvo que ser hospitalizado y fue sometido a una docena de sesiones de electrochoques. Cuando le dieron el alta era una piltrafa, tenía episodios de amnesia, apenas podía hablar, dejó de escribir… Su familia decidió no dejarlo solo y le acompañaban por turnos.<br />
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15. El quiropráctico. Durante sus últimas semanas en el mundo, DFW anotó en su diario muchas listas de “miedos y temores”, pero también de “agradecimiento”. Se hizo con una soga y buscó un momento adecuado. El 12 de septiembre de 2008, viernes, sugirió a Green que fuese a su galería a hacer gestiones —a diez minutos en coche de la granja donde vivían, en Claremont-California— mientras él se quedaba en casa preparando la cena. A ella le pareció buena idea (“David tenía cita con el quiropráctico el lunes, no te suicidas si tienes que ver al quiropráctico”, recuerda con triste amargura). DFW apagó las luces de la casa, entró en el garaje, ató la cuerda a una viga, se subió en una silla, se ajustó el lazo al cuello, dió una patada a la silla y se dejó morir. Antes había ordenado todos sus papeles, discos de datos y manuscritos en una pila para que los localizasen sin esfuerzo.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-32717593780039808272012-08-27T08:15:00.000-07:002012-08-27T08:15:10.041-07:00SobrevivirCada día nos enfrentamos a distintos retos. Nos levantamos y tras despabilarnos, lo primero que se nos viene a la mente es cómo vamos a pasar el día, cómo vamos a resolver lo pendiente, cómo sobrevivir a este país. Son luchas cotidianas, invisibles, que libramos constantemente y que a veces pasan desapercibidas, como las que realizan las mamás tratando de multiplicar la comida para que alcance para todos. Como las de aquellos que salen de madrugada para su trabajo, a pie, subiendo cuestas, saltando charcos, evitando camionetas refugiándose en las orillas de las carreteras. O aquellos que se suben a la moto, con mujer y dos hijos y cual lecheros reparten familia entre escuelas y oficinas. Sí, sobrevivir en este país, que nos reta a dejar la vida en cualquier esquina, es tomar el machete, cortar la grama ajena, limpiar la maleza de terrenos baldíos; es salir a la calle con una armónica y caminar decenas de kilómetros ofreciendo afilar cuchillos, reparar zapatos rotos. Es caminar con un hijo en la espalda, mientras las manos se revientan por cargar fruta, manías o flores. Es también pararse debajo del sol por más de 8 horas, levantar la mano para dar la vía, aspirar humo negro, recibir insultos, lluvia y hasta polvo. Lo es también desgalillarse frente a estudiantes, calificar, preparar clases. Me quedo corto, lo cierto es que todos los días nos transformamos en hormigas, salimos a “cazar” los alimentos, evitamos que nos aplaste un malicioso pie o un oso hormiguero hambriento. Además de trabajar, estudiar, salir adelante, debemos sortear la violencia, cierta estupidez política y burocrática. También la insolencia de algunos, egoísmos, ansias de corrupción y degeneración.<br />
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Si lo logramos, llegamos felices a nuestras casas, saludamos, acariciamos al perro, comemos, nos dormimos, como preparándonos para sobrevivir al día siguiente.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-65354814615782301082012-08-24T12:52:00.001-07:002012-08-24T12:52:21.649-07:00MiculaxMiculax, una novela de Jorge Godínez<br />
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Crecí en las cercanías del Cerrito del Carmen durante una época en la que los adultos nos prevenían del nunca visto Hombre del costal o del Robachicos, quienes desaparecían a los chicos para siempre. Cuanto más me empecinaba en deslizarme con cartones por el lomo del cerro me amenazaban con la inminente llegada de Miculax, quien engañaba con unos conejitos, abusaba y luego mataba a los pequeños. No cabe duda, que los patojos de esa época pensábamos que era mejor estarse en casa jugando Tenta o Un dos, tres chiribicuarta, que estar en la calle, ser alcanzados por algunos de estos malhechores y ser convertidos en jabón de coche. <br />
Aunque los asesinatos que cometió José María Miculax Bux fueron realizados en la década de los cuarenta, su imagen y presencia continúa viva, especialmente ahora que la editorial Oscar de León Palacios lanzó la segunda edición de la novela Miculax, del escritor y músico guatemalteco Jorge Godínez.<br />
Se trata de un texto sumamente documentado, con informes psicológicos, médicos, judiciales, históricos y demás, en el que se reconstruyen varios de los asesinatos de niños ocurridos por este “Serial Killer” guatemalteco, nacido en Patzicía en 1925. La producción literaria de Godínez abarca teatro: La calle donde tú bebes, ¡Qué lindo ser feo! y narrativa: Rockstalgia, Electro Show, entre otras. Miculax fue editada por vez primera en 1991 por la misma editorial y ahora, los lectores pueden adquirirla con algunos importantes y necesarios cambios. A pesar que Guatemala es un país que tiene diversos asesinos en serie ¿genocidas de importación? ¿Conductores colectivos ebrios?, son escasas las obras que tratan el tema de suspenso, misterio o de corte policial. Esta novela ofrece el perfil de este psicópata, su forma de operar, la descripción de los crímenes, su ejecución, el desmembramiento y estudio de su cabeza y hasta su robo.<br />
francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-89677544334864197222012-08-21T09:30:00.000-07:002012-08-21T09:30:10.807-07:00Descubren "Los planes del crimen"Tomado de rionegro.com.ar<br />
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La trastienda del proceso creativo de Agatha Christie, desde el final inédito de su primer libro hasta las ideas que no llegó a emplear en el último, aparecen reunidos junto a una serie de textos inéditos en el volumen "Los planes del crimen", compilado por el investigador John Curran.<br />
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Al momento de su muerte, en 1976, Agatha Christie se había convertido en la escritora más popular del mundo: con ventas récords en todo el mundo y publicada en más de 100 países, había conseguido editar más de un libro al año desde la década de 1920, todos ellos convertidos en best-seller.<br />
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Tras la muerte de su hija Rosalind, a finales de 2004, salió a la luz un cuantioso legado integrado por 73 cuadernos escritos a mano que habían permanecido en gran parte ignorados, probablemente debido a que la intrincada caligrafía de la autora de "Asesinato en el Orient Express" era muy dificultosa de descifrar.<br />
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El investigador John Curran comenzó a trabajar en la revisión de estos textos y armó una obra, titulada precisamente "Los cuadernos secretos" (2010), cuyo propósito fue testimoniar cómo sus anotaciones, listados y borradores devinieron libros y obras de teatro.<br />
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Dos años después de aquella publicación, el archivista y experto presenta una nueva antología, "Los planes del crimen", que recorre seis décadas de la vida de Agatha Christie a través de extractos y relatos de sus archivos, inéditos hasta el momento, entre ellos un texto desconocido sobre uno de sus personajes más célebres: la señorita Marple.<br />
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La obra incluye un prólogo de David Suchet quien, para la mayoría de aficionados a la escritora de novelas de suspenso, es la cristalización material del personaje de Hércules Poirot, ya que durante veinte años interpretó al detective belga en una serie de televisión.<br />
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Los entresijos de los casos de Poirot y la señorita Marple irrumpen en esta serie de textos cuya fuente inobjetable son los cuadernos que la escritora nacida en 1890 siempre llevaba encima: "La verdad, aunque sea decepcionante, es que no trabajo con mucho método", confesó ella alguna vez.<br />
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"Parece un auténtico ejercicio de taquigrafía", explica Curran en la obra a propósito de los cuadernos de la escritora, que incluyen desde esbozos literarios hasta listas de la compra o libros que le habían fascinado, entre ellos "Ivanhoe".<br />
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"Los planes del crimen", editado por el sello Suma, ofrece un relato con distintas versiones de la señorita Marple: "El caso de la mujer del portero" apareció en 1942 y sirve de preludio, según Curran, a una de las mejores novelas de Christie, "Noche eterna", escrita un cuarto de siglo después.<br />
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También hay verdaderos tesoros, como el final original de "El misterioso caso de Styles", que fue cambiado luego por pedido del editor de la escritora y supuso el debut del personaje de Poirot, allá por 1920.<br />
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Curran, uno de los mayores expertos del mundo en la autora, vive en Dublín, editó durante años el boletín informativo oficial de Agatha Christie y fue asesor del National Trust durante la restauración de Greenway House, la casa de la autora en Devon.<br />
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Su investigación demuestra que Christie estuvo atenta a su mundo, sobre todo, a los cambios que llegaron tras la Segunda Guerra Mundial: en sus apuntes se aprecian esbozos de "thrillers" más modernos e ideas inconclusas de proyectos.<br />
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La obra también reafirma la fascinación de la autora de "Cianuro espumoso" y "Muerte en el Nilo" por la figura de Poirot, que apareció en 33 de sus novelas y 54 relatos cortos.<br />
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"Era el comienzo del otoño de 1914. Los refugiados belgas estaban por todas partes. ¿Por qué no poner un refugiado belga de detective, una mente preclara retirada del cuerpo de policía belga? ¿Qué tipo de persona sería, con un nombre más bien grandilocuente? Hércules algo. Hércules Poirot, sí, eso valdría. ¿Qué más? Sería muy pulcro. muy metódico (¿Será porque yo soy una persona tan desordenada?)", evoca la propia escritora.<br />
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La escritora confiesa más adelante que ha sentido "antipatía" por el detective, ya que se ve atada por él, aunque no deja de reconocer que le debe mucho "desde el punto de vista económico".<br />
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Las libretas también revelan la evolución de Christie, quien en los años 50 se centra más en su producción teatral y que en los 60 recupera a una anciana señorita Marple para reflexionar sobre la vida, proyectándose ella en las reflexiones de su personaje.<br />
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"Los planes del crimen" testimonia también cómo en los 70, la ya octogenaria autora sigue escribiendo libros, aunque de menor calidad que los de su producción anterior: "Pero a esa altura, eso ya da igual", señala Curran.<br />
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El especialista analiza en este volumen más de veinte novelas de Christie y muestra así la evolución de su estilo a lo largo de las décadas, incluyendo la influencia de la vida cultural de los años 60 y 70, así como una hipótesis que lo lleva a conjeturar cómo habría sido el libro final que no llegó a escribir.<br />
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La obra incluye varios pasajes de sus archivos reproducidos en su totalidad, entre los que se encuentran el relato inédito "El hombre que sabía", el ensayo breve "Cómo creé a Hércules Poirot" y el mencionado borrador inicial de un relato de la señorita Marple. (Télam)francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-1388547267720669352012-08-08T14:30:00.000-07:002012-08-08T14:30:05.435-07:00Perseguido por las furiasTomado de El Malpensante.com<br />
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Un retrato urgente de Bobby Fischer (1943-2008)<br />
Pablo Arango<br />
Fue a un tiempo el más brillante y el más loco de los grandes ajedrecistas del último siglo. Lejos del tablero, nadie le ganaba a la hora de meterse en líos.<br />
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Oscar Wilde dijo que la realidad imita al arte. Una de las más increíbles, felices y trágicas confirmaciones es el caso de Bobby Fischer. En 1935, Elías Canetti publicó su única novela, que había escrito en 1930 (Auto de fe, Muchnik Editores, 1980). Uno de los personajes se llama Fischerle, quien se introduce a sí mismo diciendo “¿Juega usted al ajedrez?... Un hombre que no juega al ajedrez no es un hombre”. Y el narrador completa: “Durante el juego, sus adversarios le temían demasiado para importunarlo con objeciones; pues su venganza era terrible... [Pero] en las apuestas entre partida y partida –pasaba la mitad de su vida ante el tablero–, lo trataban como correspondía a su persona. Él hubiera preferido jugar sin interrupciones. Soñaba con una vida en la que se pudiera comer y dormir mientras jugase el adversario... había una categoría de hombres que Fischerle odiaba en este mundo: los campeones mundiales de ajedrez. Con una especie de furia maligna seguía todas las partidas importantes que se publicaban en revistas y periódicos. Partida que estudiaba, partida que le quedaba grabada durante años”. En un pasaje en el que Fischerle imagina que lo entrevistan, declara: “Señores, estoy muy sorprendido al ver que en todas partes me llaman Fischerle. Mi nombre es Fischer”.<br />
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Robert James Fischer nació en Chicago en 1943. A los seis años aprendió a jugar al ajedrez, y de los 13 a los 30 cambió para siempre la historia del juego, y se convirtió sucesivamente en un ícono, un héroe y un bandido. Sólo vivió para el ajedrez. En 1971, en la antigua Yugoslavia, el maestro Dimitri Bjelica lo invitó a presenciar en primera fila una representación teatral de la vida de Van Gogh. Cuando se sentaron, Fischer sacó su ajado tablero de bolsillo, y sólo levantaba la cabeza para preguntarle a Bjelica: “¿qué opinas de esta jugada del alfil?”. Lo único que alcanzó a entender de la representación fue que Van Gogh se había mochado una oreja. Al salir, le dijo a Bjelica: “si mañana pierdo con Smyslov, me corto una oreja”. En una entrevista declaró: “Nací bajo el signo de Piscis. Soy un gran pez. Me gusta tragarme a los grandes maestros”. Podía recordar todas las partidas que había jugado en la vida, y es seguro que recordaba todas las que había leído o visto. No le interesaban las mujeres (“son una terrible distracción”), ni el trago, ni el paisaje (cuando viajaba, se encerraba en su habitación de hotel a reproducir partidas).<br />
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Antes de Fischer, los ajedrecistas eran vistos como vagabundos al borde de la locura, como poetas malditos del siglo XIX, pobres hasta la indigencia. El primer campeón oficial del mundo, Wilhelm Steinitz, murió en la miseria en el ala psiquiátrica del hospital estatal de Manhattan, desde donde retaba a Dios a una partida en la que le ofrecía peón y salida de ventaja. Después de Fischer, los grandes jugadores se acostumbraron a recibir premios con cinco y seis ceros a la derecha. Antes, las únicas empresas interesadas en poner publicidad en un torneo de ajedrez eran probablemente las farmacéuticas que ofrecían pastillas para el dolor de cabeza, y algunas comercializadoras de café. Fischer logró interesar a los empresarios en el juego y convirtió la contienda por el campeonato mundial en un símbolo de la Guerra Fría y, por supuesto, en un espectáculo de noticieros. Arthur Koestler dijo, a propósito del cubrimiento que hizo del encuentro por el campeonato mundial entre Fischer y Spassky en 1972: “me alegra volver a ser corresponsal de guerra después de tantos años”. Fischer captó en una década más aficionados para el juego que todos los campeones mundiales juntos.<br />
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Comentando la actitud de Alejin hacia el juego, Cabrera Infante dice que “para la escuela rusa encabezada por él, el ajedrez era todo estudio, esfuerzo y mala fe”. El liderazgo en este estilo mafioso fue recibido por Mijail Botvinnik, el campeón mundial que llevó la escuela soviética a las más altas cumbres del juego y la marrulla. Un claro ejemplo de por qué Fischer se convirtió en un símbolo del individualismo norteamericano en contra del socialismo soviético lo ofrece la única partida que disputó con Botvinnik, en la olimpíada de Varna en 1962. Después de cuatro horas de juego y 45 movimientos, la partida fue aplazada para el día siguiente, en una posición claramente favorable para Fischer. Éste se retiró a su hotel, solo, mientras la delegación soviética se dividió el trabajo de buscarle una salida al patriarca tirano Botvinnik. En una habitación, Boleslavsky, Tal y Spassky, y en otra Geller, Furman, Keres y Botvinnik (algunos dicen que éste se acostó a dormir). Siete de los mejores jugadores del mundo analizando toda la noche. A las cinco de la mañana, Geller encontró la idea salvadora, y la partida terminó en empate. Los soviéticos se dieron cuenta de que la amenaza proveniente del otro lado de la Cortina de Hierro, justo en el corazón de las tinieblas capitalistas, era real: se necesitaba todo un equipo conformado por los mejores para siquiera arrancarle un empate al muchacho de 19 años.<br />
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Entonces vino el match del siglo, en el 72. Antes de enfrentar a Spassky, Fischer abatió a Taimanov (soviético) y a Larsen (danés). A cada uno le propinó una paliza de 6-0. Más o menos como si la selección de Estados Unidos les metiera un 5-0 a Brasil y Argentina, sucesivamente, en el mundial de fútbol. Como Maradona, Fischer segregaba esa sensación de que él solo era capaz con todos. Como Maradona, fue amado y odiado; sólo cuando analizaba una posición o movía era un genio y un caballero, pero por fuera de los estrechos márgenes de su arte, que era también su vida toda, era un maleducado, un impertinente, un necio, el eterno adolescente insoportable. En una edición del International Herald Tribune del 72, se dice: “Mientras Spassky se sume en una meditación profunda sobre el siguiente movimiento, Fischer se come las uñas, se saca los mocos y se limpia los oídos entre jugada y jugada”. Parece un eco incompleto de las palabras de Nabokov sobre el protagonista de La defensa: “Es grosero y desaseado y carece de gracia, pero, como mi gentil protagonista (una joven encantadora por derecho propio) descubre muy pronto, hay en él algo que trasciende tanto la vulgaridad de su carne grisácea como la esterilidad de su recóndito genio”.<br />
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Fischer aceptó de mala gana que el encuentro con Spassky se diera en Islandia, ya que de todos los países candidatos, ése era el que menos dinero ofrecía (“sólo me interesan el ajedrez y la plata”, decía, aunque nunca se supo para qué quería lo segundo). Cuando se celebró la ceremonia de apertura del match en Reikiavik, Fischer estaba todavía en Nueva York, alegando que no jugaría por una bolsa de tan sólo 125 mil dólares (una cifra inimaginable hasta entonces; Paul Keres dijo que por esa suma sería capaz de jugar en la Antártida). El mismísimo Henry Kissinger telefoneó a Fischer para tratar de convencerlo de que jugara, pero sólo la intervención del millonario británico Jim Slater, quien dobló el monto del premio, salvó el encuentro. Slater declaró después: “todo el mundo sabe que Fischer es grosero, y posiblemente un loco. Eso no me preocupa, y no lo hice por esa razón. Lo hice porque él desafió la supremacía rusa, y eso era bueno para el ajedrez”.<br />
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Fischer se presentó, pues, a la primera partida y, en una posición inofensiva, cometió un error infantil. Muy a su manera, les estaba diciendo a “los rusos”, como los llamaba, que podía darles un punto entero de ventaja. Jugaba solo, como siempre, sin equipo, sin analistas. Spassky, en cambio, contaba con el apoyo de cuatro grandes maestros soviéticos, con quienes se había preparado desde hacía varios meses para enfrentar al norteamericano. Pero al día siguiente Fischer volvió a poner en riesgo el encuentro: no se presentó a jugar, y a Spassky se le adjudicó otra victoria, esta vez por W. Cualquier otro maestro soviético, en el lugar de Spassky, se habría retirado, y habría retenido el título. Pero él no, él era un caballero –Korchnoi decía: “Spassky es un caballero, y puede que los caballeros triunfen con las mujeres, pero pierden en el ajedrez”–, y quería que se celebrara lo que para él era una fiesta, aunque terminó siendo su propia tragedia. Al parecer, Spassky desobedeció órdenes emanadas directamente de Moscú y continuó en Reikiavik. Nadie entendía por qué “los rusos” estaban tan nerviosos, con una ventaja inicial de 2-0. Cuando Fischer ya había superado a Spassky en cinco partidas, exigieron que les permitieran desarmar y examinar con rayos X la silla de Fischer, porque pensaban que el bajonazo de su campeón se debía a algún truco tecnológico de los gringos. Sólo encontraron dos moscas muertas, cuya necropsia no dio mayores luces. El match continuó y Fischer abatió al único que le faltaba, y se coronó campeón mundial, y su vida se acabó. Heráclito dijo que el carácter de un hombre es su destino. Ebrio de triunfo, desolado y vacío por la desaparición del único propósito de su vida, Fischer lo arruinó todo. En 1975 perdió el título mundial, porque se rehusó a jugar contra el aspirante de turno, la nueva estrella soviética Anatoly Karpov. Kasparov dijo certeramente que su problema fue que “consiguió la perfección y, una vez lograda, todo lo demás estaba por debajo de la perfección”.<br />
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El ajedrez no acaba de ser un arte, no es un mero juego, y no alcanza a ser una ciencia. Quizá la única definición que logra fijar fugazmente la naturaleza de esa bruma sea la de Stefan Zweig: “un pensamiento que no conduce a nada; una matemática que no prueba nada; un arte sin obras; una arquitectura sin materia”. Convertido en una estrella internacional, Fischer siguió sin embargo encerrado en la celda de su mente autista. Para él, el mundo era esa cosa que queda a los lados del tablero; la realidad era una alucinación producida por la terminación de una partida. Incapaz de manejar la plata, entregó gran parte de la fortuna que había hecho a la Worldwide Church of God, de la que se separó muy tarde al darse cuenta de la estafa. Spassky dijo en una ocasión que Bobby era una persona absolutamente honesta, absolutamente bondadosa y, por tanto, absolutamente antisocial. Siendo campeón, una multinacional de cosméticos le ofreció una jugosa suma para promocionar un champú (Eduard Gufeld sostiene que se trataba de diez millones de dólares). Fischer pidió un tarro, lo probó, y lo devolvió medio vacío (¿o medio lleno?) diciendo que él era un campeón mundial y, en consecuencia, no podía publicitar semejante porquería.<br />
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En 1992, el traficante de armas Jedzimir Vasiljevic ofreció una bolsa de cinco millones de dólares para que se realizara en Yugoslavia un nuevo encuentro entre Fischer y Spassky. Ambos estaban escasos de efectivo, eran viejos conocidos y, para Fischer, era la oportunidad de volver a la vida. El gobierno de Estados Unidos le envió una carta admonitoria a Bobby, amenazándolo con la cárcel si jugaba. Ante las cámaras, Fischer escupió la nota. Jugó, volvió a ganar y, varios años después, le fue cancelado el pasaporte. Comenzó a vagar por el mundo, soñando con construir una casa con la forma de una torre de ajedrez (en una de sus alucinaciones, Fischerle piensa que “se construirá un palacio gigantesco con torres, caballos, alfiles y peones de verdad... Los criados irían de librea; en treinta enormes salones, jugará día y noche treinta partidas simultáneas con piezas de carne y hueso”). El once de septiembre de 2001 concedió una entrevista radial en Filipinas: dijo que estaba bastante complacido por el atentado contra las Torres Gemelas, y que guardaba la esperanza de que vinieran más.<br />
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El 13 de julio de 2004 fue arrestado en un aeropuerto japonés por presentar un pasaporte vencido. Estados Unidos lo pidió en extradición. Estuvo detenido ocho meses en Japón, hasta que el gobierno de Islandia, aun a riesgo de recibir sanciones económicas de parte de los gringos, le concedió la ciudadanía, y pudo viajar nuevamente a Reikiavik, donde murió el pasado 17 de enero. En las fotografías de los últimos años parece un indigente y un loco. En verdad estaba loco y un tanto pobre. Él, que le ganó un puesto al ajedrez en el mundo; él, gracias a quien los grandes maestros de la actualidad pueden exhibir esa estampa de yuppies, murió como los poetas malditos del tablero, como Steintiz.<br />
Sería fácil decir que Fischer recibió ahora sí un jaque mate definitivo, a sus 64 años (llegó hasta la última casilla). Fácil y falso. Sobre el cadáver de Capablanca, que alcanzó a ver de niño en La Habana, Cabrera Infante dijo que “estaba muerto, era evidente, aunque era un inmortal”. Las obras maestras de Fischer persistirán, por lo menos mientras exista el ajedrez. Comentando la creciente admiración por Shakespeare en la época del doctor Johnson, Joseph Wood Krutch habla de “Shakespeare, esa fuerza de la naturaleza”. Fischer logró convertirse, como Capa, en una más de las leyes de la naturaleza. No fue del todo en broma cuando otro de los mejores, Mijail Tal, dijo, después de perder una partida con Fischer en 1961, “es difícil jugar contra la teoría de Einstein”.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-51332951194542746982012-08-06T08:14:00.002-07:002012-08-06T08:14:46.214-07:00La novela negra nórdicaTomado de eleconomista.es<br />
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¿Por qué la novela negra nórdica es hoy la más abundante y vendida del mundo? No hay una respuesta. Es cierto que los Stieg Larsson, Henning Mankell, Arnaldur Indridason o Jo Nesbø están entre los autores más vendidos hoy día abanderando un género negro y criminal que, a cada día que pasa, gana en más y más lectores: ¿Pero por qué los países escandinavos son el gran filón de la literatura policíaca?<br />
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La cuestión es que esta "moderna literatura costumbrista" ha arraigado en una sociedad del bienestar en declive. Los países nórdicos tienen, por ejemplo, las mayores tasas de delitos por mil habitantes de toda la UE. El 20% de las mujeres reconoce haber vivido algún episodio de violencia doméstica y el acoso escolar causa estragos -18% en Noruega y Suecia, según diferentes estudios-. ¿Tiene esto que ver en el extraordinario mercado de lectores amantes de una literatura que usa el negro y criminal para examinar la sociedad que le rodea?<br />
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Así son los padres de la literatura nórdica<br />
Seguramente. Desde la irrupción a mediados de los años 60, de los padres de la novela negra nórdica, el matrimonio Söwall y Wahlöö, el género policíaco cuestiona el devenir de la sociedad no sin desesperación. Y no se detiene, desde Islandia y Dinamarca a Suecia y Noruega.<br />
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Como aseguran Jo Nesbø y Anne Holt, sin Sjöwall y Wahlöö, comunistas y críticos despiadados de las perversiones del sistema, no estaríamos hoy aquí. La sociedad nórdica, siempre por delante del resto de Europa, habría encontrado quizás otra manera de interrogarse a sí misma, pero no sería, seguramente, literaria.<br />
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"Al igual que otros escritores como Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Georges Simenon -dice Nesbø-, Sjöwall y Wahlöö han creado el género, las expectativas del lector de cómo ha de ser una novela policíaca y, con ello, el punto de partida, el grado cero a partir del cual todo escritor cuya obra lleve en la cubierta la promesa de novela policíaca comienza su comunicación con el lector".<br />
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Aquí va un recorrido por diez referentes imprescindibles de la exitosa novela negra nórdica, comenzando por supuesto por los "padres fundadores" y siguiendo por sus más aventajados discípulos, a los que hoy toda Europa lee entre el entusiasmo y la adicción.<br />
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1. Maj Sjöwall y Per Wahlöö (Suecia)<br />
Desde Henning Mankell a Ian Rankin, la novela negra europea bebe de un único origen: Sjöwall y Wahlöö. Con ellos la novela policíaca se erigió en lo que hoy es: la más certera disección de la sociedad contemporánea. La pareja sueca inauguró la vertiente social de la ficción negra y criminal mirando de reojo a Ed McBain e innovó en el tratamiento psicológico de los personajes y con su riguroso detalle de la investigación policial.<br />
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Ante todo, Maj Sjöwall (Estocolmo, 1935) y Per Wahlöö (Lund, 1926-Estocolmo, 1975), exigen al lector que se cuestione sobre el mundo en el que vive. La pregunta sigue vigente, apenas ha envejecido. Lo mismo que las diez novelas que firmaron los padres del género negro europeo: un acontecimiento literario de gran magnitud. RBA las está reeditando.<br />
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Sjöwall y Wahlöö escriben pegados a la realidad, sin concesiones al espectáculo, sin el menor asomo de morbo, ajustan su novela al sincopado ritmo de la investigación policial, con sus impasses desesperantes y con su vaivén del azar. Pero siempre, y eso lo proclama su inspector Martin Beck, con método y detalle, aunque siempre quede abierta la puerta de la intuición.<br />
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2. Arnaldur Indridason (Islandia)<br />
Es el último fenómeno en los escaparates. En Las marismas, la primera novena de Arnaldur Indridason (Reykjavik, 1961) publicada en España, ya habíamos avistado la extraordinaria capacidad narrativa de un autor que se desenvuelve, como pocos, en la tradición más realista del género negro: aquella que antes de construir una trama repleta de recovecos intransitables para el lector prefiere, sencillamente, contar una historia: con sus silencios, sus aplazamientos, su suspense, su interés personal, su cercanía al lector.<br />
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En La mujer de verde, también en RBA, Indridason emerge como lo que es: un narrador impecable, un autor que prolonga la gran veta de la novela negra escandinava con una obra que aúna desarrollo, estructura y personajes tan ciertos como que los vemos a diarios. Porque el autor islandés demuestra una vez más, y de un modo irreprochable, que aún es posible construir una novela negra clásica y absorbente con los elementos imprescindibles, mínimos: el hallazgo de unos huesos humanos enterrados, presumiblemente hace medio siglo y la búsqueda de la identidad del cadáver. No es necesario más.<br />
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Entre un hito y otro, Indridason confirma lo que ya dejó intuir con Las marismas, que su protagonista, el inspector Erlendur Sveinsson, es una extraordinaria recreación, porque Indridason se desenmascara como un maestro a la hora de asociar la acción y el clima de la novela a la propia búsqueda de Erlendur por redimir su propia biografía. Exponente, sin duda, de la notable penetración psicológica de las novelas de Idriadason.<br />
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3. Stieg Larsson (Suecia)<br />
El gran boom de la literatura policíaca. El gran best seller, sin más. Al éxito de El hombre que no amaba a las mujeres hay que sumar ya esta segunda entrega de la trilogía de Millennium, verdadero fenómeno de talla mundial, escenificación novelística del periodismo de denuncia y la literatura negra que ha alcanzado un desmesurado eco.<br />
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Larsson (Västerbotten, 1954- Estocolmo, 2004), que se dejó la vida en ello y murió de un ataque al corazón antes de ver publicadas las novelas -las especulaciones sobre si fue o no asesinado no se detienen, mientras tanto-, concibe su obra prácticamente como un testimonio periodístico, afinando los detalles a su último extremo, contra la extrema derecha y la corrupción económica. Tiene esa habilidad inusitada que te condena a leer la novela de principio a fin cuanto antes.<br />
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No podrán dejarla. Sucedió con la primera y también con La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Y sucederá con la tercera, La reina en el palacio de las corrientes, que llegará en junio. El día 5. Por supuesto, de manos de la editorial Destino.<br />
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Como saben, Millennium -tres millones de ejemplares vendidos en Suecia, país con seis millones de habitantes; y exactamente igual en media Europa- está protagonizado por un periodista, Mikael Blomkvist, editor y cofundador de la revista que sirve para denominar la trilogía, Millennium, y por la 'hacker' Lisbeth Salander, que en esta segunda novela aparta a Blomkvist de todo protagonismo y se erige en centro de una obra poderosa, contundente, entretenida, que homenajea a Ed McBain y a Sjöwall y Wahlöö.<br />
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4. Henning Mankell (Suecia)<br />
Quizás a Henning Mankell (Estocolmo, 1948) se le ha encasillado. Sí, resulta obvio que con el éxito inusitado de la serie de su inspector Wallander se le haya erigido como el gran nombre de la novela negra europea. Lo es. Pero también mucho más: porque Mankell, siendo clásico en su concepción de la novela policíaca, es, por supuesto, un maestro de la intriga y de la acción, pero ante todo un narrador extraordinario, inteligente, comprometido, metódico, riguroso. Y si cabe emplear un único adjetivo: profesional.<br />
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Con El chino pone un nuevo límite a su trayectoria. Porque emprende una novela totalizadora, globalizadora, extraordinaria: sin duda, de adscripción al género negro, pero que, en cierto modo, estaríamos reduciendo, empequeñeciendo, si nos quedamos aquí. Y, como siempre, es un Mankell obsesionado en retratar nuestro mundo y sus contradicciones.<br />
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Pero Mankell es, ante todo, Wallander. Un inspector atropellado por la posmodernidad, con la sensación permanente de fracaso por su matrimonio roto y la complicada relación con su hija, lastrado por el sobrepeso y su afición al alcohol que, sin embargo (o precisamente por eso), se ha convertido caso a caso en uno de los más interesante sabuesos de la novela negra universal.<br />
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Con todo, el mayor mérito de Mankell es la capacidad que tiene su escritura para indagar en otras realidades más profundas que el propio caso a resolver, algo que denota su conocida frase: "¿Quién mató a quién? A mí lo que me interesa es indagar qué ha pasado y por qué". Estos son los diez títulos que, por el momento, componen la serie: Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona blanca, El hombre sonriente, La falsa pista, La quinta mujer, Pisando los talones, Cortafuegos, La pirámide y Antes de que hiele. Todos, por supuesto, en Tusquets Editores.<br />
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5. Jo Nesbo (Noruega)<br />
Por fin. Jo Nesbø llegó a las librerías españolas. Una de las últimas sensaciones entre los seguidores del género negro desembarcó en España hace unos meses con Petirrojo (RBA) una singular e implacable novela que da a conocer a Harry Hole, el agente ahora ascendido a comisario que ha protagonizado las obras del autor noruego y que es el culpable de que hoy se le conozca como uno de los grandes autores policíacos escandinavos. Y esas son palabras mayores.<br />
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Nesbø, aparentemente, se desdobla de continuo en el propio Harry, del mismo modo que sus novelas juegan siempre con el espejo de la Historia. Así como el tratamiento parcial del pasado, no ya de quienes vencieron, sino el triunfo de la historia que queremos realmente creer. Como una investigación policial. Como la misma vida.<br />
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En Petirrojo, también. En ella, Harry Hole busca a un fantasma llamado Daniel Gudeson. Un ángel que regresa cincuenta y cinco años después desde los campamentos de la Waffen-SS en Asalcia para juzgar a los vivos y a los muertos: a todos aquellos que le traicionaron. Gudeson era uno de los soldados noruegos que se sumaron a las filas de Hitler tras la invasión del país nórdico. El principal problema para Harry Hole es que, según todos los testimonios que ha conseguido reunir, murió en 1944. ¿Quién es entonces el anciano que ha encargado en el mercado negro un rifle Marklin, el arma favorita de los asesinos a sueldo?<br />
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6. Karin Fossum (Noruega)<br />
La creadora del inspector Konrad Sajer es una de las autoras más consolidadas de la nueva narrativa policíaca escandinava. Para muchos, la mejor. Su estilo se centra en la introspección y las motivaciones psicológicas de los personajes que protagonizan las historias criminales. Responde a la definición de Justo Navarro: "El crimen es arbitrario, placentero, patológico, espectacular. No se ciñe a una lógica social, sino individual o racial. Responde a caprichos sexuales, o políticos, extremistas como una manía".<br />
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Tras su debut con El ojo de Eva, Karin Fossum (Sandefjord, 1954) ha merecido lo más granado de los premios literarios escandinavos: los premios Riverton y la Llave de Cristal a la mejor novela policíaca por No mires atrás y el premio de los libreros noruegos por ¿Quién teme al lobo? Las tres, publicadas en España por Grijalbo, forman parte de la serie de Sajer.<br />
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Como también Una mujer en tu camino, ya en Mondadori, una estremecedora historia. Un vendedor de maquinaria agrícola, que el 20 de agosto esperaba a la esposa que fue a buscar a India, no llega al aeropuerto porque su hermana sufre un gravísimo accidente de tráfico. Es el día en que aparece en un descampado una mujer extranjera, asesinada con "una brutalidad inusual en la historia del crimen noruego".<br />
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7. Liza Marklund (Suecia)<br />
Es la reina, esta vez sueca, de la novela negra. La culpa, claro, es de Annika Bengtzon y de la serie protagonizada por esta intrépida periodista y madre de familia. Liza Marklund, rubia, guapa y polémica, ha vendido la friolera de nueve millones de ejemplares en su país. En España llegó de la mano de Grijalbo con Dinamita y Studio Sex hace ya unos años.<br />
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Desde entonces, no se ha prodigado, aunque en su país mantiene una fenomenal polémica a raíz de dos de sus novelas aún inéditas en España, Escondidas y Asilo, que cuenta la historia de Maria Eriksson, conocida por Mia, una ciudadana sueca casada con un libanés que denunció por agresión y extorsión, antes de huir a los Estados Unidos.<br />
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Ex periodista de 38 años, vive con su marido y sus tres hijos en Estocolmo. Bengtzon, como Marklund, también es periodista -jefa de sucesos de un prestigioso vespertino-, está felizmente casada, tiene dos hijos y compagina sus intrigantes investigaciones con las labores domésticas propias del hogar. A Marklund no le tiembla el pulso si se le asegura que, con ella, el feminismo ha llegado al género negro.<br />
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8. Khell Ola Dahl (Noruega)<br />
Kjell Ola Dahl (Oslo, 1958) está casado y tiene tres hijos; vive en una granja de la que él mismo se ocupa en Askim, a las afueras de Oslo. Después de una década de gran éxito en su país, Noruega, se lanza a conquistar el resto del mundo. Sus detectives Gunnarstranda y Frølich ya han alcanzado el nivel de culto en Noruega y están a punto de conseguir lo mismo en el extranjero.<br />
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Los críticos suecos han tenido que admitir que su admirado Henning Mankell tiene un colega noruego que comparte con él la cima de la novela policíaca. Con su bagaje en psicología y en derecho, Dahl añade una dimensión fascinante y poco común a sus historias. Sus novelas siempre están muy bien documentadas, con unos argumentos (y un suspense) perfectamente construidos y se mueven en un realismo social sin sentimentalismos, en la más pura tradición escandinava.<br />
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Pero, a diferencia de muchos de sus colegas nórdicos, Dahl añade unos toques de sarcasmo a una atmósfera oscura y sugestiva. Debutó en 1993 con la novela policíaca Dødens Investeringer, en la que encontramos por primera vez a Gunnarstranda y Frølich, que rápidamente se han convertido en los policías de ficción más conocidos de Noruega. La muerte en una noche de verano es la primera novela traducida al español. Planeta también ha publicado Un muerto en el escaparate.<br />
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9. Anne Holt<br />
La ex ministra de Justicia de Noruega, Anne Holt (Larvik, 1956), es en número de ventas la gran reina de la novela nórdica, aunque todo es, si hablamos de gustos, relativo. Aunque, en España al menos, ha explotado ahora, Holt se dio a conocer en España hace ya unos años con Castigo (Ediciones B), en el superintendente Yngvar Stubo era entonces sólo comisario y Inger Johanne Vik, una criminóloga dispuesta a colaborar con la Policía. Ya en Crepúsculo en Oslo (Roca Editorial) forman un dúo implacable, pero también un matrimonio feliz, que le da la vuelta al tópico del investigador privado nórdico: lobo solitario peleado con el mundo.<br />
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Ellos persiguen a un asesino de famosos, pero Holt lo que, busca, realmente es reflexionar sobre la pérdida de valores de la sociedad contemporánea, el gran tema que obsesiona a los autores nórdicos. Ahora, acaba de aparecer Una mañana de mayo, otra vez en Roca Editorial, en la que, sine embargo, el matrimonio no atraviesa un buen momento. Ambos deberán investigar el secuestro de la presidenta de EE UU durante una visita a Noruega, y, entre ellos, se cruza un agente del FBI. Pero, sobre todo, aparece Hanne Wilhelmsen, la otra gran detective de Holt, aunque las novelas de su serie no han llegado todavía a España.<br />
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10. Håkan Nesser (Suecia)<br />
Uno de los últimos en llegar, pero habrá que prestarle atención. Hakan Nesser (Kumla, 1950). Después del gran éxito de la serie del comisario Van Veeteren, ambientada en la imaginaria Maardam, situada en algún lugar del norte de Europa, Nesser se ha convertido en muy popular. En 1999, con Carambola, séptima novela de la serie del comisario Van Veeteren, recibió el prestigioso premio Glasnyckeln a la mejor novela policíaca del año en toda Escandivia.<br />
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De Nesser, RBA ha publicado La tosca red y próximamente La mujer con un lunar. "Si quieres escribir sobre las cosas realmente importantes en la vida -opina Nesser- ,también has de abarcar el tema de la muerte. Porque solamente sintiéndonos cerca de la muerte empezamos a pensar en las cuestiones esenciales. En este sentido, las novelas policíacas son de vital importancia. Se habla de la muerte de manera natural".<br />
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...Y muchos más<br />
Son diez, pero se podría haber enumerado muchos más. Como el extraordinario Äke Edwardson, abandonado desde la publicación de Bailar con un ángel (Lengua de Trapo), el propio Kjartan Flogstad y El cuchillo en la garganta (Lengua de Trapo), aunque éste no sea exactamente un autor policíaco, sino uno de los grandes narradores noruegos. Por supuesto, el danés Peter Hoeg y su maravillos La señorita Smilla y su especial percepción de la nieve.<br />
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Más: Mari Jungstedt, presentadora de televisión y autora muy ventida, que ahora presenta en España Nadie lo ha visto (Maeva), a las que habría que añadir a Camila Läckberg (La princesa de hielo y Los gritos del pasado), a la pareja que forman Anders Roslund y Börge Hellström (La bestia), a Ida Jessen (Lo primero que me viene a la cabeza)... Y otros que están por llegar: Asa Larsson, Christian Jungersen, Jens Martin Eriksen, Arni Thorarinsson, Lars Gustafsson, Anders Leopold... En fin. Hay donde elegir.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-29094005784907910462012-07-05T15:18:00.000-07:002012-07-05T15:18:07.134-07:00La noche boca arribaLa noche boca arriba<br />
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Julio Cortázar <br />
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;<br />
le llamaban la guerra florida<br />
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.<br />
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Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.<br />
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Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.<br />
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La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.<br />
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Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.<br />
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Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.<br />
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Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.<br />
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-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.<br />
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.<br />
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Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.<br />
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Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.<br />
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Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.<br />
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.<br />
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.<br />
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Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.<br />
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Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.<br />
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Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.<br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-18061157665525250842012-07-05T06:47:00.005-07:002012-07-05T06:47:58.344-07:00Mr. TaylorPor Augusto Monterroso<br />
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-Menos rara, aunque sin duda más ejemplar -dijo entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica. <br />
Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar. <br />
Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra. <br />
En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales. <br />
Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse. Había caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indígenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si nada hubiera pasado. <br />
De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclamó: <br />
-Buy head? Money, money. <br />
A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, que traía en la mano. <br />
Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparentó no comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole disculpas.<br />
Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acaloradas que revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradecidos por aquella deferencia. <br />
Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la más tierna infancia había revelado una fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de los pueblos hispanoamericanos. <br />
Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió -previa indagación sobre el estado de su importante salud- que por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe de qué modo- a vuelta de correo "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el presentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas. <br />
Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. Taylor. <br />
De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.<br />
Los primeros días hubo algunas molestas dificultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston había logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo de las autoridades no sólo el permiso necesario para exportar, sino, además, una concesión exclusiva por noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la comunidad, y de que luego luego estarían todos los sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él mismo proporcionaría. <br />
Cuando los miembros de la Cámara, después de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la producción de cabezas reducidas.<br />
Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias más pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela. <br />
Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo, tres y medio millones de dólares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos. <br />
Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Día de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios, riéndose, en las bicicletas que les había obsequiado la Compañía. <br />
Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó la primera escasez de cabezas. <br />
Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta. <br />
Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran. <br />
Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la pena de muerte en forma rigurosa. <br />
Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la categoría de delito, penado con la horca o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más nimia. <br />
Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y posteriormente podía comprobársele, termómetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes. <br />
La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas. <br />
De acuerdo con esa memorable legislación, a los enfermos graves se les concedían veinticuatro horas para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos merecían el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de los médicos (hubo varios candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más glorioso, en el continental. <br />
Con el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país entró, como se dice, en un periodo de gran auge económico. Este impulso fue particularmente comprobable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose el sombrero. <br />
Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país; pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia. <br />
¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había leído en el último tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres. <br />
Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio llegó un momento en que del vecindario sólo iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué no? El progreso. <br />
Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra. <br />
Fue el principio del fin. <br />
Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos optimistas.<br />
El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacío. <br />
Sin embargo, penosamente, el negocio seguía sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el temor a amanecer exportado. <br />
En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamericanas.<br />
Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo sacara de aquella situación. <br />
Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de señoras, de diputados. <br />
De repente cesaron del todo. <br />
Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer." <br />
<br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-73919354625216345962012-06-25T09:15:00.001-07:002012-06-25T09:15:16.954-07:00Controversias en la EduaciónNo cabe duda que esta época posmoderna y globalizante nos ha hecho hacer cambios radicales en nuestras formas de conducta, nuestra forma de vida y hasta del pensamiento. En este caso me quiero referir al tema de la “Educación”, específicamente por los inconvenientes que han ocurrido en las semanas pasadas, los que, a mi juicio, no han podido resolverse debido a la falta de diálogo y acuerdos concretos entre las partes. Mi experiencia como catedrático me da una visión como para tener un punto de vista particular al respecto de la propuesta de la cartera de Educación que consiste en incrementar los años de estudio para algunas carreras de nivel diversificado. Mi opinión es que antes de llevar a cabo tal medida, primero debería de comenzarse con una capacitación general para maestros a todo nivel. No es que crea que no están capacitados, lo que pasa es que deben de estar actualizados y preparados de lo mejor para enfrentar estos cambios y para su propio desempeño. Luego, revisar el pensum de las carreras, el cual debe de realizarse por académicos y científicos guatemaltecos para que puedan mejorar en materias, contenidos y competencias. En mi campo que es la literatura y la comunicación, he observado las grandes deficiencias y vacíos que existen de ambas, por ejemplo. Por otro lado, considerar lo de los cinco años, pues es bastante controversial, si tomamos en cuenta que hoy día las universidades en lugar de alargar las carreras, las están acortando en tiempo, convirtiendo a los estudiantes en más “prácticos” y listos para enfrentar algún trabajo. Lo cual no significa que yo esté en total acuerdo, pero si revisamos carreras en las casi 15 universidades de Guatemala, veremos cómo el pensum ha sido adecuado y reducido en tiempo. Por eso, en mi humilde opinión, me parece controversial que se esté exigiendo más tiempo de clases a estudiantes de nivel diversificado y menos a universitario. Considero que se debe dialogar, porque al final de cuentas, si mejora la educación en el país, seguramente todos mejoraremos.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-87365804345584927022012-06-23T22:37:00.000-07:002012-06-23T22:37:50.047-07:00El relato policial que viene de los márgenes de EuropaPOR JAIME PECHEUR<br />
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El comisario Adamsberg sabía planchar las camisas; su madre le había enseñado a aplanar la pieza de los hombros y alisar la tela alrededor de los botones.” Con esta presentación, inimaginable en tiempos de Gideon Fell –el protagonista de 23 novelas policiales escritas por John Dickson Carr entre 1933 y 1967–, comienza Un lugar incierto, la penúltima pieza de la saga de este comisario poco menos que delirante, ideada por una arqueozoóloga francesa llamada Frédérique Audoin-Rouzeau, autora de un monumental trabajo sobre la peste negra y otro sobre las osamentas animales de la Edad Media. Allí, en esa revelación doméstica, pero también en el hecho de que la escritora elija, cuando se trata de esta clase de libros, firmar como Fred Vargas, un nombre masculino e hispano –aunque el Fred sea la abreviatura del verdadero Frédérique y Vargas provenga del personaje de Ava Gardner en La condesa descalza–, se encierran algunas claves de lo que, con algo de pretenciosidad podría denominarse “el nuevo policial negro”.<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgbLa83FWMqxeh2WMCwtLbG55hx5Ew7MewH83CcM13cXQxtm7oYIHR2h0ejrAlkNiiOgIT-Qpfb36wSFbm8tMv79WFWnhuqCv90a0E-6gNWh9OAx6MAqtaTZ7k2pwP0MjfqYxWAexedKEA/s1600/MARCO+NOIR+1+RGB+72+MASTER.jpg" imageanchor="1" style="margin-left:1em; margin-right:1em"><img border="0" height="400" width="267" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgbLa83FWMqxeh2WMCwtLbG55hx5Ew7MewH83CcM13cXQxtm7oYIHR2h0ejrAlkNiiOgIT-Qpfb36wSFbm8tMv79WFWnhuqCv90a0E-6gNWh9OAx6MAqtaTZ7k2pwP0MjfqYxWAexedKEA/s400/MARCO+NOIR+1+RGB+72+MASTER.jpg" /></a><br />
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Hay, en el género, ya desde su comienzo, una cierta impronta vergonzante. Los antiguos detectives eran –como quienes los creaban– amateurs. Para unos y para otros, se trataba de un ejercicio intelectual. Sobre todo en los casos del citado Dickson Carr y de Nicholas Blake (seudónimo del poeta Cecil Day Lewis y uno de los grandes maestros del policial inglés) los investigadores no dependían económicamente de la resolución de sus casos. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, creadores, en 1945, de la colección El Séptimo Círculo fueron los introductores de estos dos autores en castellano, más allá de alguna edición suelta en la década de 1930. El número 1 de la serie fue La bestia debe morir, de Blake, y el 2, Los anteojos negros, de Dickson Carr. En esa obra hace su aparición, para los hispanoparlantes, Fell (la primera novela en la que había aparecido, en realidad, era Hag’s Nook, de 1933), alguien presentado como lexicógrafo y de quien lo único que llegaba a conocerse era la pipa y su fenomenal corpulencia, algo que ponía en escena su necesaria inmovilidad. La investigación –y los policiales, podrían agregar sus eruditos creadores– no era cuestión de movimiento sino de inteligencia. Y la parodia Seis problemas para don Isidro Parodi, de Borges y Bioy (quienes también usaron un seudónimo, H. Bustos Domecq), publicada por Sur en 1942, llevaba esta característica hasta un límite. El investigador, un ex peluquero, estaba preso y resolvía sus casos sin moverse de la celda 273 de la Penitenciaría Nacional.<br />
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Detectives imperfectos<br />
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El llamado policial negro introduce, en particular, dos variantes: el punto de vista del criminal y la profesionalización del investigador. Y en este segundo caso debe habérselas con un problema que aún suele turbar a los autores, obligándolos a meandros narrativos a veces exagerados: el desprestigio, a lo largo del siglo XX, de las fuerzas policiales. La figura del detective privado es, desde la gran trilogía americana –Sam Spade, Philip Marlowe y Lew Archer– una de las soluciones posibles. A veces son ex policías, en permanente enfrentamiento con la corrupción o la burocracia; en ocasiones, simples profesionales, nunca demasiado bien vistos ni por la institución ni por aquellos a los que persiguen; a menudo deben luchar simultáneamente con malhechores y policías (suelen tener un enemigo jurado dentro de la fuerza y, también, algún aliado). Pero, de todas maneras, de estos detectives tampoco se sabía demasiado más allá de que la vida los había endurecido, de que no creían demasiado en nada y de que, para ellos, había pocos desayunos mejores que un buche de bourbon. Faltaba todavía para la última gran moda del género: los imperfectos. Una nueva camada de investigadores que se casan o se divorcian, que tienen problemas de incomunicación con sus hijos (generalmente hijas), que a veces son alcohólicos o dominan a duras penas sus impulsos más violentos, que saben cocinar (y que pueden llegar a ser verdaderos gourmets) y que deben lidiar con una vida cotidiana que está lejos de agotarse en los casos que resuelven. Uno de los subrubros es el de los policías étnicos, encabezados por el precursor Pepe Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán (versión barcelonesa), el comisario Montalbano –llamado así en su homenaje– de Andrea Camilieri (versión siciliana) y el comisario Kostas Járitos, de Petros Markaris (versión ateniense). Se trata, casi, del tercer mundo europeo. Y en el caso de Járitos, se hace presente una detallada descripción del patio de atrás del Mercado Común, que en su última novela, Con el agua al cuello –donde los asesinados son banqueros de los que llegan a “salvar” a Grecia–, alcanza un grado máximo de explicitación. Los tres aman las comidas populares y en todas sus novelas se entremezcla la picaresca, sin llegar al extremo del genial detective sin nombre de Eduardo Mendoza, al que, cada tanto, el Comisario Flores saca del manicomio en el que está internado (en El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y El tocador de señoras) para que lo ayude. <br />
Y dentro de esta pequeña categoría ocupada por los márgenes del viejo continente (y por afuera de las tradicionales Scotland Yard inglesa y Sureté francesa) hay una casilla más chica todavía, cuya pequeñez, sin embargo, no condice con la magnitud de sus ventas: el policial escandinavo. Con un marco de política estrictamente correcta, sin excesos de ninguna índole y con frecuentes reflexiones acerca de la violencia de género, su estrella es Kurt Wallander, el veterano Inspector de la policía de Ystad –localidad cercana a Malmö, en el sur de Suecia–, creado por Henning Mankell. La fugaz Trilogía Millenium de Stieg Larsson, donde la hacker Lisbeth Salander roba protagonsimo al periodista de investigación económica Mikael Blomkvist, fue otro fenomenal éxito nórdico, a pesar de su desprolijidad de escritura y de que la única trama verdaderamente bien construida es la de Los hombres que no amaban a las mujeres, el primer volumen. El furor por los policiales en las nieves ha llevado a editoriales españolas a apuntarse con cuanto apellido con doble diéresis y acento sobre las consonantes se le cruzara por delante, sin demasiado tino ni fortuna. <br />
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En el panorama actual, además de la mencionada Fred Vargas (sus novelas son editadas por Siruela) se destacan algunos de los descubrimientos de la serie Roja y Negra, de Random House, que dirige Rodrigo Fresán; en particular, los iniciales Delitos a largo plazo, una novela excelente del inglés Jake Arnott, y El poder del perro, de Don Winslow: una especie de El padrino en clave de narcotráfico mexicano, bastante plana e ingenua en su dibujo del protagonista, pero apasionante en su meticulosa reconstrucción de un entramado delictivo que tiene como mercancía principal los 3.326 km de frontera que México tiene con los Estados Unidos. Y, sobre todo, las sagas (ése es otro de los datos del policial actual) de tres autores que hacen honor a una vieja tradición literaria británica: ninguno de los tres es inglés. Dos son irlandeses, John Banville, travestido como “Benjamin Black”, y John Connolly, que ambienta sus novelas en los Estados Unidos, y el escocés Craig Rusell, que no recurre a seudónimos pero escribe dos series a falta de una y con características casi opuestas entre sí, la del pulcro Inspector Fabel, de la policía de Hamburgo, y la del casi impresentable Lennox, un detective privado canadiense que quedó –o eligió quedar– varado en Glasgow después de la Segunda Guerra Mundial.<br />
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Dublín, Belfast y Glasgow, ciudades duras<br />
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Benjamin Black ha escrito cuatro novelas que tienen como protagonista al patólogo Garrett Quirke, un huérfano à la Dickens criado en su primera infancia por los curas y luego en el seno de la alta burguesía, que describe con igual justeza ambos mundos y que actúa en una oscura Dublín de posguerra. El secreto de Christine, El otro nombre de Laura, En busca de April y Muerte en Verano (las dos mejores son la primera y la cuarta), a las que se agrega El lémur –una novela sin Quirke– fueron traducidas y publicadas por Alfaguara. <br />
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Las dos series de Craig Rusell, sumamente bien escritas, recorren dos extremos de la novela negra. En un caso se trata de un oficial dentro de una policía científica y ultraespecializada y en el otro de alguien capaz de frases como “hay dos cosas que a Glasgow le salen bien: la lluvia y el humo”. Uno, Fabel, es metódico y ordenado pero los males del mundo no lo dejan indemne –e incluso pueden volver literalmente loca a una de sus colaboradoras inmediatas–; el otro, Lennox, es, en la mejor tradición de Marlowe, un cínico extremo en el medio de la ciudad más sórdida que pueda imaginarse. La Serie Fabel incluye los volúmenes Muerte en Hamburgo, Cuento de muerte, Resurrección, El señor del carnaval y La venganza de la valquiria, editados por Roca pero de muy difícil obtención en la Argentina, y A Fear of Dark Water, aún no publicado en castellano. Las novelas de Lennox son Lennox, El beso de Glasgow (las dos únicas editadas en español, también por Roca), The Deep Dark Sleep y Dead Men and Broken Hearts. <br />
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Por último, pero lejos del último lugar en importancia, Connolly ha logrado la exacta mezcla entre el policial y el terror, con asesinos seriales habitados por la maldad más pura y un detective que lleva el nombre de un saxofonista de jazz, Charlie Parker, y al que como a él llaman Bird aunque sólo escucha música country, que podría ser un ángel caído y al que secunda un dúo perfecto: la pareja gay formada por el elegantísimo Louis, un implacable asesino negro, y Angel, un ladrón blanco que se destaca por el mal gusto para vestirse. Parker es ex policía. En el comienzo mismo de la saga su mujer y su hija son asesinadas. Y a lo largo de sus novelas, que ya en el segundo volumen se desplazan de Nueva York a Maine –uno de los homenajes, no el único, a Stephen King–, se intuye que de lo que se trata no es de la clarificación de casos aislados sino de una lucha de proporciones mucho más amplias. Con escapadas hacia la historia de Louis en el Sur profundo y de los propios padres de Parker, la serie incluye nueve novelas traducidas y publicadas por Tusquets (Todo lo que muere, El poder de las tinieblas, Perfil asesino, El camino blanco, El ángel negro, Los atormentados, Los hombres de la guadaña, Los amantes y Voces que susurran), dos aún no editadas en castellano (The Burning Soul, de 2011, y The Wrath of Angels, de 2012) y una nouvelle que Tusquets no distribuyó en la Argentina, Más allá del espejo, donde aparece el personaje de El Coleccionista, central en varios de los últimos volúmenes, y que se sitúa cronológicamente entre el cuarto y el quinto de la serie.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-89134249357830236772012-06-19T09:41:00.000-07:002012-06-19T09:41:16.643-07:00Alemania a la cabeza funcionaría mejor EuropaTomado del diariomontanes.es<br />
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Philip Kerr reconoce que durante seis días a la semana pasa ocho horas sin hablar. Su estado natural es el silencio por lo que, según confiesa, le cuesta mucho participar en foros literarios. Sin embargo, se explaya para hablar de la historia de Alemania, un país en el que ambienta una buena parte de su obra, pese a que él sea escocés y resida en Londres. También se define como pacifista, pero el nazismo aparece en sus novelas porque, según explica, «es uno de los pocos momentos de la historia en los que es fácil distinguir entre los buenos y malos». De esa lógica casi infantil nace su interés por Alemania, un país que, en su opinión, acaba siempre en el centro de la historia aunque en algunos momentos, como el actual, no lo desee. Esta semana imparte en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) el seminario 'Cómo se escribe un buen texto' y hoy, martes, a las 19.00 horas, inaugura el ciclo de los 'Martes Literarios', que patrocina EL DIARIO MONTAÑÉS.<br />
Para el autor de 'Praga mortal', en la que recupera a su detective Bernie Gunther, el pasado de Alemania que refleja en sus libros no es tan lejano como pueda parecer de hecho todo lo que pasa ahora es una consecuencia de aquel periódico «Y no creo que sea necesariamente malo. Hoy Alemania está liderando Europa y diciéndole hacia tiene que ir», aseguró.<br />
Una circunstancia que encuentra «bastante irónica» porque en 1914 y 1939 ese país quería «conquistar y dominar» Europa y hoy la controla pero, a su modo de ver, no se siente cómoda en esa situación. «Y cómo está preocupada por mostrar patriotismo, ha recogido una bandera azul con muchas estrellas», apostilló.<br />
Sin embargo, el autor que define a los alemanes como «una gente muy agradable» no quiere que sus palabras se tomen como una crítica porque está convencido de que «una Europa dirigida por ellos no sería algo tan malo, por lo menos funcionaría bien».<br />
En su próxima novela, ya muy avanzada, regresa a los años cuarenta del pasado siglo para narrar la masacre de 40.000 oficiales polacos a manos del policía soviética en Smolenks. «Parece que siempre escribo sobre historia pero es que la historia tiene unos efectos muy poderosos», defendió, antes de recordar que precisamente en un aniversario de esa masacre tuvo lugar el accidente aéreo en el que falleció el entonces presidente de Polonia, Lech Kaczynski. «Hubo una gran controversia e incluso se sospechaba que los rusos habían estado involucrados. Una vez más vemos como las heridas de la historia están muy cerca de la superficie'.<br />
Novela negra<br />
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Además de vérselas con asesinatos en sus historias, Kerr es también un autor de literatura infantil y juvenil, un tipo de literatura que no considera «en absoluto menor» y que le lleva mucho más tiempo escribir porque para llegar a ese público «hay que ser como una especie de Matisse y buscar la simplicidad». Sin embargo, reconoce que se siente más a gusto en el género negro que está viviendo uno de sus mejores momentos porque los lectores necesitan buenas historias. «Buscan una buena trama, que es el motor que lleva adelante un buen libro, porque están un poco cansados de que se les ofrezca grandes frases y una escritura bonita. Tienen apetito de una buena historia».<br />
Kerr reconoce que muchas veces se confunde al escritor con el autor. «El primero es un misántropo que se encierra en su casa para escribir durante todo el día mientras que el autor es un pobre hombre que tiene que venir habitualmente a este tipo de actos», por eso esta semana que tiene que compartir todas estas reflexiones con sus alumnos le gustaría volver a su estudio londinense para seguir con la novela. «Esta es la primera vez que participo en un encuentro de este tipo y la verdad, no me veo cualificado para enseñar a alguien a escribir un texto en cinco días. Ni siquiera he asistido a clases de escritura creativa, pero como soy abogado de profesión, creo que sabré convencer», dijo para concluir.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-51681271319618511332012-06-18T07:30:00.000-07:002012-06-18T07:30:11.543-07:00Cerdos al LouvreTomado de<br />
cultura.elpais.com<br />
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Cerdos decorativos en un salón decimonónico, esculturas retorcidas en una impecable mesa de bufete, neumáticos de acero tirados entre el mobiliario aristocrático, figuras en posiciones sexuales… Es lo que pasa cuando uno de los establecimientos artísticos más antiguos del mundo abre sus puertas al creador de Cloaca, una máquina de crear excrementos. Aunque donde algunos ven una sarcástica burla, el artista reivindica una respetuosa fidelidad a la herencia tradicional, alejada de la vacuidad y de la ligereza de un arte contemporáneo que no duda en criticar. O eso nos ha contado el propio Wim Delvoye. Aunque con él nunca se sabe.<br />
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Cuando una institución tan venerable como el Museo del Louvre invita a un artista contemporáneo, con fama de controvertido, a presentar sus creaciones junto a sus grandes obras maestras, la polémica está asegurada. Blasfemia estética, para unos, o fructífero diálogo temporal, para otros, las discusiones parecen no tener fin como ya se demostró durante las exposiciones de Jeff Koons (2008) y Takashi Murakami (2010) en el castillo de Versalles. Por las salas del Louvre ya han pasado nombres tan reconocidos como Tony Cragg, Jan Fabre, Anselm Kiefer, Joseph Kosuth o Michal Rovner.<br />
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Wim Delvoye sería uno más de esta interminable lista si no fuese por la agitada fama que siempre le precede. Se dió a conocer en 2000 con Cloaca, una compleja máquina que reproducía con fría exactitud todo el proceso digestivo humano (de la absorción a la digestión) para acabar creando unos excrementos reales. Luego vinieron su serie de radiografías y vidrieras obscenas o escatológicas y sus pieles de cerdos. Delvoye los cría en su granja cerca de Pekín donde los tatúa antes de vender sus pieles como si de simples cuadros se tratasen. Un procedimiento que ha despertado la ira de las asociaciones de defensa de los animales. El proyecto Tim (2008) lleva esta idea al paroxismo. El suizo Tim Steiner se dejó tatuar la espalda por Delvoye y este vendió su obra por 150.000 euros a un coleccionsta suizo, que recibirá el trozo de piel a la muerte del portador. Por si fuera poco, Delvoye ha creado también unas esculturas retorcidas de Cristo crucificado, que sitúa ahora sobre la gran mesa de banquetes de las salas de Napoleón III en el Louvre, atrayéndose esta vez la animosidad de las instituciones religiosas.<br />
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¿Qué se puede inventar esta vez Delvoye? “Nada”, nos asegura con un tono casi infantil. El espectador puede ver “un Wim que no es exactamente el yerno ideal pero que ha encontrado su lugar entre las cosas bien trabajadas”, explica. Aunque es muy consciente de lo que acarrea su arte. “Estas obras son el resultado de casi cuatro años de trabajo. Sé que puede resultar provocador, pero de manera nueva. Como puede serlo intentar volver a hacer pintura parecida a la del siglo XVII”, explica. ¿Un retorno al academismo? Quizás. Y es que Delvoye ha decidido que era hora de criticar al mundillo del arte tal y como se presenta hoy. Un nuevo hobby o una nueva estrategia para este artista que parece no tenerle miedo a nada. “El siglo XX fue terrible, pero no lo sabíamos. El siglo XXI también, pero de manera completamente diferente. Murakami, por ejemplo. Al principio yo pensaba que lo suyo no era arte, aunque me gustaban un par de esculturas. Sabía que funcionaría porque un nuevo mundo había nacido. Pero nunca hubiera imaginado un mundo tan terrible en el que él pudiera hacer cualquier cosa y que le pagasen tanto”. O el arte de morder la mano que te ha dado de comer.<br />
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Sin embargo, no todo es malo según Delvoye. “Damien Hirst ha vendido directamente sus obras, saltándose al galerista. ¿Maurizio Cattelan? Ha sido comisario, propietario de una galería (la Wrong Gallery), editor de dos revistas y crítico de arte. Y se le considera como uno de los mejores de su generación. Hace 25 años, un artista no hubiera podido hacerlo porque se le hubiera tachado de comercial y hubiera perdido toda credibilidad”, explica contento de que el arte contemporáneo haya conseguido emanciparse de lo que el artista belga llama “el arte para los funcionarios”. “Ahora reina el mercado libre. Quizás no sea tan bueno pero es así. El mercado es bastante conservador, algunas veces igual de malo que antes”, admite volviendo a la carga. Ahí va la primera bala para un sistema liberal y caótico que muchos consideran responsables de la burbuja especulativa que conoce el mercado del arte contemporáneo en los últimos tiempos. Pero el fusil de Delvoye tiene munición para todos. ¿Los jóvenes artistas contemporáneos? “Es cierto que mi trabajo se vende por cantidades de seis ceros, pero yo gasto mucho en cada obra. Y veo a jóvenes desconocidos que siempre llegan a esa cifra aunque sea una obra más pequeña. Pero el trabajo que hacen no tiene compromiso alguno”, explica con una nostalgia cuyos aires retrógrados son tan sorprendentes (él forma parte de todo eso) como, seguramente, calculados.<br />
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Pese a todo, el trabajo del artista belga encuentra un eco particular en un lugar tan cargado de historia y herencias estéticas como el Louvre. Y es que las obras de Delvoye a menudo se caracterizan por una sorprendente mezcla de referentes clásicos y objetos o códigos actuales. Ya no solo en la reinterpretación digitalizada y perfeccionada de la arquitectura gótica que ha iniciado en los últimos años, con maquetas de hierro cortadas al láser de manera ultra-realista (Chapel # 2, 2007) o la famosa torre que pudo verse en la Bienal de Venecia de 2009 (Torre Venezia, 2009), sino en sus primeras creaciones. Objetos banales, como mesas de planchar, palas o bombonas de butano que el artista decora con unos escudos de armas medievales o con los paisajes típicos de la cerámica de Delft (Butagaz 62 Shell 205722, 1989-1990). Unos inesperados acercamientos estéticos que ofrecen una apasionante reflexión sobre la esencial trivial de algunos objetos y las condiciones sociales o hermenéuticas que pueden transformarlos en obras de arte. En efecto, ¿por qué no decorar también una bombona de gas, una cuchilla de sierra circular o la piel de unos cerdos? Asuntos en los que el artista seguirá profundizando a lo largo de su carrera y que están muy presentes en la propuesta del Louvre con cuchillas decoradas como platos, cerdos tatuados con flores o una imponente escultura de acero en el jardín de las Tullerías.<br />
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Y es que Delvoye siempre “interroga el presente a la luz del pasado y se presenta como un regenerador proponiendo fórmulas desestabilizadoras”, como se explicaba en el catálogo de la gran exposición que le dedicó el Bozar de Bruselas en 2010.<br />
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Wim Delvoye. Au Louvre. Museo del Louvre. París. Hasta el 17 de septiembre.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-84101534325414736582012-06-14T09:52:00.000-07:002012-06-14T09:52:05.929-07:00Texto de presentación de "Crónicas suburbanas" de Francisco Alejandro MéndezAdvertencia en contra de la lectura de Crónicas suburbanas, de Francisco Alejandro Méndez<br />
Guillermo Barquero<br />
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Si usted, lector, lectora, cómplice depósito de la palabra escrita, es de caricias suaves y miradas pudorosas, absténgase de acercarse a estas páginas.<br />
Si usted cree que el cuerpo humano es el sacro recipiente de una vida o de un alma, o si, por extensión, usted, lector, cómplice, lectora, considera que la grandeza humana aniquila la abyección y la tapa como se le pone un dedo encima a una herida que supura. O si usted no es capaz, lector, de soportar el sonido espantoso de un ojo de vidrio que golpea el cinc, en un presidio, o si aborrece las partes del cuerpo que se arrancan y se introducen en un sistema de compra y venta en el que un dedo no vale un cinco y una pata de palo apenas alcanza como parte de sobrevivencia carcelario, o si usted rehúye de la fascinación de los mesías cotidianos que encantan y pulen los filos de resistencia como se doma una serpiente o un escorpión. O, lectora, si usted, lector, cómplice, si usted no concibe el contacto del amor como un preámbulo del golpe y la sangre y los seres como gordos cetáceos que boquean, desangrándose en un lecho matrimonial, o como bestias que se gastan y se consumen y se queman conforme se les deslizan los años en laa gotas de sangre. O, más bien, si usted, cómplice, lectora, lector, si usted, depósito sacro de las ficciones pulidas a punta de noches y de hojas y de plomo cayendo en la oscuridad como huesos, no imagina los límites a los que fuerza el odio y el hartazgo y los niveles de ascenso del polvo blanco empuja, no se hace una idea completa de la desesperación y el espanto y el abuso; o si usted, lectora, cómplice, lector, usted, para quien se crean mundos y se recrean inmundicias y camas de perlas, no ha observado, con resignación, por el hueco iluminado de una pared de adobe la demolición de quienes se entregan y penetran y se espantan, o no es capaz de entender que los actos amorosos solo llevan de realidad los epítetos y la ilusión y la carga de belleza que ha dictado la costumbre. O si, lectora, usted, lector, usted, cómplice, usted, ha contribuido, sea en su imaginación o mediante actos edificantes, a forjar lo que llamamos las “buenas costumbres”, “la buena educación”, la “sana existencia de nuestros niños y nuestros adolescentes”, no abra las páginas de este libro.<br />
Tampoco lo haga si usted, cómplice, si usted está incapacitado para distinguir las notorias conexiones entre una caída y otra, entre un cuerpo de gato que salta al vacío y un órgano que se precipita y un amor que se golpea en la velocidad de la caída libre, sin el amparo de los paracaídas o las almohadas de plumas o los colchones de agua, o si, por el contrario, siempre busca las relaciones alegóricas entre las cosas y condena, así, a las precipitaciones al vacío a la categoría de “caídas morales”, o “descensos al averno de los vicios”, y les quita asqueado su armadura de simples traqueteos y ruputuras de huesos, porque las caídas son las caídas y la debilidad del cuerpo es la debilidad del cuerpo y no la del alma. O si usted, prevenido lector, acuciosa lectora, no cree en la insalvable animalidad del hombre, en las posiciones bestiales que asume (el buitre carroñero, el tigre al acecho, el lagarto rastrero, el mono como forma máxima de la imitación) cuando ruega y maltrata, cuando se prosterna y abusa, cuando se eleva ayudado por la psicotropia o se hunde empujado por la suela picuda de la traición. Si usted, lector, se sienta con sus mascotas a mirar las estrellas, si usted les habla a esos tiernos animales que evocan, en esos segundos de soledad, las formas más básicas de la comunión y el amor; si usted acaricia esos lomos, amada lectora, apreciado lector, alimenta gustoso esos estómagos, si usted salva al animalito desposeído y se encarga del débil, para la vida por venir. Si usted, estimado lector, cómplice, cara lectora, encuentra el centro de su existencia en las piedras angulares de la sociedad (Dios, las relaciones, el amor), o hace de equilibrista apoyado en las patas de esa enorme mesa que se desbarranca segundo a segundo y nos obstinamos en llamar “vida”, o, hermosamente, felicidad, salve sus manos del fuego y el calor de este pequeño ejemplar encuadernado que lo llama y lo seduce y lo atrae.<br />
Si usted, estimado y entrenado lector, avezada y preclara lectora, cómplice, usted, se va a las páginas impresas en busca de consuelo, si en ellas suele pernoctar y da sus brazos y sus piernas y su contenido cerebral por vivir entre las creaciones de la ficción para evadir las horripilancias de este mundo ido al carajo; si usted, lector, es de esos que acarician las manos de las doncellas; lectora, si usted es de las que besan los carnosos labios de los príncipes, se maravilla con una hermosa sonrisa, cuando los seres fantásticos que habitan en los mundos creados por los escritores y su imaginación furiosa le guiñan un ojo y le dan, infalibles, la esperanza de que las cosas estarán mejor mañana y siempre; o si usted, lector, lectora, cómplice, lectora, lector, admira en las páginas escritas las infinitas posibilidades del avance, el arreglo, la rectificación y el embellecimiento y la anestesia y la respiración artificial, huya de este humilde volumen como quien se topa de frente con la peste.<br />
También evada, escóndase, hágase de humo si usted, sensible, amado lector, si usted, esperanzada, amadísima lectora, siente el revoltijo tembloroso de sus entrañas cuando en los diarios aparecen los cuerpos degollados, los traficantes atiborrados de plata y munidos de droga, los rostros golpeados por el vendaval de desgracias, los andamios de la infancia condenados a los ojos rojos y las redadas y los pulmones secos y contaminados. O si usted, lector, lectora, cómplice, en fin, prefiere la caricia más suave y la mirada aún más pudorosa, el labio terso, el ojo intacto, el peludo lomo mórbido, el encantamiento y el subterfugio, la mentira y el afeite, corra cuando estas páginas lo acechen, entiérrese cuando estas líneas extiendan sus dedos de fuego, aléjese de la ceniza de estos muertos, no vaya a ser que repare en que la suya tendrá los mismos hedores en la noche.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUA8nGHDXluhqhAJMhIRM5ZkuaqvDVzNHND7kjJSbNCrLWg-8ZHXRUqHVcSDnMjAtVxcgf75KH65_OQRwjPvWJAMYCPoB_pUFfNN0bQE06wFaxisq85K59oVj9SMCH9hrqrX49-I_B_DM/s1600/cronicas+suburbanas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left:1em; margin-right:1em"><img border="0" height="300" width="214" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUA8nGHDXluhqhAJMhIRM5ZkuaqvDVzNHND7kjJSbNCrLWg-8ZHXRUqHVcSDnMjAtVxcgf75KH65_OQRwjPvWJAMYCPoB_pUFfNN0bQE06wFaxisq85K59oVj9SMCH9hrqrX49-I_B_DM/s400/cronicas+suburbanas.jpg" /></a><br />
<br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-90799686478482680742012-06-11T10:00:00.002-07:002012-06-11T10:00:21.064-07:00Un decálogo sobre la escrituraPor Sergio Ramírez<br />
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Uno. Dice Billy Wilder, que hizo cine y no literatura, pero para nuestros fines viene a ser lo mismo, que su primer mandamiento es “No aburrirás”, y lo respaldo tan plenamente que lo pongo a la cabeza de este decálogo.<br />
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Dos. Antes de atrapar al asesino, es necesario atrapar al lector. No sé si lo oí, lo leí, o lo inventé, pero de todos modos recomiendo tanto a los escritores maduros como a los aprendices no olvidarlo. Es peor que huya el lector, a que huya el asesino.<br />
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Tres. Si una pistola aparece en la primera escena, tiene que ser disparada antes de que termine la pieza, según el más querido de mis maestros en la adolescencia literaria, Antón Chéjov, lo que significa que en la literatura no debe haber nada gratuito, ni inútil. Chéjov se refería en este caso a las escenas de teatro, pero las reglas dramáticas son igualmente infaltables en la narrativa.<br />
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Cuatro. El arte de escribir es el arte de suprimir. Creo que este mandamiento nada novedoso, pero estrictamente necesario, viene de Kafka; y Monterroso el Breve agrega que, según Pascal, se escriben textos largos por falta de tiempo para reducirlos. Suprimir o no suprimir, he allí el dilema.<br />
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Cinco. En consonancia con el mandamiento anterior, la escritura debe ser ligera, según nos recuerda Italo Calvino, nada de mano pesada. A través de ella debe pasar el aire, como en el cuadro Las meninas de Velázquez.<br />
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Seis. Nunca enseñes cómo se construye la trampa en que ha caído el lector incauto; y deja que sea el lector precavido quien un día vea con sus propios ojos los andamios con que se edificó tu escritura, como si se tratara de una aparición.<br />
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Siete. No pienses jamás que porque el lector lee rápido no se fija en la transparencia de un párrafo fruto de sucesivas correcciones. Precisamente lee rápido porque no encuentra dificultades ni tropiezos y así puede pasar con deleite a la siguiente página.<br />
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Ocho. No reveles de antemano algo que tienes que esconder, pero revélalo a tiempo. Y nunca escondas lo que es innecesario esconder.<br />
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Nueve. El lector siempre prefiere la acción a la demora, a menos que se trate de un cuerpo desnudo. No hay que olvidar que las historias existen mientras describen, mientras progresan los episodios que están alimentados por trampas y obstáculos. Esos episodios existen en la acción, mientras no se consumen.<br />
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Diez. La realidad no es más que el clavo que nos sirve para colgar la novela, según Alejandro Dumas (padre). Es solo un clavo. Lo demás es imaginación, revuelta, incesante, como un río suspendido de un clavo.<br />
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Once. Vuelvo a Monterroso el Breve para seguir su consejo de que los decálogos no tienen por qué ser de diez mandamientos nada más. Eso solo demuestra la insuficiencia de las reglas de la lógica, que son aquellas que la escritura desafía. Por eso agrego un undécimo, para recordar a Stendhal cuando dice que “la belleza nunca es más que una promesa de felicidad”. <br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-18603229850066669112012-06-07T09:35:00.002-07:002012-06-07T09:35:52.784-07:00Hoy en El Gran Hotel a las 19:00 de antología<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjk3m1oCR7AO5NEneyvU1LGogQBTP7SOUzKccNR1K95sStjxec5h2jj3KzYw8k-zBDEVeUJzEkD1-mHA-Eb32XcjZJ4BNf7yKqt42rMIjRV51bwOLCy3SlPgH_dpvW4kKtn5GtZKWzZ3Xg/s1600/ni+malditos.jpg-large" imageanchor="1" style="margin-left:1em; margin-right:1em"><img border="0" height="400" width="259" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjk3m1oCR7AO5NEneyvU1LGogQBTP7SOUzKccNR1K95sStjxec5h2jj3KzYw8k-zBDEVeUJzEkD1-mHA-Eb32XcjZJ4BNf7yKqt42rMIjRV51bwOLCy3SlPgH_dpvW4kKtn5GtZKWzZ3Xg/s400/ni+malditos.jpg-large" /></a><br />
<br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-47264321745212817152012-06-01T08:40:00.000-07:002012-06-01T08:40:06.096-07:00Finalistas de los Premios Literarios de Semana Negra 2012Hammett<br />
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• Las niñas perdidas, de Cristina Fallarás (España). Roca<br />
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• Un jamón calibre 45, de Carlos Salem (Argentina). RBA…<br />
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• Kryptonita, de Leonardo Oyola (Argentina). Random House Mondadori Argentina.<br />
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• Norte, de Edmundo Paz Soldán (Bolivia). Mondadori<br />
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Silverio Cañada<br />
<br />
• Que de lejos parecen moscas, de Kike Ferrari (Argentina). Amargord<br />
<br />
• Narcolepsia, de Jordi Ledesma (España). Alrevés<br />
<br />
• El país de los ciegos, de Claudio Cerdán (España). Ilarión<br />
<br />
• 36 toneladas, Iris García Cuevas (México). Ediciones B – México<br />
<br />
Celsius<br />
<br />
• Diástole, de Emilio Bueso (España). Salto de página<br />
<br />
• Antirresurrección, de Biedma (España). Dolmen<br />
<br />
• 2022 La Guerra del Gallo, de Juan Guinot (Argentina). Alrevés<br />
<br />
• El escondite de Grisha, de Ismael Martínez Biurrún (España). Salto de Página<br />
<br />
Walsh<br />
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• Levantones, Narcofosas y falsos positivos, de José Reveles (México) Grijalbo Mondadori – México.<br />
<br />
• Un maestro, de Guillermo Saccomanno (Argentina). Planeta – Argentina<br />
<br />
• La frontera del narco, de Sanjuana Martínez (México). Temas de hoy – México<br />
<br />
• El oro negro de la muerte, de Xavier Montanyà (España). Icaria<br />
<br />
Espartaco<br />
<br />
• Caminarás con el sol, de Alfonso Mateo-Sagasta (España). Grijalbo.<br />
<br />
• El lector de cadáveres, de Antonio Garrido (España). Espasa-Calpe<br />
<br />
• El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón (España). Seix Barral<br />
<br />
• Disparos en la oscuridad, de Fabrizio Mejía Madrid (México). Sumafrancisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-31985103401197642902012-05-30T13:06:00.003-07:002012-05-30T13:06:12.568-07:00Trilogía policial electrónica<br />
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Esteban Navarro, natural de Moratalla (Murcia) y residente en Huesca, donde trabaja como policía, se ha convertido en uno de los escritores más leídos de lo que se denomina la Generación Kindle, en honor al libro electrónico, que los ha catapultado a las listas de libros más vendidos. Navarro cuenta con una trilogía de libros de novela policiaca, "El buen padre", "Los fresones rojos" y "Los ojos del escritor", protagonizados todos ellos por el policía Moisés Guzmán, destinado en la Oficina de Denuncias de la Comisaría de Huesca. Es desde aquí en donde se originan todas sus aventuras.<br />
<br />
Precisamente desde Huesca surgió de la mente de Esteban Navarro el nombre de Generación Kindle, y ya todos los medios hablan de esa generación como el futuro del libro. Este escritor vocacional ha situado su trilogía policiaca entre las novelas más vendidas. La peculiaridad de estas novelas, escritas en formato digital, es la sencillez de sus personajes y la trama original y algo rebuscada, enlazando directamente con el lector, hasta conseguir que éste pase un buen rato, que es el fin último de la literatura: entretener. Además, ha escrito otros libros como "El lodo mágico" o "La casa de enfrente".<br />
<br />
El 23 de abril pasado, la Generación Kindle se presentó en lo que fue su primera cumbre, celebrada en Barcelona. Quienes componen esta nueva generación de escritores tienen edades dispares, proceden de lugares muy diferentes, y escriben géneros que nada tienen que ver unos con otros. Todos tienen algo en común: han copado las listas con sus libros, siendo los más vendidos.<br />
<br />
Esteban Navarro ha ganado varios premios literarios: El Certamen de Novela San Bartolomé - Saramago La Balsa de Piedra 2011, el I premio de novela corta Katharsis 2008, el III Concurso literario policía y cultura de Huesca 2011, y el V Concurso de relatos cortos Ciudad de Huesca 2011, entre otros, además de haber quedado finalista en casi una decena de concursos y certámenes literarios.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-78743478440977645322012-05-21T10:41:00.000-07:002012-05-21T10:41:02.622-07:00Deya vúYa comienzan las primeras manifestaciones de lluvia a mojar las calles, nuestras cabezas y la ropa que colgamos en el patio. Pero, también inicia una película que, lamentablemente, año tras año se repite, no como una saga, sino, prácticamente una copia, clon, gemela de la año anterior. Esta película que menciono, de la cual, seguramente, usted ha sido un protagonista, o la observó como testigo o como simple espectador ya comenzaron sus funciones. Se trata de una cinta en la que ocurren inundaciones de carreteras y de casas; en las que los ríos arrasan con poblados, tumban puentes, matan animales. Aparecen las infaltables tormentas y huracanes, se va la luz, muchos mueren, debacle, desolación. Ya muy al final surge la calma, juramentos y comienzan a salir los créditos, que en este caso son las noticias con los nombres de quienes murieron, lugares golpeados, entre otros. A esta película le podemos denominar Deya vú, que en francés significa Algo ya visto. Pareciera que no aprendemos de las lecciones anuales que nos da la vida. Como seres humanos inventamos constantemente tecnología, conocimiento, pero, por otro lado, no aprendemos. Deberíamos de planificar, en el caso de Guatemala, entre enero y marzo, cómo afrontar el invierno, sin embargo, lo que hacemos es, al final del invierno, lamentarnos de lo que ocurrió y prometer que se hará algo para cambiar la situación. Claro, esa promesa nunca llega. Recuerdo la novela Crónica de una muerte anunciada de Rafael García Márquez, que como su nombre lo indica trata de la inminente muerte de un protagonista. Desde la primera línea ya sabemos que lo van a matar. Pues pareciera que esto ocurre en esta cinta. Ya no tardan en salir los titulares, los lamentos y por otro lado, las promesas, pero al final, otra vez las mismas escenas, muchas veces en los mismos lugares, solamente que con diferentes protagonistas. Deberíamos de aprender de las lecciones pasadas.<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOhyphenhyphenigPK4hU-uD-YxmPRu8lcgPqnIcLMhvnxbRcltuxOhSxGB_x6LaPAMl9DTYo9foBpkWA757SeAnon4IlR0vlBrSzpxU1cLhVYfWkVmqc9IysAIh1ae0_DVLTj6LMDb-B63wfDfMhcA/s1600/aguacero.jpg" imageanchor="1" style="clear:left; float:left;margin-right:1em; margin-bottom:1em"><img border="0" height="227" width="373" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOhyphenhyphenigPK4hU-uD-YxmPRu8lcgPqnIcLMhvnxbRcltuxOhSxGB_x6LaPAMl9DTYo9foBpkWA757SeAnon4IlR0vlBrSzpxU1cLhVYfWkVmqc9IysAIh1ae0_DVLTj6LMDb-B63wfDfMhcA/s400/aguacero.jpg" /></a></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAaUYpvKTbtnN1DvXQOM3WftIy1dwZ8o_cnZUXrJD6O7QQNLYZoJ3lV0R7l82unDO6EJmb43RVVRQkYC1bC38Nvz1kKj_H48wz2KQjnMBdDoGKXdFZgX3FkAzUI5QrH49SprdW-U-1KYU/s1600/aguacero+2+.jpg" imageanchor="1" style="clear:left; float:left;margin-right:1em; margin-bottom:1em"><img border="0" height="400" width="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAaUYpvKTbtnN1DvXQOM3WftIy1dwZ8o_cnZUXrJD6O7QQNLYZoJ3lV0R7l82unDO6EJmb43RVVRQkYC1bC38Nvz1kKj_H48wz2KQjnMBdDoGKXdFZgX3FkAzUI5QrH49SprdW-U-1KYU/s400/aguacero+2+.jpg" /></a></div><br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-51936362819094656632012-05-18T07:58:00.000-07:002012-05-18T07:58:08.835-07:00Patricia Highsmith: Notas de una cucaracha respetable18 de mayo de 2012 por Isaías Garde ·<br />
Archivado en Highsmith Patricia, Narrativa<br />
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Read more: http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2012/05/patricia-highsmith-notas-de-una.html#ixzz1vEWyfZTz<br />
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Solía vivir en el hotel Duke, que se encuentra en una esquina de la plaza de Washington. Mi familia ha vivido allí durante generaciones, y con ello quiero decir doscientas o trescientas generaciones, por lo menos. Pero ese hotel ha dejado de gustarme. No es lugar para mí. El hotel ha ido muy a menos. Oí a mi tatara-tatara-tatara abuela —y pueden ascender cuanto quieran en el árbol genealógico, a pesar de que yo la conocí y hablé con ella— hablar de los viejos tiempos, los buenos tiempos, en que la gente llegaba al hotel en carruajes tirados por caballos, con maletas que olían a cuero, y que era gente que desayunaba en la cama, y dejaba caer en la alfombra algunas migajas para nosotras. No lo hacían adrede, desde luego, ya que nosotras sabíamos guardar distancias y mantenernos en nuestro sitio. Nuestro sitio era los rincones de los cuartos de baño y la cocina. Ahora, podemos pasearnos por las alfombras con relativa impunidad, debido a que los clientes del hotel Duke van tan drogados que ni siquiera nos ven, o bien carecen, por culpa de la droga, de las energías precisas para aplastarnos con el pie, o bien se limitan a reírse cuando nos ven.<br />
<br />
Ahora, el hotel Duke tiene una maltratada marquesina verde, que se extiende por encima de la acera, con tantos agujeros que no protege a nadie de la lluvia. Después de subir cuatro peldaños de cemento, se entra en un sórdido vestíbulo que apesta a humo de marihuana, a whisky rancio, y que está insuficientemente iluminado. A fin de cuentas, la actual clientela no siempre desea ver a sus compañeros de hotel. En ocasiones, los clientes tropiezan entre sí en el vestíbulo en penumbra, y del choque puede nacer una amistad superficial, pero es más frecuente que el tropezón provoque un desagradable intercambio de palabras. A la izquierda del vestíbulo se encuentra una covacha todavía más oscura que se llama el Salón de Baile del Doctor Demasiado. Cobran dos dólares por la entrada, que se pagan en el vestíbulo, antes de entrar en el baile. Allí, hay música de máquina tocadiscos. Los clientes son chusma. Da asco.<br />
<br />
El hotel tiene seis plantas, y yo, por lo general, tomo el ascensor, que antes los clientes, en buen americano, llamaban «elevator», pero que ahora llaman el «lift», para imitar a los ingleses. ¿A santo de qué he de subir por las mugrientas chimeneas interiores, o arrastrarme por la escalera, tramo tras tramo, cuando puedo saltar el estrechísimo abismo, de menos de un centímetro, que media entre el suelo y el ascensor y deslizarme sin correr riesgos hasta el rincón en que se encuentra el ascensorista? Sé distinguir los pisos del hotel por su olor. El quinto piso huele a desinfectante desde hace más de un año, debido a que allí se organizó una ensalada de tiros, y delante del ascensor quedaron abundantes rostros de sangre y tripas. El segundo piso se enorgullece de contar con una vieja alfombra, por lo que su olor es a polvo, con un leve toque de orina. El tercero huele a sauerkraut (alguien seguramente dejó caer de sus manos una bandeja de este manjar, y el suelo es de porosa cerámica). Y así sucesivamente. Ahora bien, si quiero bajarme en el tercer piso, por ejemplo, y el ascensor no se detiene en él, me quedo dentro, en espera del próximo viaje, y tarde o temprano me bajo en el tercero.<br />
<br />
Me encontraba en el hotel Duke cuando llegaron los formularios del censo de los Estados Unidos, correspondiente a 1970. ¡Qué risa! Cada cual cogió un formulario, y todos se echaron a reír. Para empezar digamos que allí casi nadie tiene un hogar, y resulta que los formularios preguntaban: «¿Cuántas habitaciones tiene su hogar?» Y luego: «¿Cuántos hijos tiene usted?» Y así sucesivamente. Y: «¿Qué edad tiene su esposa?» La gente cree que las cucarachas no entendemos el inglés o cualquier otro idioma que se hable en nuestras proximidades. La gente cree que las cucarachas sólo comprenden el mensaje de una luz súbitamente encendida, que significa «¡huye!» Cuando se ha circulado por ahí durante el tiempo que nosotras lo hemos hecho, que se remonta a fechas anteriores a la de la llegada del Mayflower a estos pagos, se entiende muy bien el habla en uso sea la que fuere. Por eso, tuve ocasión de regocijarme con muchos comentarios referentes al censo de los Estados Unidos, cuyos formularios ninguno de los brutos alojados en el hotel Duke se tomaron la molestia de rellenar. Me divirtió pensar en lo que tendría que poner yo, en el caso de verme obligado a llenarlo. Sí, ¿por qué no? A fin de cuentas yo era un residente en el hotel, con aposento hereditario, con más derecho que cualquiera de las bestias humanas alojadas allí. Soy (y conste que no soy Franz Kafka disfrazado) una cucaracha, ignoro la edad que tienen mis esposas, de la misma forma que ignoro el número de esposas que tengo. La semana pasada tenía siete esposas, dicho sea empleando este último término en un sentido amplio, ahora bien, ¿cuántas de ellas han muerto aplastadas por un pisotón? En cuanto a hijos, diré que ni siquiera puedo contarlos, lo cual también dicen en tono de alarde muchos de mis compañeros de dos patas, pero si vamos a hacer cuentas, si es que los del censo quieren que las hagamos (para divertirse más, me parece), no me queda más remedio que fiarme de mi flaca memoria, en este aspecto. Recuerdo que la semana pasada, dos de mis esposas estaban ya a punto de dar a luz un par de huevos, las dos se alojan en el tercer piso (el que huele a sauerkraut). Pero, ¡santo Dios!, la verdad es que también yo me encontraba en situación apurada y con prisas, en busca (y me ruboriza tener que confesarlo) de un alimento que había olfateado y que estimaba se encontraba a cosa de un metro. Me parece que eran patatas fritas aromatizadas con queso. No me gustó nada tener que decir «Hola y adiós» tan de prisa a mis esposas, pero mi necesidad quizá era tan grande como la de ellas, ¿y dónde estarían ellas, o, mejor dicho, nuestra raza, si no pudiera yo hacer lo preciso para conservar mi vigor? Instantes después, vi a mi tercera esposa en el acto de ser aplastada por una bota de vaquero (los hippies llevan prendas del lejano Oeste, incluso en el caso de que hayan nacido en Brooklyn), aun cuando ésta, por lo menos, no estaba poniendo un huevo, por el momento, sino que, al igual que yo, corría, aunque en dirección opuesta a la mía. Pensé: «Hola y adiós», aunque tengo la seguridad de que ni siquiera me vio. Cabe la posibilidad de que jamás vuelva a ver a mis dos parturientas esposas, aunque quizá viera a algunos de mis hijos, antes de abandonar el hotel Duke.<br />
<br />
Cuando recuerdo a algunas de las personas que se alojaban en el hotel Duke, me enorgullezco de ser una cucaracha. Por lo menos gozo de mejor salud y, a pequeña escala, elimino basura. Lo cual me lleva al punto que me proponía abordar. En el hotel Duke solía haber basura en forma de migas de pan o de porciones de canapés cuando se daba una fiesta con champaña. Pero, ahora, la clientela del hotel Duke no come, o se droga o se emborracha. Conozco los buenos tiempos del hotel Duke sólo a través de los relatos de mis tatara-tatara-tatara abuelos y abuelas. Pero doy crédito a estos relatos. Decían, por ejemplo, que se podía saltar al interior de un zapato, situado ante la puerta de un dormitorio, y ser transportado a bordo de él, en bandeja sostenida por un criado, a las ocho de la mañana, lo cual le permitía a uno desayunarse con migajas de croissant. Ahora, en el Duke ni siquiera se limpian los zapatos, ya que si hay alguien capaz de dejar los zapatos junto a la puerta de su dormitorio, no sólo no se los limpiarán, sino que lo más probable es que se los roben. En la actualidad sólo se puede esperar esto de esos peludos monstruos ataviados con prendas de cuero con flecos y de sus novias de ropas transparentes, que se bañan muy de vez en cuando, y que únicamente dejan unas gotitas de agua en la bañera, que me permiten beber un poco. Beber agua del inodoro es peligroso, y a mi edad prefiero no hacerlo.<br />
<br />
Sin embargo, quiero hablar de mi recién hallada dicha. La semana pasada, mi paciencia llegó a agotarse. Ante mi propia vista otra de mis jóvenes esposas fue aplastada por un violento pisotón (recuerdo que esta esposa se encontraba alejada de las zonas de normal tránsito). Además, tuve que presenciar cómo un grupo de drogados cretinos, que atestaban una habitación, se dedicaba a recoger literalmente a lametazos la comida que habían esparcido en el suelo, a modo de diversión. Hombres y mujeres jóvenes, desnudos, fingían, llevados por algún motivo propio de orates, carecer de manos, e intentaban comer bocadillos como si fueran perros, con lo que la comida iba a parar al suelo, y entonces, se revolcaban por el suelo, retorciéndose, todos juntos, entre salchichas, cebolletas y mayonesa. En esta ocasión, había comida en abundancia, pero era peligroso andar por entre aquellos cuerpos que rodaban por el suelo. Estos cuerpos me parecieron más peligrosos que pies. Ahora bien, ver bocadillos fue algo excepcional. En el hotel Duke ya no hay restaurante, pero la mitad de sus habitaciones se denominan «apartamentos», lo que significa que en ellas hay refrigeradores y hornillos. Ahora bien, en lo tocante a comida el principal producto que los alojados en el Duke tienen es zumo de tomate en lata, para preparar Bloody Marys. Ni siquiera fríen un huevo. Entre otras cosas, ello se debe a que el hotel no proporciona sartenes, ni cazos, ni abrelatas, ni siquiera tenedores o cucharas, por cuanto, si lo hiciera, estos enseres serían robados. Y ninguno de los encantadores clientes está dispuesto a salir del hotel y comprar un cazo para calentar sopa. Por eso mis oportunidades eran escasas, como suele decirse. Y eso no es lo peor del «departamento de servicios», en el Duke. Casi ninguna ventana cierra debidamente, las camas parecen monstruosos camastros, las sillas están desvencijadas, y esos muebles a los que se les da indebidamente el nombre de sillones, de los que quizá hay uno en cada habitación, pueden causar lesiones por el medio de disparar un muelle contra alguna tierna parte del cuerpo. Las piletas están casi siempre atascadas, y los inodoros o bien tienen cisternas de las que no mana el agua o bien ésta sale enloquecedoramente de ellas. ¡Y los robos! He sido testigo de muchos. La doncella da la llave maestra a alguien, y ese alguien se mete en una habitación, abre las maletas y se mete su contenido bajo el brazo, o lo introduce en la funda de una almohada, fingiendo que se trata de ropa sucia.<br />
<br />
De todas maneras, el caso es que, hace una semana, me encontraba yo en un dormitorio temporalmente vacante, en el Duke, en busca de alguna migaja, o de unas gotas de agua, cuando entró un botones negro transportando una maleta que olía a cuero. Detrás del botones iba un caballero que olía a fricción para después del afeitado, además de olor a tabaco, lo cual es perfectamente normal. El caballero deshizo la maleta, dejó unos papeles en la mesa escritorio, abrió el grifo de agua caliente y musitó algo para sus adentros, intentó detener el constante fluir de agua del inodoro, probó la ducha, que esparció agua por todo el cuarto de baño. El caballero llamó por teléfono a conserjería. Comprendí casi todo lo que dijo. Esencialmente dijo que por el precio que pagaba, esto, aquello y lo de más allá podía ser un poco mejor, y que quizá la solución consistía en que le dieran otro dormitorio.<br />
<br />
Agazapada en mi rincón, hambrienta y sedienta, escuché con interés, aunque sabedora de que aquel caballero me aplastaría de un pisotón, en el caso de que yo hiciera acto de presencia sobre la alfombra. Sabía muy bien que si el caballero me veía, yo figuraría en su lista de quejas. Era un día ventoso y la vieja ventana de dos hojas se abrió bruscamente, con lo que los papeles del caballero volaron en todas direcciones. Tuvo que cerrar la ventana por el medio de apoyar una silla contra las hojas. Luego, lanzando maldiciones, el caballero recogió sus papeles.<br />
<br />
—¡Washington Square! ¡Henry James se levantaría de la tumba si viera esto!<br />
<br />
Recuerdo textualmente estas palabras, que el caballero pronunció en voz alta, mientras se atizaba una palmada en la frente como si aplastara un mosquito.<br />
<br />
Llegó un botones, con el viejo y sucio uniforme castaño del establecimiento, totalmente drogado, y anduvo manoseando la ventana, en un vano intento de arreglarla. Por la ventana penetraban rachas de aire helado, sus hojas se estremecían armando un ruido infernal, y todo lo que había en el cuarto, incluso un paquete de cigarrillos, tenía que ser fijado mediante un peso puesto encima, para evitar que saliera volando de encima de la mesa o de lo que fuera. El botones, al inspeccionar la ducha, sólo consiguió quedar empapado, y entonces dijo que avisaría al «especialista... En el hotel Duke, el «especialista» no es más que una broma, broma que no voy a analizar detenidamente. Aquel día, el «especialista» no tuvo ocasión de ejercer sus funciones, debido a que el botones fue la gota de agua que hizo rebosar el vaso, y el caballero cogió el teléfono y dijo:<br />
<br />
—¿Pueden ustedes mandarme a alguien que no esté drogado o borracho para que baje mi equipaje al vestíbulo... Oh, sí, claro, quédense con el dinero. Yo me voy. Y avisen un taxi, por favor.<br />
<br />
Éste fue el momento en que tomé una decisión. Mientras el caballero hacía la maleta, me despedí mentalmente con un beso de todas mis esposas, hermanos, hermanas, primos, hijos, nietos y biznietos, y, luego, me metí a bordo de la hermosa maleta que olía a cuero. Me deslicé en un compartimento en la parte interior de la tapa de la maleta, y me situé en un cómodo lugar entre los pliegues de una bolsa de plástico que olía a jabón de afeitar y a loción para después del afeitado, en donde me constaba no sería aplastada cuando el caballero cerrara la maleta.<br />
<br />
Media hora después, me encontraba en una habitación calentita, con una gruesa alfombra que no olía a polvo. El caballero desayuna en la cama a las siete y media de la mañana. En el pasillo, tengo a mi disposición comida sumamente variada, que encuentro en las bandejas puestas ante las puertas de los dormitorios, entre la que se cuenta restos de huevos revueltos, y, desde luego, abundante mermelada, mantequilla y panecillos. Ayer escapé por pelos, cuando un camarero con chaqueta blanca anduvo persiguiéndome durante unos treinta metros, por lo menos, atizando pisotones, con ambos pies, a derecha e izquierda, aunque fallando siempre el golpe. Todavía soy ágil, y en el hotel Duke aprendí mucho.<br />
<br />
Ya he inspeccionado la cocina, a la que voy y de la que regreso en ascensor, naturalmente. En la cocina hay comida en abundancia, pero, para mi desdicha, la fumigan una vez a la semana. He conocido a cuatro posibles esposas, aunque todas ellas con mala salud, por culpa de los humos de la fumigación, a pesar de lo cual siguen decididas a permanecer en la cocina. Lo mío son los pisos superiores. Allí no hay competencia, y abundan las bandejas de desayuno y, a veces los bocadillos de medianoche. Quizá en la actualidad me haya convertido en un solterón, pero aún tengo el vigor suficiente si es que aparece una posible esposa. Entretanto, me considero mucho mejor que aquellos bípedos del hotel Duke, a quienes he visto comer cosas que yo ni siquiera tocaría, y que no quiero siquiera mencionar. Lo hacen por apuesta. ¡Apuestas! Si la vida entera es un juego de azar, ¿para qué apostar?<br />
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<br />
En Crímenes bestiales<br />
Traducción: A.B.V.<br />
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Read more: http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2012/05/patricia-highsmith-notas-de-una.html#ixzz1vEWpFsZ3francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-49628598813059559742012-05-07T11:48:00.001-07:002012-05-07T11:48:33.307-07:00¿Negra o policial?Tomado de: El proyecto Black Mask<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgm_NknS6N-tC5GF4z9Y6lwqrG4mlwUv7lQa7HnsECEl9jdYKELyofW2h6oDdViY4a0rYfss_TVWBaNeShZOExF5hU3P72Qy4jN3cB0LQEU3WZLeYQKiLvuI4re0Gp7LHMt-e0Cl2k1dWI/s1600/Dashiell+Hammett.jpg-9.jpg" imageanchor="1" style="clear:left; float:left;margin-right:1em; margin-bottom:1em"><img border="0" height="400" width="258" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgm_NknS6N-tC5GF4z9Y6lwqrG4mlwUv7lQa7HnsECEl9jdYKELyofW2h6oDdViY4a0rYfss_TVWBaNeShZOExF5hU3P72Qy4jN3cB0LQEU3WZLeYQKiLvuI4re0Gp7LHMt-e0Cl2k1dWI/s400/Dashiell+Hammett.jpg-9.jpg" /></a></div><br />
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Muchos lectores cultivan una interesante confusión entre literatura negra y literatura policial. La confusión quizás provenga del nombre de la revista que divulgó con más éxito esos contenidos y de que, al menos en sus dos primeros años, convivieron en sus páginas relatos policiales con relatos en los que se mezclaban erotismo, perversión, maldad y violencia. Como todas esas historias se encontraban en Black Mask (y las que no se encontraban, remedaban el estilo de esa revista), pues a todas se les llamó «negras».<br />
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Esta explicación es tan simple como convincente. Sin embargo, sería útil sospechar que las razones para que exista semejante confusión tengan raíces más profundas.<br />
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Tanto los relatos policiales como las historias de amor, aventuras y misterio que se publicaban en los primeros años de Black Mask, compartían algo que las hacía únicas: todas trataban sobre asuntos que estaban fuera de los bordes permitidos por la sociedad de los años veinte; todas contenían detalles que podían tildarse de pornográficos, grotescos, desmesurados y violentos. No obstante, aunque muchos de esos adjetivos estuvieran bien aplicados, esos relatos tenían un trasfondo social muy fuerte, un trasfondo de denuncia, de divulgación de aquello que no se difundía por otros canales más expuestos a la opinión pública. ¿Dónde se hablaba sobre ciertos temas prohibidos por «la moral y las buenas costumbres», digamos sobre sexo o sobre drogas o sobre el mundo de los extorsionadores y de los traficantes? Pues en la literatura… Y no precisamente en la literatura que se consideraba seria.<br />
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Ésa es la médula del asunto: la literatura negra trata sobre los que dejan que la vida se les salga de los rieles, sobre los que no saben (o no pueden) manejar su relación con el entorno que los rodea, sobre los que no encajan en el mundo en el que viven, sobre los que quieren o necesitan más de lo que pueden obtener, sobre los arrinconados por las circunstancias y apelan a las acciones más locas y desesperadas, sobre los que no saben mantener el equilibrio entre sus apetitos y los de los demás, sobre los perversos que no dudan en convertirse en parásitos del prójimo, sobre los que dañan, matan, roban, violan y descuadernan a los demás.<br />
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En ese sentido, la literatura policial, con sus detectives mal encarados y sus investigaciones para develar a los responsables de los crímenes más variados, podría considerarse como una de las tantas y posibles ramificaciones de la literatura negra, de esa literatura que habla sobre la cara menos amable de los seres humanos que viven, muchas veces hacinados, en las grandes ciudades, tratando de sobrevivir al caos económico y a un mundo en el que prosperan todas las formas posibles de corrupción.<br />
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Sea cual sea la razón que hace que algunos lectores no discriminen entre literatura negra y literatura policial, lo cierto es que la formación de ambos géneros va unida a la creación de un buen número de publicaciones entre las que destaca Black Mask.<br />
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Como fenómeno de la cultura popular, como punto de encuentro de grandes escritores, esta publicación marcó un hito no sólo entre las revistas de su clase, sino en la literatura norteamericana en general. Para muestra, obsérvese que las pautas de estilo que aún se replican en cada cuento, en cada novela y en cada película del género negro, son las mismas que alguna vez esbozaron los editores de Black Mask.<br />
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Una revista exitosa en la que se cuece un nuevo tipo de literatura escrita en un lenguaje parco y directo que cuenta historias que atrajeron y siguen atrayendo al gran público, no puede ser un fenómeno frívolo del que se hable a la ligera. Por eso le dedicamos estas líneas y seguimos leyendo, admirados, a los grandes maestros del género.<br />
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Los orígenes<br />
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Los escritores Henry Louis Mencken y George Jean Nathan deseaban financiar una revista de crítica literaria llamada Smart Set. Para lograr ese objetivo, Mencken y Nathan produjeron Saucy Stories, una publicación barata llena de imágenes y textos eróticos de la que extrajeron buenos ingresos para continuar con cierta holgura su proyecto literario. No obstante el moderado éxito, los editores pensaron que obtendrían mayores beneficios si diversificaban los contenidos de la publicación que les generaba mayores ganancias. Fue así como Mencken y Nathan fundaron, en 1920, Black Mask.<br />
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En cada número se publicaban cinco historias: una de gángsters, una de aventuras, una de misterio y dos de amor. Al igual que otras revistas semejantes (Parissiene, Weird Tales, la propia Saucy Stories, entre muchas otras), Black Mask se imprimía en un papel de muy baja calidad, lo que hizo que a este tipo de publicaciones se le llamara «pulp magazines» y al tipo de historias que llevaban sus páginas se le llamara tal cual: «pulp fiction» o, si se nos permite la intromisión (sobre todo después de Quentin Tarantino), «ficción cruda», ficción impresa en un papel basto y barato.<br />
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La característica principal de los relatos que se publicaban en esta primera época de Black Mask era la presencia de personajes desaforados cuyas peripecias violentas, eróticas y, en algunos casos, grotescas, mostraban una cara distinta de la moralidad severa que se exponía en la literatura y en el arte de su tiempo.<br />
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Nuevos dueños, nuevo editor<br />
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Menken y Nathan financiaron ocho números de Black Mask y la vendieron. En 1926, sus nuevos dueños, Eltinge Warner y Eugene Crow, nombraron a Joseph Shaw como editor y pronto se dieron cuenta de que habían tomado la decisión acertada porque lo primero que hizo Shaw fue analizar el producto y proponer unos cuantos cambios que, a la postre, serían cruciales no sólo para la revista como negocio, sino como espacio editorial que aglutinaba el trabajo de un extraordinario grupo de escritores.<br />
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La primera decisión que tomó Shaw fue sugerir la eliminación de las historias que no tuvieran que ver con el tema policial. La razón era muy sencilla. Entre el material que se publicaba, el mejor trabajado, el mejor escrito y el que despertaba mayor interés entre los lectores, era el dedicado a los gángsters y a los detectives. Claro, ¿cómo no iba a ser de ese modo, si los autores de esos relatos eran Samuel Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Erle Stanley Gardner y Carroll John Daly?<br />
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Shaw tuvo el tino de ver gran literatura donde otros veían sólo la ficción cruda típica de las revistas impresas en el papel más barato de su época. Por eso decidió concentrar todas las energías de la empresa en promover el tipo de escritura que sus autores más talentosos cultivaban.<br />
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Quizás el principal aporte de Joseph Shaw a este tipo de literatura fuera la redefinición de la figura del detective. Hasta 1923, la figura del detective de Black Mask estuvo inspirada en la elegante asepsia de los detectives de la literatura inglesa, en la eficiencia discreta de los miembros de la Agencia Pinkerton y en la rigidez de los efectivos de Scotland Yard. En 1923 Carroll John Daly publica «Three Gun Terry», un largo relato donde aparece Terry Mack, el primer detective rudo y malhablado que aparece en esa revista y que sería modelo para otros que aparecerían con posterioridad y que, llevados al extremo, crearían el subgénero del hard boiled, un tipo de relatos de una violencia extrema.<br />
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Joseph Shaw se dio cuenta del encanto que tenía esa clase de personajes y de la necesidad de héroes que tenía la sociedad norteamericana. Recordemos que los años veinte fueron difíciles para los Estados Unidos, que era una época de posguerra, que había una crisis financiera en ciernes, que la corrupción campeaba, que gángsters como Al Capone, Lucky Luciano y Frank Costello, crearon organizaciones criminales que burlaban las leyes antinarcóticos, que contrabandeaban alcohol, se dedicaban al tráfico de armas, a la prostitución, al juego ilegal y a cuanto produjera dinero fácil y rápido.<br />
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Shaw detectó que una buena parte del público veía con desconfianza a las instituciones públicas encargadas de impartir justicia. Por eso estimuló la creación del personaje que ejercía el oficio de detective privado, que no era policía ni juez ni fiscal y que podía moverse con libertad entre lo legal y lo ilegal para enfrentar a los mafiosos en su ley, en ese mundo paralelo del crimen lleno de matones embutidos en trajes hechos a la medida y de maletines repletos de billetes.<br />
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Moral y balas<br />
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En el estímulo que Shaw le brindó a la creación de personajes emblemáticos de este tipo de literatura (valga decir el Philip Marlowe de Raymond Chandler o el Sam Spade, de Samuel Dashiell Hammett), se percibe el deseo de hacer de la revista y de esos relatos una declaratoria moral en contra del proceso de corrosión de la sociedad que produjo la acción cada vez más abierta y desvergonzada de las distintas organizaciones criminales que prosperaron en esa época. A eso habría que añadir los editoriales que aparecían en cada número y que el propio Joseph Shaw firmaba. En ellos se hablaba de la importancia de luchar contra el crimen, de la conciencia que cada ciudadano debía tener de sus deberes y derechos y de cómo las historias contenidas en ese número podían servir para enseñarle al público cómo era (y sigue siendo) el submundo criminal.<br />
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A muchos les resulta extraño que una revista como Black Mask tuviera una preocupación moral tan acentuada. Quizás no les cuadre esa inquietud con el tipo de historias que publicaba, llenas de ladrones, asesinos, alcohólicos, traficantes y demás modelos de mal comportamiento cívico. Al final, el problema no es la presentación descarnada del crimen ni el mal ejemplo que muchos moralistas falsos le enrostran a este tipo de literatura; es algo mucho más complejo que tiene que ver con las preguntas que se hace un grupo de editores, escritores y artistas en torno a la creación de héroes y modelos literarios que, en el fondo, tratan de poner en palabras las preguntas que se hace toda una sociedad sobre cómo combatir el mal que la corroe.<br />
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Al igual que en los años veinte, hoy vivimos tiempos difíciles. No hace falta dar ejemplos ni detalles porque todos tenemos nuestra propia experiencia de lo que la expresión «tiempos difíciles» significa. Por eso vale la pena reflexionar sobre un tipo de literatura que no sólo refleja la clase de depravaciones que germina en las épocas duras que les toca vivir a todas las sociedades, sino que plantea soluciones en las que la moral se impone así sea a golpes.<br />
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Luchar contra el mal en la vida diaria no es ni será fotogénico, pero en la ficción todo es posible. De eso trató el proyecto Black Mask hasta que, en 1951, cerró sus puertas.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-39177002447862546622012-04-16T09:36:00.004-07:002012-04-16T09:36:58.641-07:00MujeresComo lo he escrito en anteriores ocasiones, las efemérides ofrecen posibilidades para el lucro, pero, también ayudan a recordar por un día, acontecimientos que en realidad deberíamos tener presente las 24 horas, todas las semanas.<br />
El pasado 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer. Lo primero que me viene a la mente es el recuerdo de la mujer como madre, como profesional, como obrera, como hermana, como académica, como deportista, como hija, como artista, como ama de casa, como empleada, como pareja, soñadora, romántica, apasionada, devota. Mi sentimiento no es paternalista, ni tengo una tendencia rapaz hacia ellas. Todo lo contrario: profunda admiración, respeto, pasión, amor, entrega y camaradería.<br />
Sin embargo, existen mujeres que son borradas de la faz de la tierra de la noche a la mañana. No por extraterrestres que las abducen hacia el más allá, sino, a veces, por sus mismos compañeros, esposos, amantes, hijos o nietos, sicarios al fin, que las matan sin piedad, por el único y “condenable” (según los propios asesinos) delito de ser mujer.<br />
Históricamente la falsa y cacareada superioridad de muchos ha provocado la invisibilidad de la mujer en temas que van desde la política, el arte, la filosofía, la ciencia, entre otras.<br />
En nuestro país, la desaparición física, la violación, tortura física y psicológica encabeza los noticiarios cotidianamente, rellenando datos estadísticos, subiéndonos al podio de la vergüenza en el mundo, provocando que muchos nos avergoncemos de la barbarie que las ataca sin piedad y que pareciera, lamentablemente que continuará sin misericordia.<br />
Por ello es que si pensamos un poco más allá de sus hermosos ojos, sonrisa y cuerpo, en ellas como dadoras de vida, como cómplices de la vida o como fundadoras de un devenir más humano, les demos el lugar que históricamente se merecen. Respetemos su vida, como la de un niño, como la de un hombre. Muchos creen que con atacarlas van a ser superiores, pero contrariamente, su enanez física y mental los convierte en seres despreciables,<br />francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3280411947399296149.post-79083817303025788032012-04-09T08:46:00.002-07:002012-04-09T08:46:57.062-07:00Los amos de la nocheComo siempre, en nuestro país la cultura tiene un lugar privilegiado y cuando hacemos cuentas, nos pasa de manera diferente en otros campos, en los que siempre nos va mal. En esta ocasión quiero referirme a un hecho de mucha relevancia en el campo de la literatura, especialmente la contemporánea, pues, además del surgimiento muchas publicaciones y de de nuevas voces, quiero hacer un énfasis especial en la reaparición del escritor Estuardo Prado. Este autor, tras años de silencio presentó una nueva edición de Los amos de la noche, sin lugar a dudas, uno de los textos más importantes de la narrativa centroamericana de los últimos años. Para quienes no conocen la literatura de Prado, mencionaré que marcó una nueva era debido a que sus textos cambiaron la forma tradicional de narrar, de contar historias durante el siglo XX en nuestro país. Comenzando por la manera en que edita sus textos, el papel, la letra, las imágenes y demás. Por otro lado, los temas que aborda; son, en su gran mayoría tabú, los que pueden herir a quienes no estén preparados para enfrentar esta avalancha de creación, ocurrencia, sobre todo con mucho seso. Su importancia radica en la integración de varios géneros, como el cine, la TV, la plástica, el cómic y la literatura, lo que hace leer sus textos fácilmente (cualquiera los puede leer), pero a la vez, están llenos de referencias para un tipo de lector exigente y con muchas referencias. Los amos de la noche está muy por encima de cientos de libros y de películas en que muchos compatriotas gastan su plata y quedan con insatisfacción tras terminarlos. Este es un texto creado en nuestro país, con un estilo, que alguien podría llamarlo contracultural, pero que no tiene nada que envidiar a textos que se publican en NY o en París del canon. No tienen todo el despliegue promocional, ni Prado se ha tenido que ir a España a escribir la gran novela. El texto habla por sí solo. Estoy seguro que los lectores de ND lo disfrutarán. Si me preguntan qué aporta el país a la posmodernidad, diré que literatura. Celebro la aparición de este autor y que su obra perdure.francisco alejandro mendezhttp://www.blogger.com/profile/00521674411157571521noreply@blogger.com0