sábado, 15 de septiembre de 2012

Diez clásicas de la novela negra

tomado de El Bibliófilo Enmascarado

Antes de nada, lo primero que debemos aclarar es a qué se llama exactamente novela negra. Y aquí nos encontramos con el primer escollo a salvar. Podríamos decir sin riesgo a equivocarnos mucho, que la novela negra es una rama de la novela policíaca clásica en la que el crimen, la investigación, y la intriga son los únicos ingredientes principales. En la novela negra, junto a estos conceptos, interactúa con mucha fuerza uno nuevo, “la realidad social”.

Es decir, no encontraríamos ante una novela detectivesca donde a la intriga policíaca pura y dura se une, por un lado, la crítica y la denuncia social, y por otro, la marcada personalidad de sus protagonistas, lo que origina que éstos actúen de una forma ligeramente diferente a como lo hacen en la novela policíaca clásica. A esto, además, habría que añadir un mayor dinamismo y violencia en el desarrollo de la trama.

Pero en la práctica resulta difícil establecer los límites entre novela policíaca y novela negra, y de ahí que hoy en día haya una tendencia generalizada a clasificar como novela negra a todo aquello que huela a novela policíaca. Después de leer diferentes comentarios al respecto, he llegado a la conclusión de que ni siquiera los eruditos en la materia se ponen de acuerdo en dónde establecer estos límites.


Sin embargo, y dejando a un lado el concepto, el porqué del apelativo de novela negra es una cuestión que está bastante más clara. Se debió en gran medida a la publicación de estos relatos en la revista del género pulp “Black Mask”, creada en el año 1920 y que tuvo una exitosa acogida entre el público norteamericano. Después, en el año 1945 la Editorial francesa Gallimard editó una colección de libros que bautizó con el nombre de “Série Noire” por el color de sus portadas (negras con una cinta amarilla alrededor), que aglutinaba lo mejor y más selecto de la novela de detectives norteamericana. Estas dos célebres publicaciones, añadido a los ambientes oscuros que en ellas se reflejaban, fueron en su conjunto los elementos que consolidaron la denominación de “novela negra”.


Algunos citan a Edgar Allan Poe como padre de “este género”, con sus relatos Los asesinatos de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Roget (1842) y La carta robada (1849), que tienen como principal protagonista al detective aficionado Auguste Dupin. Pero os preguntaréis ¿a qué género te refieres, al policiaco o al negro? Una buena pregunta para la que, francamente, no tengo respuesta.

Lo que sí parece mas generalizado, es que hablar de novela negra es hablar de dos grandes pioneros del género, Raymond Chandler, creador del detective Philip Marlowe, y de Dashiell Hammett, creador del detective Sam Spade, al que muchos asociaremos con la imagen de un joven Humphrey Bogart.

Bueno, pues teniendo en cuenta todas estas cuestiones (fundamentalmente la de que hay una tendencia generalizada a llamar novela negra a la novela policíaca), os traigo aquí una pequeña selección de diez títulos relacionados con este género que no podemos, ni debemos, dejar de leer. Tengo claro que en esta lista no están todos los que son, pero también tengo claro que sí son todos los que están.

Os dejo con ellos. Qué los disfrutéis.


Los asesinatos de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe

Los crimenes de la calle Morgue. Edgar Allan Poe.
En realidad no se trata de una novela, si no de un relato corto, el primero de la trilogía protagonizada por el detective creado por Poe, Monsieur C. Auguste Dupin, junto con El misterio de Marie Rogêt y La carta robada. Pero he querido incluirlo en esta lista, y además en primer lugar, porque como ya he dicho anteriormente, está calificada por muchos como la primera obra de éste género. El texto fue publicado por primera vez en el año 1841 en la revista Graham’s Magazine, de Filadelfia, y para su composición el autor se inspiró “libremente” en un caso real.

Un bárbaro asesinato de dos mujeres, madre e hija, se ha producido en un apartamento de una populosa calle de París. Las primeras pesquisas que lleva a cabo la brigada de investigaciones no dan resultado alguno, evidenciándose la impotencia de la policía para esclarecer los hechos. Finalmente se hace cargo del asunto un detective aficionado, Monsieur Dupin, quien tras intensa y brillante investigación, resuelve el caso al ofrecer una explicación extraordinaria.

El sabueso de los Baskerville, de Arthur Ignatius Conan Doyle

El sabueso de los Baskerville. Arthur Ignatius Conan Doyle
Publicada en el año 1902, El sabueso de los Baskerville, es la más célebre de las novelas protagonizadas por Sherlock Holmes. Según cuentan las crónicas, Conan Doyle se encontraba en Cromer (Norflok) charlando con un amigo cuando éste le habló de la leyenda del perro feroz y fantasmal de un páramo próximo a la siniestra prisión de Dartmoor. El escritor se entusiasmo con la historia y los dos viajaron al lugar de la leyenda. En ese mismo viajé nació el argumento del libro.

El detective Sherlock Holmes, escoltado por el doctor Watson, acude a una antigua y lúgubre mansión para intentar resolver un misterioso crimen. Sobre los habitantes de la casa de los Baskerville pesa una terrible leyenda: un demonio, en forma de perro gigantesco, se les aparece cuando suena la hora de su muerte. Y la leyenda ha recobrado su valor sugestivo con la muerte inesperada de sir Charles, el último de los Baskerville que vivía en la antigua casa, y por los horribles aullidos que de tarde en tarde se escuchan en dirección a los pantanos de Grimpen.

De esta novela se rodaron cerca de 30 versiones, entre películas y series de televisión. La primera fue rodada en 1921, siendo el papel de Sherlock interpretado por Eille Norwood. Posteriormente, en 1939, Sidney Lanfield dirigió una versión protagonizada por Basil Rathbone y Nigel Bruce, para muchos los mejores Holmes y Watson, respectivamente.

Pero quizás la más popular, o al menos la mas conocida, es la que se estrenó en el año 1959, con guión de Peter Bryan, dirigida por Terence Fisher, y protagonizada, entre otros, por Peter Cushing (Sherlock Holmes), André Morell (Dr. John Watson), Christopher Lee (Sir Henry), y Marla Landi (Cecile Stapleton).

El halcón maltés, de Samuel Dashiell Hammett

El halcón maltés. Samuel Dashiell Hammett
En 1930 se publicaba esta novela protagonizada por Sam Spade, un detective de ficción, inflexible, irónico y duro, creado por el escritor estadounidense Dashiell Hammett.

Una estatuilla con figura de halcón que los caballeros de la Orden de Malta regalaron al emperador Carlos V en 1530 ha sido objeto, durante más de cuatro siglos, de robos y extravíos. Cuando, tras mil peripecias, llega a la ciudad de San Francisco, un grupo de delincuentes trata de apoderarse de ella, lo que da lugar a conflictos, asesinatos y pasiones exacerbadas. A ello contribuye el detective Sam Spade mediante el empleo de la violencia más cruda y la creación de situaciones arriesgadas e imprevisibles, aunque siempre esclarecedoras.


Diversas adaptaciones de la novela fueron llevadas a la pantalla, pero sin duda la mas famosa es la realizada en 1941 por John Huston, y protagonizada por Humphrey Bogart en el papel de Spade. Completan el reparto Mary Astor, Gladys George, Peter Lorre, Barton MacLane, Lee Patrick, Sydney Greenstreet, Elisha Cook Jr., Ward Bond, Walter Huston, y Jerome Cowan

El Cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain

El Cartero siempre llama dos veces. James M. Cain
Publicada en el año 1934, se trata de una novela de acción rápida y de extensión breve, puesto que apenas llega a las 100 páginas en la mayoría de sus ediciones. La novela tuvo un gran éxito desde su publicación, aunque llegó a ser prohibida por las autoridades de Boston por su contenido de violencia y sexo, una mezcla explosiva que causó conmoción en su momento. Hoy en día es considerada una de las obras cumbres del género negro.

Frank, un trotamundos sin empleo, narra en primera persona la atracción que siente por Cora, la esposa de un emigrante de origen griego propietario de una taberna en California, y cómo se vuelven amantes unidos por el ardor y la ambición. Ambos idean un “accidente” para que éste muera. Pero las cosas no son tan sencillas y no será tan fácil librarse del viejo marido. La cantidad de intereses creados en el caso golpea y debilita la confianza mutua de la flamante pareja. Y habrá que contar, además, con el inescrutable destino, ese cartero que siempre llama dos veces.


En el año 1981, Bob Rafelson, con guión David Mamet, llevaría al cine con gran éxito una adaptación de esta novela. Jack Nicholson, y Jessica Lange serían los encargados de dar vida a sus protagonistas.

¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy

¿Acaso no matan a los caballos?. Horace McCoy
Publicada en el año 1935, esta novela está considerada como un ejemplo de la novela negra.

La Gran Depresión de los años treinta obligó a mucha gente a tomar medidas desesperadas para sobrevivir. Los concursos de resistencia de baile, que florecieron en aquella época, parecían una manera fácil de ganar dinero extra, uno sólo tenía que bailar hasta caer rendido. En esta novela asistiremos, hora tras hora, al escalofriante espectáculo que dan dos de los bailarines.

La historia cuenta la tragedia ocurrida durante uno de esos maratones de baile. Gloria, una de las participantes, cansada de buscar trabajo, pide a su compañero que la libere de su sufrimiento. Robert se apiadará de ella como si de un caballo herido se tratara.


Sydney Pollack llevó al cine en el año 1969 la adaptación de esta novela, que fue comercializada en España bajo el título de Danzad, danzad, malditos. Jane Fonda, y Michael Sarrazin, en los papeles de Gloria y Robert, respectivamente, protagonizarían esta película.

Diez negritos, de Agatha Christie

Diez negritos. Agatha Christie
Inicialmente, cuando se publicó en el año 1939 en Gran Bretaña, llevaba el título de Diez negritos. Posteriormente, en épocas de mayor sensibilidad social se editó bajo el título de Y no quedó ninguno. En Estados Unidos se publicó con el título Diez inditos.

Curiosamente, esta novela no está protagonizada por ninguno de los detectives habituales de Ágata Christie, Poirot y Miss Marple, entre otras cosas, porque no existe la figura del policía investigador.

Diez personas reciben cartas firmadas por un desconocido Mr. Owen, que las invita a pasar unos días en la mansión que tiene en uno de los islotes de la costa de Devon. La primera noche, después de la cena, una voz los acusa, de ser culpables de un crimen. Lo que parece ser una broma macabra se convierte en una espantosa realidad cuando, uno por uno, los diez invitados son asesinados en un atmósfera de miedo y mutuas recriminaciones. La clave parece estar en una vieja canción infantil: ‘Diez negritos se fueron a cenar, uno se ahogó y quedaron nueve. Nueve negritos trasnocharon mucho, uno no despertó, y quedaron ocho…’.


Al menos en tres ocasiones esta novela ha sido llevada a la gran pantalla. La primera en el año 1945, bajo la dirección de René Clair. Posteriormente, en los años 1965 y 1974, fueron George Pollock, y Peter Collinson, respectivamente, los encargados de dirigir sendas adaptaciones.

El largo adiós, de Raymond Thornton Chandler

El largo adiós. Raymond Thornton Chandler
Esta novela, publicada en el año 1953, es la más extensa de las novelas de Raymond Chandler, creador de uno de los detectives privados ficticios más conocidos, Philip Marlowe, a quien dio vida por primera vez allá por el año 1934 con una historia corta denominada Finger Man.

El largo adiós discurre a través de una compleja trama. Philip Marlowe entabla una breve amistad con Terry Lennox, millonario consorte y veterano de guerra. La frágil naturaleza existencial de Lennox hace que enseguida Marlowe sienta simpatía por él. Es por ello que le ayuda a llegar a la frontera, desde donde Lennox tiene la intención de recuperar su vida lejos del entorno de su acaudalada mujer. La cosa se complica cuando la esposa de aparece brutalmente asesinada en el domicilio conyugal. Marlowe se ve implicado como sospechoso y cómplice del crimen, pero está firmemente convencido de que Terry Lennox no tiene nada que ver en este sucio asunto.


En el año 1973, Elliott Gould daría vida en la gran pantalla al detective Philip Marlowe, bajo la atenta dirección de Robert Altman, en un guión de Leigh Brackett.

1280 almas, de James Myers Thompson

1280 almas. James Myers Thompson
Escrita por James M. Thompson, excepcional escritor aunque atormentado por el alcohol y maldito en su tiempo, está catalogada como un clásico de la novela negra. Fue publicada por primera vez en el año 1964. Thompson no sólo es conocido por los amantes de la literatura, sino también por los amantes del cine, desde que Stanley Kubrick acudiera a él para realizar los guiones de dos grandes películas, Atraco perfecto y Senderos de gloria.

En 1280 almas el delincuente es el protagonista. Como sheriff de Potts County, una pequeña población rural de la América más profunda, Nick Corey dedica gran parte de su tiempo a comer, dormir y eludir los problemas que surgen en el pueblo. Su máximo deseo es que la gente lo deje en paz. Pero, ante la proximidad de las elecciones, Nick Corey ve que su permanencia en el cargo peligra y por ello decide poner remedio a la situación. La solución que adopta no es la que anhelan los 1.280 habitantes del pueblo, es decir, que ponga fin a su haraganería y corrupción, sino que más bien consiste en «limpiar» el pueblo. Empezará por un par de tipejos que tienen por costumbre mofarse de él y seguirá con unos cuantos habitantes más. La cuestión es apartar de su camino a las personas que más le incordian.


Bajo el título original de “Coup de torchon”, Bertrand Tavernier dirigiría y guionizaría en el año 1981 una adaptación algo libre de esta novela. Ambientada en la África colonial francesa de 1938, relata la historia de un inepto jefe de policía que pretende implantar la justicia por su propia mano. Fue nominada al Oscar como mejor película de habla no inglesa en el año 1982.

Los mares del Sur, de Manuel Vázquez Montalbán

Los mares del Sur. Manuel Vázquez Montalbán
No podía faltar en esta lista alguno de los títulos del escritor español Manuel Vázquez Montalbán, famoso por sus novelas de este género protagonizadas por el detective de su invención, Pepe Carvalho.

Los mares del Sur se desarrolla en la Barcelona de 1979. Stuart Pedrell, un importante hombre de negocios, aparece muerto cuando todo el mundo le suponía haciendo un viaje por la Polinesia. El detective Pepe Carvalho tiene que investigar el crimen y poco a poco empieza a conocer la peculiar personalidad de la víctima y su obsesión por seguir los pasos de Gauguin e irse a los mares del Sur. Una novela que refleja los conflictos personales y colectivos de la España de entonces.


En el año 1992, el actor español Juan Luis Galiardo, dirigido por Manuel Esteban Marquilles, protagonizaría la adaptación cinematográfica de esta novela. Pero quizás sea la imagen del también actor español, Juanjo Puigcorbé, la que, tras interpretar a Carvalho en seis adaptaciones cinematográficas, relacionemos más con este popular detective.

Asesinos sin rostro, de Henning Mankell

Asesinos sin rostro. Henning Mankell
Henning Mankell es un escritor y dramaturgo sueco, nacido en el año 1948, reconocido internacionalmente por su serie de novela negra sobre el inspector de policía Wallander, un personaje repleto de humanidad y de sensibilidad cotidiana.

Asesinos sin rostro, es la primera novela de esta serie y fue publicada por primera vez en el año 1991.

En este histórico primer encuentro con sus lectores, el inspector Wallander debe resolver un caso casi tan complicado como su vida personal. Mientras procura desenmascarar a los despiadados asesinos de una anciana que ha muerto con la palabra “extranjero” en la boca antes de que los prejuicios raciales latentes en la comunidad desaten una ola de violencia vengadora, Wallander debe enfrentar el abandono de su esposa, la hostilidad de su hija, la demencia senil de su padre y hasta su propio deterioro físico a causa del exceso de alcohol y comida barata y la falta de sueño.

Aunque me han hablado muy bien de ella, y por eso la incluyo en esta lista, confieso que todavía no he leído esta novela, pero prometo hacerlo en breve y, por supuesto, hacer la correspondiente reseña.

Y cómo no, también tenemos película de esta novela. Se trata en esta ocasión de una producción sueca, dirigida en el año 1995 por Pelle Berglund, e interpretada por Rolf Lassgard en el papel de Wallander.



Y estas son mis diez recomendaciones, las diez joyas de las que hablo en el título.

Pero no quiero cerrar este post sin hablaros de un libro que me han recomendado recientemente, también relacionado con este género, y que he decidido incluirlo en esta entrada a modo de “propina” a nuestros lectores. Se trata de la novela ganadora del XXXII Premio Ateneo de Sevilla, Bellísimas personas, del catalán Andrey Martin Farrero.

Bellísimas personas (2000 ), de Andreu Martín Farrero

Bellísimas personas. Andreu Martín Farrero
En Barcelona, a finales de 1978, a punto de ser abolida por fin la pena de muerte en España, secuestran al niño Daniel Cortés. Casi veinte años después, cuando Ramón Estévez, alias el Mentiroso de Cornellá -acusado del secuestro y que ya disfruta del régimen abierto-, acaba de cumplir su condena, una joven periodista decide investigar el suceso. Pero pronto aquella investigación aparentemente inofensiva se convertirá en un vertiginosos descenso a los infiernos, en busca de las verdaderas razones del criminal y de las más profundas raíces del crimen.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Las distintas caras de David Foster Wallace

Tomado de blogs.20minutos.es

Acaban de editar en los EE UU, hace solamente unos días, Every Love Story is a Ghost Story (Viking-Penguin), la primera biografía sobre el escritor David Foster Wallace, muerto por suicidio en 2008, a los 46 años. El libro, cuyo título (Toda historia de amor es un cuento de fantasmas) proviene de una cita de la floja novela póstuma El rey pálido—, está (muy bien) escrito por D.T. Max, que ha tenido acceso a la correspondencia privada del biografiado y ha entrevistado a todo su círculo de familiares y amigos.

La lectura de Every Love Story is a Ghost Story, que acabo de consumar, es una experiencia dolorosa para cualquiera que haya apreciado el genio de las pocas pero deslumbrantes obras que nos dejó Wallace.

Martin Amis —a quien la mala baba no desacredita como avezado espectador literario— suele dar un consejo a los lectores: “Identifícate con el autor, no con los personajes. Tu afinidad nunca es con ellos, sino con el escritor. Los personajes son meros artefactos“. Pese a que la aplicación del exhorto es causa frecuente de desilusión, creo en su verdad: el personaje no importa, importa quien fue capaz de crearlo.

La biografía de DFW —siglas ya universales para hablar del escritor más copiado de Occidente por los aspirantes a narradores menores de 30 años (esos de quien Amis, otra vez con bastante razón, recomienda no leer ni una línea, porque sólo hablan de ellos mismos y les importa un pimiento el lector)— se devora con una sensación que no debe diferir demasiado de la experimentada por quien mata a un amigo. Si alguien mitifica al escritor y se siente identificado con él, debe alejarse del libro.

Como todavía pasará algún tiempo antes de que las morosas editoriales españolas se animen a publicar la biografía —sólo cuando DFW se ahorcó editaron algunas de sus obras y hay otras que todavía están esperando—, voy a dedicar nuestra sección quirúrgica de los miércoles (Cotilleando a... la llamamos, seguramente con un punto de mal gusto) a revelar algunos de los hallazgos del biógrafo en torno el carácter, el comportamiento y la personalidad del biografiado, que este año hubiera cumplido 50.

Atención: esto es un spoiler sobre la vida de DFW que detalla el libro biográfico. Fans acríticos y veneradores pueden sufrir con su lectura. Lo advierto porque estoy en el caso y cometí el error.

1. Envidioso. DFW sentía una destructiva envidia hacia otros escritores de su generación, en especial contra William T. Vollmann Wollmann, a quien no perdonaba su capacidad productiva, enorme brillantez y valentía personal para implicarse en espinosas cuestiones sociales. Cenaron juntos en una ocasión y DFW, fundamentalmente un burgués, se encargó de desacreditar luego a su rival, ante terceros y sin que Vollmann estuviese presente, por los “pésimos modales en la mesa” de aquel “gordo tragón”.

2. Pro-Reagan. En las elecciones presidenciales de 1992 1984 DFW votó por el conservador Ronald Reagan. También admiraba al millonario metido en política Ross Perot, quien llegó a proponer que el Ejército patrullase las ciudades para combatir la delincuencia. “Necesitamos a locos de ese calibre para arreglar las cosas en este país”, dijo el escritor a uno de sus amigos. DFW sólo se acercó a un tibio liberalismo tras su viaje por el vientre del dragón fascista al cubrir para la revista Rolling Stone la campaña del candidato John McCain, rival de Barack Obama en 2000 2008.

3. Tenista mediocre. Pese a lo que afirmó en muchas entrevistas y mantuvo en algunos de sus deliciosos ensayos de noficción —como este sobre su veneración por Federer (y desprecio por Nadal) y sobre todo, este otro, el merecidamente celebrado Tenis, trigonometría y tornados, donde señaló que estuvo a punto de ser un jugador “casi maravilloso”— , DFW era un tenista de medio pelo que sólo alcanzó el décimo primer puesto entre los jugadores de la zona central de su estado, Illinois. Todos sus compañeros de equipo en el instituto de Urbana le ganaban de calle. En su fascinación por el deporte de la raqueta tuvo bastante que ver el atrezzo: bandana, pantalón corto, cordones de colores en los botines… Le parecía “muy cool“.

4. La raqueta y la bandana, una coartada. Durante años utilizó el tenis como una coartada para justificar el trauma que sentía por sufrir de hipersudoración. El caudal de las glándulas sudoríparas de DFW era enorme en cualquier momento, incluso en descanso. Durante sus ataques de angustia, la situación empeoraba. En la universidad y en sus primeros años como profesor de Literatura llevaba la raqueta y una toalla encima para intentar enmascarar con una falsa práctica deportiva la hiperidrosis que sufría. La sempiterna bandana en el pelo tenía una sola función: absorber sudor. También llevaba consigo hilo dental, que escondía en los calcetines.

5. La Cosa Mala. Desde la adolescencia sufrió de crisis de ansiedad y depresión, enfermedades que no fueron diagnosticadas hasta 1982 tras un episodio grave y paralizante que le obligó a abandonar temporalmente los estudios en la prestigiosa universidad de Amherst —privada y clasista: unos 60.000 dólares por curso, uno de los alumnos en la época de DFW era Alberto de Mónaco—. Dos años más tarde fue internado por primera vez en un hospital psiquiátrico, donde emitieron la diagnosis de depresión atípica, caracterizada por cambios reactivos de humor. Desde entonces, DFW vivió medicándose a diario (en una ocasión intentó dejar a la brava los antidepresivos y terminó en el hospital tras una tentativa de suicidio). Tomó muchos químicos, sobre todo Tofranil, Advil, Nardil y Xanax, fue sometido a varias sesiones de electrochoques y consultó con terapeutas de toda condición, pero “the Bad Thing” (la Cosa Mala), como llamaba a la depresión en sus diarios y cartas, no le dejaba vivir en paz.

6. Marihuanero. Los primeros ataques de ansiedad de DFW coincidieron con su inició en el consumo de marihuana —que mantuvo durante casi toda la vida—. Le gustaba tanto que se ofrecía a redactar trabajos escolares a cambio de hierba. También le gustaban los hongos alucinógenos (“te hacen pensar que eres más inteligente de lo que eres y eso resulta gracioso, al menos por un rato”, escribió a un amigo) y eventualmente tomaba LSD y cocaína.

7. Literatura contra el dolor de ser. DFW no fue un escritor precoz. Hasta 1983 no escribió nada que se pareciese a ficción y ni siquiera era un lector ávido: consumía novelas como fuente informativa o para relajarse y le gustaban tanto el porno dieciochesco como las tramas hard-boiled de Ed McBain. Todo cambió cuando leyó por casualidad a Donald Barthelme, padre del lenguaje quebrado del posmodernismo, y, sobre todo, a Thomas Pynchon (acabó El arcoiris de la gravedad en ocho noches de consumo afiebrado) y Don DeLillo, en quienes encontró una voz conmovedora, loca y nueva. Se obsesionó tanto con ambos (“era como Bob Dylan al encontrar a Woody Guthrie“, dice en la biografía uno de los amigos de universidad de DFW), que decidió cambiar sus planes académicos iniciales —dedicarse a la Filosofía y la Lingüística— y concentrarse en la literatura. Después de varios relatos se atrevió con una novela, The Broom of the System (La escoba del sistema, ¡todavía inédita en español!), en la que intentó con demasiada inocencia emular los niveles superpuestos de Pynchon y los diálogos pop de DeLillo. Presentó el texto como parte de su tesis de doctorado en 1985 y le pusieron la nota máxima con una mención especial (entregó al mismo tiempo un ensayo de lógica formal sobre el fatalismo, Fate, Time, and Language: An Essay on Free Will, tampoco traducido), pero lo realmente importante es que la novela le permitió descubrir, señala su biógrafo, que “escribir ficción le liberaba del dolor de ser él mismo”. El debut literario encontró editor dos años más tarde. “Un Pynchon pueril”, dijo una crítica.

8. Fundación para Niños sin Rumbo. Los padres de DFW fueron siempre una sombra y un espejo, un cobijo y una trampa. El padre, James D. Wallace, era doctor en Moral y Ética. La madre, Sally Foster —de quien DFW mantuvo en la firma literaria el apellido de soltera— procedía de una saga de granjeros, había aprendido a leer con la Biblia y se había licenciado en Inglés. DFW y su hermana Amy, dos años menor, consideraban a los padres la pareja ideal y al hogar una maquinaria perfecta donde todo era felicidad (cuando crecieron llamaban al cobijo The Mr. and Mrs. Wallace Fund for Aimless Children, la Fundación del Sr. y la Sra. Wallace para Niños sin Rumbo). Muy inseguro de sí mismo, DFW se desdobló en una simbiosis de ambos: estudió Filosofía para no decepcionar a su padre y desarrolló una fanática y brillante epistemología gramatical como su madre, una mujer capaz de poner una reclamación en un supermercado porque en un cartel había una falta gramatical. El matrimonio tuvo una crisis cuando los hijos eran adolescentes y toda la familia fue a un consejero, lo que sacó a relucir demasiados trapos sucios, como la crueldad con que DFW trataba a Amy.

9. Las diez horas de errores de un alcohólico. DFW bebía con inmoderación y durante su vida acudió varias veces a grupos de apoyo (escribió sus experiencias en un centro una candorosa carta anónima que le atribuyen, donde confiesa que su record de abstinencia de drogas fue de tres meses seguidos). En 1988 se alistó en un grupo especialmente rígido en Tucson (Arizona). Le obligaron a recapitular sobre los errores de su vida y habló durante diez horas de su ansiedad, de la Cosa Mala, del temor a no ser capaz de escribir, de la envidia y la competitividad. Luego tuvo que disculparse ante todos aquellos a los que había engañado o causado dolor: escribió a Amy para pedirle perdón, a un profesor a quien entregó trabajos copiados, a mujeres a las que había sido infiel… Más tarde le recomedaron rezar y encomendarse a un poder superior. Fue demasiado para un escéptico y volvió a la marihuana y el alcohol, retirado en una pequeña cabaña en el desierto. En esta época le enviaron las galeradas de un escritor novato, Jonathan Franzen, que se convertiría en uno de sus mejores amigos.

10. Planeando un asesinato. En 1990 DFW se prendó de Mary Karr, una poeta siete años mayor que él, segura de sí misma y libre pese a estar casada y tener un hijo. La veía como su ángel salvador, la mujer que podría darle la seguridad que no encontraba, pese a que ella consideraba que los libros de DFW “poco directos”. La obsesión de DFW —que le llevó al ridículo de referirse a sí mismo como el Desventurado Werther— le hizo considerar seriamente la idea de matar al marido de Karr con un revolver que pretendía conseguir a través de uno de sus excompañeros de Alcohólicos Anónimos. DFW y Karr vivieron juntos unos meses en 1991, pero ella se cansó de que él la considerase “una madre rehabilitadora” y él la acusó de ser “demasiado violenta”.

11. “Adicto al sexo”. DFW se definió así en más de una ocasión para justificar sus aventuras y traiciones. Tuvo muchos líos de un día, sobre todo a partir de la notoriedad que alcanzó como personaje público con La broma infinita, editada en inglés en 1996. En las giras de promoción de sus libros se comportaba como una estrella de rock, fichando a groupies para pasar la noche. Con sus amigos de confianza era groseramente sincero sobre sus intenciones: “poner mi pene en cuantas vaginas sea posible”, confesó a Franzen.

12. Bomba sucia escuchando a Brian Eno. En 1982, tras su primer colapso de ansiedad depresiva, cambió de aspecto de manera radical. Si hasta entonces llevaba camisetas y sudaderas de equipos de béisbol, pantalones chinos y gorras de visera, con un aspecto de chico limpio del Medio Oeste, empezó a comprar ropa de segunda mano, oscura y ajada y botas Timberland, siguiendo los dictados del estilo que entonces se conocía como dirt bomb (bomba sucia). La crisis también modificó sus gustos musicales: de Reo Speedwagon, Kiss y Deep Purple pasó a interesarse por música menos complaciente y facilona: Joy Division, Squeeze y, sobre todo, Brian Eno, al que era capaz de utilizar como fondo sonoro sin descanso (canción favorita: The Big Ship).

13. Encerrado en el camarote. En marzo de 1995 la revista Harper le encargo un texto vivencial sobre un crucero de lujo por el Caribe. Muy a su pesar —sufría de fobia al mar y los tiburones (también a los insectos)—, DFW se embarcó en el barco Zenith para una semana de navegación por el Golfo de México. Como en el crucero abundaba el alcohol y estaba en una de sus etapas de limpieza, se encerró en el camarote durante buena parte del tiempo, fumando casi cuatro cajetillas de cigarros al día y saliendo sólo para visitar la pequeña biblioteca de a bordo. El largo manuscrito que entregó a la revista, publicado en origen como Shipping Out y más tarde, en libro, como Also supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, tiene la forma de un reportaje, pero casi todo es ficción. Es una de sus mejores piezas literarias.

14. Señores Wallace. En la Navidad de 2004, DFW se casó con la artista plástica Karen Green, a la que había conocido dos años antes cuando ella le pidió permiso para hacer una obra basada en un cuento. Durante un tiempo, la estabilidad fue notable: él era capaz de organizarse mejor (incluso sacaba la basura, algo de lo que nunca se había preocupado), jugaban al ajedrez (ganaba siempre ella) y veían juntos su serie favorita de televisión, The Wire. En 2007 DFW intentó dejar la medicación antidepresiva, pero los resultados fueron espantosos: tomó una sobredosis de un medicamento contra el insomnio, tuvo que ser hospitalizado y fue sometido a una docena de sesiones de electrochoques. Cuando le dieron el alta era una piltrafa, tenía episodios de amnesia, apenas podía hablar, dejó de escribir… Su familia decidió no dejarlo solo y le acompañaban por turnos.


15. El quiropráctico. Durante sus últimas semanas en el mundo, DFW anotó en su diario muchas listas de “miedos y temores”, pero también de “agradecimiento”. Se hizo con una soga y buscó un momento adecuado. El 12 de septiembre de 2008, viernes, sugirió a Green que fuese a su galería a hacer gestiones —a diez minutos en coche de la granja donde vivían, en Claremont-California— mientras él se quedaba en casa preparando la cena. A ella le pareció buena idea (“David tenía cita con el quiropráctico el lunes, no te suicidas si tienes que ver al quiropráctico”, recuerda con triste amargura). DFW apagó las luces de la casa, entró en el garaje, ató la cuerda a una viga, se subió en una silla, se ajustó el lazo al cuello, dió una patada a la silla y se dejó morir. Antes había ordenado todos sus papeles, discos de datos y manuscritos en una pila para que los localizasen sin esfuerzo.