miércoles, 8 de agosto de 2012

Perseguido por las furias

Tomado de El Malpensante.com

Un retrato urgente de Bobby Fischer (1943-2008)
Pablo Arango
Fue a un tiempo el más brillante y el más loco de los grandes ajedrecistas del último siglo. Lejos del tablero, nadie le ganaba a la hora de meterse en líos.

Oscar Wilde dijo que la realidad imita al arte. Una de las más increíbles, felices y trágicas confirmaciones es el caso de Bobby Fischer. En 1935, Elías Canetti publicó su única novela, que había escrito en 1930 (Auto de fe, Muchnik Editores, 1980). Uno de los personajes se llama Fischerle, quien se introduce a sí mismo diciendo “¿Juega usted al ajedrez?... Un hombre que no juega al ajedrez no es un hombre”. Y el narrador completa: “Durante el juego, sus adversarios le temían demasiado para importunarlo con objeciones; pues su venganza era terrible... [Pero] en las apuestas entre partida y partida –pasaba la mitad de su vida ante el tablero–, lo trataban como correspondía a su persona. Él hubiera preferido jugar sin interrupciones. Soñaba con una vida en la que se pudiera comer y dormir mientras jugase el adversario... había una categoría de hombres que Fischerle odiaba en este mundo: los campeones mundiales de ajedrez. Con una especie de furia maligna seguía todas las partidas importantes que se publicaban en revistas y periódicos. Partida que estudiaba, partida que le quedaba grabada durante años”. En un pasaje en el que Fischerle imagina que lo entrevistan, declara: “Señores, estoy muy sorprendido al ver que en todas partes me llaman Fischerle. Mi nombre es Fischer”.

Robert James Fischer nació en Chicago en 1943. A los seis años aprendió a jugar al ajedrez, y de los 13 a los 30 cambió para siempre la historia del juego, y se convirtió sucesivamente en un ícono, un héroe y un bandido. Sólo vivió para el ajedrez. En 1971, en la antigua Yugoslavia, el maestro Dimitri Bjelica lo invitó a presenciar en primera fila una representación teatral de la vida de Van Gogh. Cuando se sentaron, Fischer sacó su ajado tablero de bolsillo, y sólo levantaba la cabeza para preguntarle a Bjelica: “¿qué opinas de esta jugada del alfil?”. Lo único que alcanzó a entender de la representación fue que Van Gogh se había mochado una oreja. Al salir, le dijo a Bjelica: “si mañana pierdo con Smyslov, me corto una oreja”. En una entrevista declaró: “Nací bajo el signo de Piscis. Soy un gran pez. Me gusta tragarme a los grandes maestros”. Podía recordar todas las partidas que había jugado en la vida, y es seguro que recordaba todas las que había leído o visto. No le interesaban las mujeres (“son una terrible distracción”), ni el trago, ni el paisaje (cuando viajaba, se encerraba en su habitación de hotel a reproducir partidas).

Antes de Fischer, los ajedrecistas eran vistos como vagabundos al borde de la locura, como poetas malditos del siglo XIX, pobres hasta la indigencia. El primer campeón oficial del mundo, Wilhelm Steinitz, murió en la miseria en el ala psiquiátrica del hospital estatal de Manhattan, desde donde retaba a Dios a una partida en la que le ofrecía peón y salida de ventaja. Después de Fischer, los grandes jugadores se acostumbraron a recibir premios con cinco y seis ceros a la derecha. Antes, las únicas empresas interesadas en poner publicidad en un torneo de ajedrez eran probablemente las farmacéuticas que ofrecían pastillas para el dolor de cabeza, y algunas comercializadoras de café. Fischer logró interesar a los empresarios en el juego y convirtió la contienda por el campeonato mundial en un símbolo de la Guerra Fría y, por supuesto, en un espectáculo de noticieros. Arthur Koestler dijo, a propósito del cubrimiento que hizo del encuentro por el campeonato mundial entre Fischer y Spassky en 1972: “me alegra volver a ser corresponsal de guerra después de tantos años”. Fischer captó en una década más aficionados para el juego que todos los campeones mundiales juntos.

Comentando la actitud de Alejin hacia el juego, Cabrera Infante dice que “para la escuela rusa encabezada por él, el ajedrez era todo estudio, esfuerzo y mala fe”. El liderazgo en este estilo mafioso fue recibido por Mijail Botvinnik, el campeón mundial que llevó la escuela soviética a las más altas cumbres del juego y la marrulla. Un claro ejemplo de por qué Fischer se convirtió en un símbolo del individualismo norteamericano en contra del socialismo soviético lo ofrece la única partida que disputó con Botvinnik, en la olimpíada de Varna en 1962. Después de cuatro horas de juego y 45 movimientos, la partida fue aplazada para el día siguiente, en una posición claramente favorable para Fischer. Éste se retiró a su hotel, solo, mientras la delegación soviética se dividió el trabajo de buscarle una salida al patriarca tirano Botvinnik. En una habitación, Boleslavsky, Tal y Spassky, y en otra Geller, Furman, Keres y Botvinnik (algunos dicen que éste se acostó a dormir). Siete de los mejores jugadores del mundo analizando toda la noche. A las cinco de la mañana, Geller encontró la idea salvadora, y la partida terminó en empate. Los soviéticos se dieron cuenta de que la amenaza proveniente del otro lado de la Cortina de Hierro, justo en el corazón de las tinieblas capitalistas, era real: se necesitaba todo un equipo conformado por los mejores para siquiera arrancarle un empate al muchacho de 19 años.

Entonces vino el match del siglo, en el 72. Antes de enfrentar a Spassky, Fischer abatió a Taimanov (soviético) y a Larsen (danés). A cada uno le propinó una paliza de 6-0. Más o menos como si la selección de Estados Unidos les metiera un 5-0 a Brasil y Argentina, sucesivamente, en el mundial de fútbol. Como Maradona, Fischer segregaba esa sensación de que él solo era capaz con todos. Como Maradona, fue amado y odiado; sólo cuando analizaba una posición o movía era un genio y un caballero, pero por fuera de los estrechos márgenes de su arte, que era también su vida toda, era un maleducado, un impertinente, un necio, el eterno adolescente insoportable. En una edición del International Herald Tribune del 72, se dice: “Mientras Spassky se sume en una meditación profunda sobre el siguiente movimiento, Fischer se come las uñas, se saca los mocos y se limpia los oídos entre jugada y jugada”. Parece un eco incompleto de las palabras de Nabokov sobre el protagonista de La defensa: “Es grosero y desaseado y carece de gracia, pero, como mi gentil protagonista (una joven encantadora por derecho propio) descubre muy pronto, hay en él algo que trasciende tanto la vulgaridad de su carne grisácea como la esterilidad de su recóndito genio”.

Fischer aceptó de mala gana que el encuentro con Spassky se diera en Islandia, ya que de todos los países candidatos, ése era el que menos dinero ofrecía (“sólo me interesan el ajedrez y la plata”, decía, aunque nunca se supo para qué quería lo segundo). Cuando se celebró la ceremonia de apertura del match en Reikiavik, Fischer estaba todavía en Nueva York, alegando que no jugaría por una bolsa de tan sólo 125 mil dólares (una cifra inimaginable hasta entonces; Paul Keres dijo que por esa suma sería capaz de jugar en la Antártida). El mismísimo Henry Kissinger telefoneó a Fischer para tratar de convencerlo de que jugara, pero sólo la intervención del millonario británico Jim Slater, quien dobló el monto del premio, salvó el encuentro. Slater declaró después: “todo el mundo sabe que Fischer es grosero, y posiblemente un loco. Eso no me preocupa, y no lo hice por esa razón. Lo hice porque él desafió la supremacía rusa, y eso era bueno para el ajedrez”.

Fischer se presentó, pues, a la primera partida y, en una posición inofensiva, cometió un error infantil. Muy a su manera, les estaba diciendo a “los rusos”, como los llamaba, que podía darles un punto entero de ventaja. Jugaba solo, como siempre, sin equipo, sin analistas. Spassky, en cambio, contaba con el apoyo de cuatro grandes maestros soviéticos, con quienes se había preparado desde hacía varios meses para enfrentar al norteamericano. Pero al día siguiente Fischer volvió a poner en riesgo el encuentro: no se presentó a jugar, y a Spassky se le adjudicó otra victoria, esta vez por W. Cualquier otro maestro soviético, en el lugar de Spassky, se habría retirado, y habría retenido el título. Pero él no, él era un caballero –Korchnoi decía: “Spassky es un caballero, y puede que los caballeros triunfen con las mujeres, pero pierden en el ajedrez”–, y quería que se celebrara lo que para él era una fiesta, aunque terminó siendo su propia tragedia. Al parecer, Spassky desobedeció órdenes emanadas directamente de Moscú y continuó en Reikiavik. Nadie entendía por qué “los rusos” estaban tan nerviosos, con una ventaja inicial de 2-0. Cuando Fischer ya había superado a Spassky en cinco partidas, exigieron que les permitieran desarmar y examinar con rayos X la silla de Fischer, porque pensaban que el bajonazo de su campeón se debía a algún truco tecnológico de los gringos. Sólo encontraron dos moscas muertas, cuya necropsia no dio mayores luces. El match continuó y Fischer abatió al único que le faltaba, y se coronó campeón mundial, y su vida se acabó. Heráclito dijo que el carácter de un hombre es su destino. Ebrio de triunfo, desolado y vacío por la desaparición del único propósito de su vida, Fischer lo arruinó todo. En 1975 perdió el título mundial, porque se rehusó a jugar contra el aspirante de turno, la nueva estrella soviética Anatoly Karpov. Kasparov dijo certeramente que su problema fue que “consiguió la perfección y, una vez lograda, todo lo demás estaba por debajo de la perfección”.

El ajedrez no acaba de ser un arte, no es un mero juego, y no alcanza a ser una ciencia. Quizá la única definición que logra fijar fugazmente la naturaleza de esa bruma sea la de Stefan Zweig: “un pensamiento que no conduce a nada; una matemática que no prueba nada; un arte sin obras; una arquitectura sin materia”. Convertido en una estrella internacional, Fischer siguió sin embargo encerrado en la celda de su mente autista. Para él, el mundo era esa cosa que queda a los lados del tablero; la realidad era una alucinación producida por la terminación de una partida. Incapaz de manejar la plata, entregó gran parte de la fortuna que había hecho a la Worldwide Church of God, de la que se separó muy tarde al darse cuenta de la estafa. Spassky dijo en una ocasión que Bobby era una persona absolutamente honesta, absolutamente bondadosa y, por tanto, absolutamente antisocial. Siendo campeón, una multinacional de cosméticos le ofreció una jugosa suma para promocionar un champú (Eduard Gufeld sostiene que se trataba de diez millones de dólares). Fischer pidió un tarro, lo probó, y lo devolvió medio vacío (¿o medio lleno?) diciendo que él era un campeón mundial y, en consecuencia, no podía publicitar semejante porquería.

En 1992, el traficante de armas Jedzimir Vasiljevic ofreció una bolsa de cinco millones de dólares para que se realizara en Yugoslavia un nuevo encuentro entre Fischer y Spassky. Ambos estaban escasos de efectivo, eran viejos conocidos y, para Fischer, era la oportunidad de volver a la vida. El gobierno de Estados Unidos le envió una carta admonitoria a Bobby, amenazándolo con la cárcel si jugaba. Ante las cámaras, Fischer escupió la nota. Jugó, volvió a ganar y, varios años después, le fue cancelado el pasaporte. Comenzó a vagar por el mundo, soñando con construir una casa con la forma de una torre de ajedrez (en una de sus alucinaciones, Fischerle piensa que “se construirá un palacio gigantesco con torres, caballos, alfiles y peones de verdad... Los criados irían de librea; en treinta enormes salones, jugará día y noche treinta partidas simultáneas con piezas de carne y hueso”). El once de septiembre de 2001 concedió una entrevista radial en Filipinas: dijo que estaba bastante complacido por el atentado contra las Torres Gemelas, y que guardaba la esperanza de que vinieran más.

El 13 de julio de 2004 fue arrestado en un aeropuerto japonés por presentar un pasaporte vencido. Estados Unidos lo pidió en extradición. Estuvo detenido ocho meses en Japón, hasta que el gobierno de Islandia, aun a riesgo de recibir sanciones económicas de parte de los gringos, le concedió la ciudadanía, y pudo viajar nuevamente a Reikiavik, donde murió el pasado 17 de enero. En las fotografías de los últimos años parece un indigente y un loco. En verdad estaba loco y un tanto pobre. Él, que le ganó un puesto al ajedrez en el mundo; él, gracias a quien los grandes maestros de la actualidad pueden exhibir esa estampa de yuppies, murió como los poetas malditos del tablero, como Steintiz.
Sería fácil decir que Fischer recibió ahora sí un jaque mate definitivo, a sus 64 años (llegó hasta la última casilla). Fácil y falso. Sobre el cadáver de Capablanca, que alcanzó a ver de niño en La Habana, Cabrera Infante dijo que “estaba muerto, era evidente, aunque era un inmortal”. Las obras maestras de Fischer persistirán, por lo menos mientras exista el ajedrez. Comentando la creciente admiración por Shakespeare en la época del doctor Johnson, Joseph Wood Krutch habla de “Shakespeare, esa fuerza de la naturaleza”. Fischer logró convertirse, como Capa, en una más de las leyes de la naturaleza. No fue del todo en broma cuando otro de los mejores, Mijail Tal, dijo, después de perder una partida con Fischer en 1961, “es difícil jugar contra la teoría de Einstein”.

lunes, 6 de agosto de 2012

La novela negra nórdica

Tomado de eleconomista.es

¿Por qué la novela negra nórdica es hoy la más abundante y vendida del mundo? No hay una respuesta. Es cierto que los Stieg Larsson, Henning Mankell, Arnaldur Indridason o Jo Nesbø están entre los autores más vendidos hoy día abanderando un género negro y criminal que, a cada día que pasa, gana en más y más lectores: ¿Pero por qué los países escandinavos son el gran filón de la literatura policíaca?

La cuestión es que esta "moderna literatura costumbrista" ha arraigado en una sociedad del bienestar en declive. Los países nórdicos tienen, por ejemplo, las mayores tasas de delitos por mil habitantes de toda la UE. El 20% de las mujeres reconoce haber vivido algún episodio de violencia doméstica y el acoso escolar causa estragos -18% en Noruega y Suecia, según diferentes estudios-. ¿Tiene esto que ver en el extraordinario mercado de lectores amantes de una literatura que usa el negro y criminal para examinar la sociedad que le rodea?

Así son los padres de la literatura nórdica
Seguramente. Desde la irrupción a mediados de los años 60, de los padres de la novela negra nórdica, el matrimonio Söwall y Wahlöö, el género policíaco cuestiona el devenir de la sociedad no sin desesperación. Y no se detiene, desde Islandia y Dinamarca a Suecia y Noruega.

Como aseguran Jo Nesbø y Anne Holt, sin Sjöwall y Wahlöö, comunistas y críticos despiadados de las perversiones del sistema, no estaríamos hoy aquí. La sociedad nórdica, siempre por delante del resto de Europa, habría encontrado quizás otra manera de interrogarse a sí misma, pero no sería, seguramente, literaria.

"Al igual que otros escritores como Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Georges Simenon -dice Nesbø-, Sjöwall y Wahlöö han creado el género, las expectativas del lector de cómo ha de ser una novela policíaca y, con ello, el punto de partida, el grado cero a partir del cual todo escritor cuya obra lleve en la cubierta la promesa de novela policíaca comienza su comunicación con el lector".

Aquí va un recorrido por diez referentes imprescindibles de la exitosa novela negra nórdica, comenzando por supuesto por los "padres fundadores" y siguiendo por sus más aventajados discípulos, a los que hoy toda Europa lee entre el entusiasmo y la adicción.

1. Maj Sjöwall y Per Wahlöö (Suecia)
Desde Henning Mankell a Ian Rankin, la novela negra europea bebe de un único origen: Sjöwall y Wahlöö. Con ellos la novela policíaca se erigió en lo que hoy es: la más certera disección de la sociedad contemporánea. La pareja sueca inauguró la vertiente social de la ficción negra y criminal mirando de reojo a Ed McBain e innovó en el tratamiento psicológico de los personajes y con su riguroso detalle de la investigación policial.

Ante todo, Maj Sjöwall (Estocolmo, 1935) y Per Wahlöö (Lund, 1926-Estocolmo, 1975), exigen al lector que se cuestione sobre el mundo en el que vive. La pregunta sigue vigente, apenas ha envejecido. Lo mismo que las diez novelas que firmaron los padres del género negro europeo: un acontecimiento literario de gran magnitud. RBA las está reeditando.

Sjöwall y Wahlöö escriben pegados a la realidad, sin concesiones al espectáculo, sin el menor asomo de morbo, ajustan su novela al sincopado ritmo de la investigación policial, con sus impasses desesperantes y con su vaivén del azar. Pero siempre, y eso lo proclama su inspector Martin Beck, con método y detalle, aunque siempre quede abierta la puerta de la intuición.

2. Arnaldur Indridason (Islandia)
Es el último fenómeno en los escaparates. En Las marismas, la primera novena de Arnaldur Indridason (Reykjavik, 1961) publicada en España, ya habíamos avistado la extraordinaria capacidad narrativa de un autor que se desenvuelve, como pocos, en la tradición más realista del género negro: aquella que antes de construir una trama repleta de recovecos intransitables para el lector prefiere, sencillamente, contar una historia: con sus silencios, sus aplazamientos, su suspense, su interés personal, su cercanía al lector.

En La mujer de verde, también en RBA, Indridason emerge como lo que es: un narrador impecable, un autor que prolonga la gran veta de la novela negra escandinava con una obra que aúna desarrollo, estructura y personajes tan ciertos como que los vemos a diarios. Porque el autor islandés demuestra una vez más, y de un modo irreprochable, que aún es posible construir una novela negra clásica y absorbente con los elementos imprescindibles, mínimos: el hallazgo de unos huesos humanos enterrados, presumiblemente hace medio siglo y la búsqueda de la identidad del cadáver. No es necesario más.

Entre un hito y otro, Indridason confirma lo que ya dejó intuir con Las marismas, que su protagonista, el inspector Erlendur Sveinsson, es una extraordinaria recreación, porque Indridason se desenmascara como un maestro a la hora de asociar la acción y el clima de la novela a la propia búsqueda de Erlendur por redimir su propia biografía. Exponente, sin duda, de la notable penetración psicológica de las novelas de Idriadason.

3. Stieg Larsson (Suecia)
El gran boom de la literatura policíaca. El gran best seller, sin más. Al éxito de El hombre que no amaba a las mujeres hay que sumar ya esta segunda entrega de la trilogía de Millennium, verdadero fenómeno de talla mundial, escenificación novelística del periodismo de denuncia y la literatura negra que ha alcanzado un desmesurado eco.

Larsson (Västerbotten, 1954- Estocolmo, 2004), que se dejó la vida en ello y murió de un ataque al corazón antes de ver publicadas las novelas -las especulaciones sobre si fue o no asesinado no se detienen, mientras tanto-, concibe su obra prácticamente como un testimonio periodístico, afinando los detalles a su último extremo, contra la extrema derecha y la corrupción económica. Tiene esa habilidad inusitada que te condena a leer la novela de principio a fin cuanto antes.

No podrán dejarla. Sucedió con la primera y también con La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Y sucederá con la tercera, La reina en el palacio de las corrientes, que llegará en junio. El día 5. Por supuesto, de manos de la editorial Destino.

Como saben, Millennium -tres millones de ejemplares vendidos en Suecia, país con seis millones de habitantes; y exactamente igual en media Europa- está protagonizado por un periodista, Mikael Blomkvist, editor y cofundador de la revista que sirve para denominar la trilogía, Millennium, y por la 'hacker' Lisbeth Salander, que en esta segunda novela aparta a Blomkvist de todo protagonismo y se erige en centro de una obra poderosa, contundente, entretenida, que homenajea a Ed McBain y a Sjöwall y Wahlöö.

4. Henning Mankell (Suecia)
Quizás a Henning Mankell (Estocolmo, 1948) se le ha encasillado. Sí, resulta obvio que con el éxito inusitado de la serie de su inspector Wallander se le haya erigido como el gran nombre de la novela negra europea. Lo es. Pero también mucho más: porque Mankell, siendo clásico en su concepción de la novela policíaca, es, por supuesto, un maestro de la intriga y de la acción, pero ante todo un narrador extraordinario, inteligente, comprometido, metódico, riguroso. Y si cabe emplear un único adjetivo: profesional.

Con El chino pone un nuevo límite a su trayectoria. Porque emprende una novela totalizadora, globalizadora, extraordinaria: sin duda, de adscripción al género negro, pero que, en cierto modo, estaríamos reduciendo, empequeñeciendo, si nos quedamos aquí. Y, como siempre, es un Mankell obsesionado en retratar nuestro mundo y sus contradicciones.

Pero Mankell es, ante todo, Wallander. Un inspector atropellado por la posmodernidad, con la sensación permanente de fracaso por su matrimonio roto y la complicada relación con su hija, lastrado por el sobrepeso y su afición al alcohol que, sin embargo (o precisamente por eso), se ha convertido caso a caso en uno de los más interesante sabuesos de la novela negra universal.

Con todo, el mayor mérito de Mankell es la capacidad que tiene su escritura para indagar en otras realidades más profundas que el propio caso a resolver, algo que denota su conocida frase: "¿Quién mató a quién? A mí lo que me interesa es indagar qué ha pasado y por qué". Estos son los diez títulos que, por el momento, componen la serie: Asesinos sin rostro, Los perros de Riga, La leona blanca, El hombre sonriente, La falsa pista, La quinta mujer, Pisando los talones, Cortafuegos, La pirámide y Antes de que hiele. Todos, por supuesto, en Tusquets Editores.

5. Jo Nesbo (Noruega)
Por fin. Jo Nesbø llegó a las librerías españolas. Una de las últimas sensaciones entre los seguidores del género negro desembarcó en España hace unos meses con Petirrojo (RBA) una singular e implacable novela que da a conocer a Harry Hole, el agente ahora ascendido a comisario que ha protagonizado las obras del autor noruego y que es el culpable de que hoy se le conozca como uno de los grandes autores policíacos escandinavos. Y esas son palabras mayores.

Nesbø, aparentemente, se desdobla de continuo en el propio Harry, del mismo modo que sus novelas juegan siempre con el espejo de la Historia. Así como el tratamiento parcial del pasado, no ya de quienes vencieron, sino el triunfo de la historia que queremos realmente creer. Como una investigación policial. Como la misma vida.

En Petirrojo, también. En ella, Harry Hole busca a un fantasma llamado Daniel Gudeson. Un ángel que regresa cincuenta y cinco años después desde los campamentos de la Waffen-SS en Asalcia para juzgar a los vivos y a los muertos: a todos aquellos que le traicionaron. Gudeson era uno de los soldados noruegos que se sumaron a las filas de Hitler tras la invasión del país nórdico. El principal problema para Harry Hole es que, según todos los testimonios que ha conseguido reunir, murió en 1944. ¿Quién es entonces el anciano que ha encargado en el mercado negro un rifle Marklin, el arma favorita de los asesinos a sueldo?

6. Karin Fossum (Noruega)
La creadora del inspector Konrad Sajer es una de las autoras más consolidadas de la nueva narrativa policíaca escandinava. Para muchos, la mejor. Su estilo se centra en la introspección y las motivaciones psicológicas de los personajes que protagonizan las historias criminales. Responde a la definición de Justo Navarro: "El crimen es arbitrario, placentero, patológico, espectacular. No se ciñe a una lógica social, sino individual o racial. Responde a caprichos sexuales, o políticos, extremistas como una manía".

Tras su debut con El ojo de Eva, Karin Fossum (Sandefjord, 1954) ha merecido lo más granado de los premios literarios escandinavos: los premios Riverton y la Llave de Cristal a la mejor novela policíaca por No mires atrás y el premio de los libreros noruegos por ¿Quién teme al lobo? Las tres, publicadas en España por Grijalbo, forman parte de la serie de Sajer.

Como también Una mujer en tu camino, ya en Mondadori, una estremecedora historia. Un vendedor de maquinaria agrícola, que el 20 de agosto esperaba a la esposa que fue a buscar a India, no llega al aeropuerto porque su hermana sufre un gravísimo accidente de tráfico. Es el día en que aparece en un descampado una mujer extranjera, asesinada con "una brutalidad inusual en la historia del crimen noruego".

7. Liza Marklund (Suecia)
Es la reina, esta vez sueca, de la novela negra. La culpa, claro, es de Annika Bengtzon y de la serie protagonizada por esta intrépida periodista y madre de familia. Liza Marklund, rubia, guapa y polémica, ha vendido la friolera de nueve millones de ejemplares en su país. En España llegó de la mano de Grijalbo con Dinamita y Studio Sex hace ya unos años.

Desde entonces, no se ha prodigado, aunque en su país mantiene una fenomenal polémica a raíz de dos de sus novelas aún inéditas en España, Escondidas y Asilo, que cuenta la historia de Maria Eriksson, conocida por Mia, una ciudadana sueca casada con un libanés que denunció por agresión y extorsión, antes de huir a los Estados Unidos.

Ex periodista de 38 años, vive con su marido y sus tres hijos en Estocolmo. Bengtzon, como Marklund, también es periodista -jefa de sucesos de un prestigioso vespertino-, está felizmente casada, tiene dos hijos y compagina sus intrigantes investigaciones con las labores domésticas propias del hogar. A Marklund no le tiembla el pulso si se le asegura que, con ella, el feminismo ha llegado al género negro.

8. Khell Ola Dahl (Noruega)
Kjell Ola Dahl (Oslo, 1958) está casado y tiene tres hijos; vive en una granja de la que él mismo se ocupa en Askim, a las afueras de Oslo. Después de una década de gran éxito en su país, Noruega, se lanza a conquistar el resto del mundo. Sus detectives Gunnarstranda y Frølich ya han alcanzado el nivel de culto en Noruega y están a punto de conseguir lo mismo en el extranjero.

Los críticos suecos han tenido que admitir que su admirado Henning Mankell tiene un colega noruego que comparte con él la cima de la novela policíaca. Con su bagaje en psicología y en derecho, Dahl añade una dimensión fascinante y poco común a sus historias. Sus novelas siempre están muy bien documentadas, con unos argumentos (y un suspense) perfectamente construidos y se mueven en un realismo social sin sentimentalismos, en la más pura tradición escandinava.

Pero, a diferencia de muchos de sus colegas nórdicos, Dahl añade unos toques de sarcasmo a una atmósfera oscura y sugestiva. Debutó en 1993 con la novela policíaca Dødens Investeringer, en la que encontramos por primera vez a Gunnarstranda y Frølich, que rápidamente se han convertido en los policías de ficción más conocidos de Noruega. La muerte en una noche de verano es la primera novela traducida al español. Planeta también ha publicado Un muerto en el escaparate.

9. Anne Holt
La ex ministra de Justicia de Noruega, Anne Holt (Larvik, 1956), es en número de ventas la gran reina de la novela nórdica, aunque todo es, si hablamos de gustos, relativo. Aunque, en España al menos, ha explotado ahora, Holt se dio a conocer en España hace ya unos años con Castigo (Ediciones B), en el superintendente Yngvar Stubo era entonces sólo comisario y Inger Johanne Vik, una criminóloga dispuesta a colaborar con la Policía. Ya en Crepúsculo en Oslo (Roca Editorial) forman un dúo implacable, pero también un matrimonio feliz, que le da la vuelta al tópico del investigador privado nórdico: lobo solitario peleado con el mundo.

Ellos persiguen a un asesino de famosos, pero Holt lo que, busca, realmente es reflexionar sobre la pérdida de valores de la sociedad contemporánea, el gran tema que obsesiona a los autores nórdicos. Ahora, acaba de aparecer Una mañana de mayo, otra vez en Roca Editorial, en la que, sine embargo, el matrimonio no atraviesa un buen momento. Ambos deberán investigar el secuestro de la presidenta de EE UU durante una visita a Noruega, y, entre ellos, se cruza un agente del FBI. Pero, sobre todo, aparece Hanne Wilhelmsen, la otra gran detective de Holt, aunque las novelas de su serie no han llegado todavía a España.

10. Håkan Nesser (Suecia)
Uno de los últimos en llegar, pero habrá que prestarle atención. Hakan Nesser (Kumla, 1950). Después del gran éxito de la serie del comisario Van Veeteren, ambientada en la imaginaria Maardam, situada en algún lugar del norte de Europa, Nesser se ha convertido en muy popular. En 1999, con Carambola, séptima novela de la serie del comisario Van Veeteren, recibió el prestigioso premio Glasnyckeln a la mejor novela policíaca del año en toda Escandivia.

De Nesser, RBA ha publicado La tosca red y próximamente La mujer con un lunar. "Si quieres escribir sobre las cosas realmente importantes en la vida -opina Nesser- ,también has de abarcar el tema de la muerte. Porque solamente sintiéndonos cerca de la muerte empezamos a pensar en las cuestiones esenciales. En este sentido, las novelas policíacas son de vital importancia. Se habla de la muerte de manera natural".

...Y muchos más
Son diez, pero se podría haber enumerado muchos más. Como el extraordinario Äke Edwardson, abandonado desde la publicación de Bailar con un ángel (Lengua de Trapo), el propio Kjartan Flogstad y El cuchillo en la garganta (Lengua de Trapo), aunque éste no sea exactamente un autor policíaco, sino uno de los grandes narradores noruegos. Por supuesto, el danés Peter Hoeg y su maravillos La señorita Smilla y su especial percepción de la nieve.

Más: Mari Jungstedt, presentadora de televisión y autora muy ventida, que ahora presenta en España Nadie lo ha visto (Maeva), a las que habría que añadir a Camila Läckberg (La princesa de hielo y Los gritos del pasado), a la pareja que forman Anders Roslund y Börge Hellström (La bestia), a Ida Jessen (Lo primero que me viene a la cabeza)... Y otros que están por llegar: Asa Larsson, Christian Jungersen, Jens Martin Eriksen, Arni Thorarinsson, Lars Gustafsson, Anders Leopold... En fin. Hay donde elegir.