lunes, 30 de mayo de 2011

Leer




Seguramente, quienes leerán está columna, la de la semana pasada o la de la próxima la par, experimentan lo que a todos nos pasa cuando leemos: crecimiento. Precisamente por lo anterior es que quiero escribir en las siguientes líneas una reflexión de lo que significa leer. Precisamente por estos días, que mi hija Matilde, comienza a leer todo lo que encuentra enfrente, desde rótulos, periódicos, anuncios, títulos de libros, todo lo que tenga letras.
Leer es un ejercicio que va en doble sentido, me explico: cuando leemos, el texto que estamos leyendo, nos lee. ¿Cómo así? Lo que sucede es que cada vez que ojeamos una palabra, ocurre una conexión entre lo que ven nuestros ojos y lo que tenemos almacenado en el cerebro. Cuando repasamos una palabra como silla, de inmediato imaginamos una silla, de acuerdo a lo que conozcamos qué es una silla y de acuerdo a nuestra experiencia de vida, con las sillas, por ejemplo. Mientras vamos leyendo, nosotros nos descubrimos en la lectura. De esa manera, las oraciones, los párrafos, las noticias, los cuentos, las novelas, todo, lo relacionamos con la “biblioteca virtual” que tenemos en nuestro inmenso disco duro, llamado cerebro. Por eso es que de acuerdo a nuestra profundidad de conocimiento, de esa manera, podemos tener profundidad de comprensión para no solamente leer un texto, disfrutarlo, sino que también para su análisis. Cuando una persona lee, por ejemplo, literatura nacional, sus referencias son hacia lo que conoce y hacia cómo se construye como guatemalteco, pero no solamente ello, las referencias de otras lecturas provoca que en nuestra cabeza elaboremos mundos, de acuerdo a lo que repasan nuestros ojos, con algo tan maravilloso que se llama imaginación.
La decisión de qué leer y cuánto depende de cada uno. Lo que debemos comprender es que en un país con altos índices de analfabetismo, poder leer es un privilegio y sobre todo un compromiso con uno mismo.

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