lunes, 7 de mayo de 2012

¿Negra o policial?

Tomado de: El proyecto Black Mask


Muchos lectores cultivan una interesante confusión entre literatura negra y literatura policial. La confusión quizás provenga del nombre de la revista que divulgó con más éxito esos contenidos y de que, al menos en sus dos primeros años, convivieron en sus páginas relatos policiales con relatos en los que se mezclaban erotismo, perversión, maldad y violencia. Como todas esas historias se encontraban en Black Mask (y las que no se encontraban, remedaban el estilo de esa revista), pues a todas se les llamó «negras».

Esta explicación es tan simple como convincente. Sin embargo, sería útil sospechar que las razones para que exista semejante confusión tengan raíces más profundas.

Tanto los relatos policiales como las historias de amor, aventuras y misterio que se publicaban en los primeros años de Black Mask, compartían algo que las hacía únicas: todas trataban sobre asuntos que estaban fuera de los bordes permitidos por la sociedad de los años veinte; todas contenían detalles que podían tildarse de pornográficos, grotescos, desmesurados y violentos. No obstante, aunque muchos de esos adjetivos estuvieran bien aplicados, esos relatos tenían un trasfondo social muy fuerte, un trasfondo de denuncia, de divulgación de aquello que no se difundía por otros canales más expuestos a la opinión pública. ¿Dónde se hablaba sobre ciertos temas prohibidos por «la moral y las buenas costumbres», digamos sobre sexo o sobre drogas o sobre el mundo de los extorsionadores y de los traficantes? Pues en la literatura… Y no precisamente en la literatura que se consideraba seria.

Ésa es la médula del asunto: la literatura negra trata sobre los que dejan que la vida se les salga de los rieles, sobre los que no saben (o no pueden) manejar su relación con el entorno que los rodea, sobre los que no encajan en el mundo en el que viven, sobre los que quieren o necesitan más de lo que pueden obtener, sobre los arrinconados por las circunstancias y apelan a las acciones más locas y desesperadas, sobre los que no saben mantener el equilibrio entre sus apetitos y los de los demás, sobre los perversos que no dudan en convertirse en parásitos del prójimo, sobre los que dañan, matan, roban, violan y descuadernan a los demás.

En ese sentido, la literatura policial, con sus detectives mal encarados y sus investigaciones para develar a los responsables de los crímenes más variados, podría considerarse como una de las tantas y posibles ramificaciones de la literatura negra, de esa literatura que habla sobre la cara menos amable de los seres humanos que viven, muchas veces hacinados, en las grandes ciudades, tratando de sobrevivir al caos económico y a un mundo en el que prosperan todas las formas posibles de corrupción.

Sea cual sea la razón que hace que algunos lectores no discriminen entre literatura negra y literatura policial, lo cierto es que la formación de ambos géneros va unida a la creación de un buen número de publicaciones entre las que destaca Black Mask.

Como fenómeno de la cultura popular, como punto de encuentro de grandes escritores, esta publicación marcó un hito no sólo entre las revistas de su clase, sino en la literatura norteamericana en general. Para muestra, obsérvese que las pautas de estilo que aún se replican en cada cuento, en cada novela y en cada película del género negro, son las mismas que alguna vez esbozaron los editores de Black Mask.

Una revista exitosa en la que se cuece un nuevo tipo de literatura escrita en un lenguaje parco y directo que cuenta historias que atrajeron y siguen atrayendo al gran público, no puede ser un fenómeno frívolo del que se hable a la ligera. Por eso le dedicamos estas líneas y seguimos leyendo, admirados, a los grandes maestros del género.

Los orígenes

Los escritores Henry Louis Mencken y George Jean Nathan deseaban financiar una revista de crítica literaria llamada Smart Set. Para lograr ese objetivo, Mencken y Nathan produjeron Saucy Stories, una publicación barata llena de imágenes y textos eróticos de la que extrajeron buenos ingresos para continuar con cierta holgura su proyecto literario. No obstante el moderado éxito, los editores pensaron que obtendrían mayores beneficios si diversificaban los contenidos de la publicación que les generaba mayores ganancias. Fue así como Mencken y Nathan fundaron, en 1920, Black Mask.

En cada número se publicaban cinco historias: una de gángsters, una de aventuras, una de misterio y dos de amor. Al igual que otras revistas semejantes (Parissiene, Weird Tales, la propia Saucy Stories, entre muchas otras), Black Mask se imprimía en un papel de muy baja calidad, lo que hizo que a este tipo de publicaciones se le llamara «pulp magazines» y al tipo de historias que llevaban sus páginas se le llamara tal cual: «pulp fiction» o, si se nos permite la intromisión (sobre todo después de Quentin Tarantino), «ficción cruda», ficción impresa en un papel basto y barato.

La característica principal de los relatos que se publicaban en esta primera época de Black Mask era la presencia de personajes desaforados cuyas peripecias violentas, eróticas y, en algunos casos, grotescas, mostraban una cara distinta de la moralidad severa que se exponía en la literatura y en el arte de su tiempo.

Nuevos dueños, nuevo editor

Menken y Nathan financiaron ocho números de Black Mask y la vendieron. En 1926, sus nuevos dueños, Eltinge Warner y Eugene Crow, nombraron a Joseph Shaw como editor y pronto se dieron cuenta de que habían tomado la decisión acertada porque lo primero que hizo Shaw fue analizar el producto y proponer unos cuantos cambios que, a la postre, serían cruciales no sólo para la revista como negocio, sino como espacio editorial que aglutinaba el trabajo de un extraordinario grupo de escritores.

La primera decisión que tomó Shaw fue sugerir la eliminación de las historias que no tuvieran que ver con el tema policial. La razón era muy sencilla. Entre el material que se publicaba, el mejor trabajado, el mejor escrito y el que despertaba mayor interés entre los lectores, era el dedicado a los gángsters y a los detectives. Claro, ¿cómo no iba a ser de ese modo, si los autores de esos relatos eran Samuel Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Erle Stanley Gardner y Carroll John Daly?

Shaw tuvo el tino de ver gran literatura donde otros veían sólo la ficción cruda típica de las revistas impresas en el papel más barato de su época. Por eso decidió concentrar todas las energías de la empresa en promover el tipo de escritura que sus autores más talentosos cultivaban.

Quizás el principal aporte de Joseph Shaw a este tipo de literatura fuera la redefinición de la figura del detective. Hasta 1923, la figura del detective de Black Mask estuvo inspirada en la elegante asepsia de los detectives de la literatura inglesa, en la eficiencia discreta de los miembros de la Agencia Pinkerton y en la rigidez de los efectivos de Scotland Yard. En 1923 Carroll John Daly publica «Three Gun Terry», un largo relato donde aparece Terry Mack, el primer detective rudo y malhablado que aparece en esa revista y que sería modelo para otros que aparecerían con posterioridad y que, llevados al extremo, crearían el subgénero del hard boiled, un tipo de relatos de una violencia extrema.

Joseph Shaw se dio cuenta del encanto que tenía esa clase de personajes y de la necesidad de héroes que tenía la sociedad norteamericana. Recordemos que los años veinte fueron difíciles para los Estados Unidos, que era una época de posguerra, que había una crisis financiera en ciernes, que la corrupción campeaba, que gángsters como Al Capone, Lucky Luciano y Frank Costello, crearon organizaciones criminales que burlaban las leyes antinarcóticos, que contrabandeaban alcohol, se dedicaban al tráfico de armas, a la prostitución, al juego ilegal y a cuanto produjera dinero fácil y rápido.

Shaw detectó que una buena parte del público veía con desconfianza a las instituciones públicas encargadas de impartir justicia. Por eso estimuló la creación del personaje que ejercía el oficio de detective privado, que no era policía ni juez ni fiscal y que podía moverse con libertad entre lo legal y lo ilegal para enfrentar a los mafiosos en su ley, en ese mundo paralelo del crimen lleno de matones embutidos en trajes hechos a la medida y de maletines repletos de billetes.

Moral y balas

En el estímulo que Shaw le brindó a la creación de personajes emblemáticos de este tipo de literatura (valga decir el Philip Marlowe de Raymond Chandler o el Sam Spade, de Samuel Dashiell Hammett), se percibe el deseo de hacer de la revista y de esos relatos una declaratoria moral en contra del proceso de corrosión de la sociedad que produjo la acción cada vez más abierta y desvergonzada de las distintas organizaciones criminales que prosperaron en esa época. A eso habría que añadir los editoriales que aparecían en cada número y que el propio Joseph Shaw firmaba. En ellos se hablaba de la importancia de luchar contra el crimen, de la conciencia que cada ciudadano debía tener de sus deberes y derechos y de cómo las historias contenidas en ese número podían servir para enseñarle al público cómo era (y sigue siendo) el submundo criminal.

A muchos les resulta extraño que una revista como Black Mask tuviera una preocupación moral tan acentuada. Quizás no les cuadre esa inquietud con el tipo de historias que publicaba, llenas de ladrones, asesinos, alcohólicos, traficantes y demás modelos de mal comportamiento cívico. Al final, el problema no es la presentación descarnada del crimen ni el mal ejemplo que muchos moralistas falsos le enrostran a este tipo de literatura; es algo mucho más complejo que tiene que ver con las preguntas que se hace un grupo de editores, escritores y artistas en torno a la creación de héroes y modelos literarios que, en el fondo, tratan de poner en palabras las preguntas que se hace toda una sociedad sobre cómo combatir el mal que la corroe.

Al igual que en los años veinte, hoy vivimos tiempos difíciles. No hace falta dar ejemplos ni detalles porque todos tenemos nuestra propia experiencia de lo que la expresión «tiempos difíciles» significa. Por eso vale la pena reflexionar sobre un tipo de literatura que no sólo refleja la clase de depravaciones que germina en las épocas duras que les toca vivir a todas las sociedades, sino que plantea soluciones en las que la moral se impone así sea a golpes.

Luchar contra el mal en la vida diaria no es ni será fotogénico, pero en la ficción todo es posible. De eso trató el proyecto Black Mask hasta que, en 1951, cerró sus puertas.

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