jueves, 7 de julio de 2011

Roque Dalton en la memoria

Si tuviera que resumir la poesía clásica centroamericana en pocos nombres diría: Landívar, Batres, Darío, Cardoza, Brenes Mesén, Cardenal, Sosa, y por supuesto Roque Dalton, quien, no me cabe duda, es uno de los poetas más importantes de América Latina (nacido en San Salvador el 14 de mayo de 1935 y asesinado por sus propios compañeros de la guerrilla el 10 de mayo de 1975).
Dalton escribió poemas hermosísimos, ingeniosos, breves y capaces de asombrar o de rechazar, inmediatamente a sus lectores como “Más bien presumidillo: Yo soy el gallo/ de la gallina de los huevos de oro”. Son muchas sus obra, pero mencionaré Las historias prohibidas del Pulgarcito (prosas y poemas, 1974), Pobrecito poeta que era yo (novela, 1976), Poemas clandestinos (poesía, 1980), Un libro rojo para Lenín (1986), Un libro levemente odioso (poesía, 1988).


Su poesía permeó los intersticios más escondidos de la mayoría de poetas jóvenes centroamericanos que lo siguieron, algunos con virtud otros, no tanto y pocos que se quedaron en la emulación de un discurso roqueano muy mal logrado. Lo que sí es cierto es que la fuerza de su palabra y la actitud de vida que siempre tuvo como el humor, su entrega a la revolución y a su país, ofrecen una marca clara a sus versos y a su narrativa.
Quizá es el poeta centroamericano más antologado, su vida y su obra son objeto de innumerables estudios, filmografía y demás.
Fue encarcelado varias veces; incluso detenido en 1960 en el aeropuerto La Aurora; vivió en el exilio en varios países y sus anécdotas son tan increíbles como sus poemas, pues más de alguna vez, mientras permanecía encarcelado esperando al batallón de fusilamiento, hubo un terremoto en su país, la cárcel cayó y el poeta pudo salir. Dios, a veces, es misericordioso con los poetas.
Les dejo uno de sus más enigmáticos poemas
Poema de amor
Los que ampliaron el Canal de Panamá

(y fueron clasificados como “silver roll” y no como

“gold roll”)

Los que repararon las flota del Pacífico

en las bases de California,

los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala,

México, Hondura y Nicaragua,

por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,

los siempre sospechosos de todo

(“me permito remitir al interfecto

por esquinero sospechoso

y con el agravante de ser salvadoreño”)

las que llenaron los bares y burdeles

de todos los puertos y las capitales de la zona

(“La gruta azul”, “El Calzoncito”, “Happyland”)

los sembradores de maìz en plena selva extranjera,

los reyes de la página roja,

los que nunca nadie sabe de dónde son,

los mejores artesanos del mundo,

los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,

los que murieron de paludismo

o de las picadas del escorpión o la barba amarilla

en el infierno de las bananeras,

los que lloraron borrachos por el himno nacional

bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,

los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,

los guanacos hijos dela gran puta,

los que apenitas pudieron regresar,

los que tuvieron un poquito más de suerte,

los eternos indocumentados,

los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,

los primeros en sacar el cuchillo,

los más tristes del mundo,

mis compatriotas,

mis hermanos.

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