lunes, 18 de julio de 2011

La muerte se sentó sobre nuestro cielo


La semana que acaba de concluir estuvo impregnada de muerte, quizá como la anterior, como la penúltima, como las de junio, mayo, en fin, como las de todo el año; quizá como las de todos los años. De cualquier manera, la muerte nos visita y pareciera que se sentó frente al territorio nacional y está esperando, por cualquiera de nosotros. Agazapada, sonriendo. Tal vez con una hoz en s

u brazo derecho. O, mejor, con una sonrisa malévola, similar al escalofrío.
De todos es sabido ya el asesinato de Facundo Cabral, cantautor argentino, quien tras brindar varios conciertos en nuestro país, fue baleado minutos antes de llegar al aeropuerto. Fue un trovador, perteneciente a la Nueva Canción Latinoamericana. Junto a otros grandes se expresó contra toda forma de opresión. Por otro lado, también el deceso de Alfonso Bauer Paiz, revolucionario, digno, héroe nacional, que tras sortear grandes dificultades en su vida, como la pérdida de una hija, el exilio, la persecución y hasta atentados, se convirtió en un ejemplo de vida e inspiración para todos aquellos que aún creemos que el mundo debe verse con ojos sociales. También el fallecimiento de Francisco Villagrán Kramer, un intelectual, catedrático y visionario, quien escribió muchos textos clásicos para comprender mejor nuestra sociedad. Pero, sobre todo, también, otros muchos guatemaltecos mueren a diario, algunos, de la enfermedad común denominada plomo. Hasta el cielo ha estado gris, como que el ambiente en la calle, en los trabajos, centros de estudios, ha estado mustio, escéptico. Más de alguno ha pensado salir huyendo al primer país que se le ocurra, otros han tomado precauciones y no pocos, les basta con rezar. Quiero dejar como manifestación de mi congoja y sobre todo aprecio para estos tres valiosos seres que fallecieron y para quienes también mueren a diario. Unos versos del poeta peruano Javier Heraud: “Quiero que salgan dos geranios de mis ojos/ de mi frente dos rosas blancas/ y de mi boca, por donde salen mis palabras,/ un cedro fuerte y perenne/ que me dé sombra/ cuando arda por fuera y por dentro/ que me dé viento/ cuando la lluvia desparrame mis huesos./ Echadme agua, todas las mañanas,/ fresca y del río cercano / que yo seré el abono/ de mis propios vegetales.”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario